Por: Carlos Aznárez
Llegan malas noticias desde Europa. Al parecer una feroz dictadura cívico-militar se ha instalado en un territorio de sobrada experiencia imperial y acosa desde allí a un pequeño pero bravío país, generando en el mismo un clima de terror y persecución hacia buena parte de sus habitantes.
La información, surgida de los focos de resistencia y a través de algunos viajeros que lograron abandonar la zona, abarcaría múltiples detenciones, innumerables denuncias de torturas, hasta un sinfín de ilegalizaciones de partidos y organizaciones de derechos humanos, buscando así, de manera brutal, acallar cualquier reclamo de protesta.
El pueblo que soportó y soporta tal aluvión represivo -dicen las fuentes- reclama autodeterminación e independencia. Quiere vivir en paz con sus vecinos, no tiene propósitos expansionistas y ha recurrido en determinadas ocasiones a la vía electoral para hacerse oír, aunque también es cierto que cerradas todas las puertas para expresarse, ha utilizado el recurso de la rebelión armada.
Todo habría comenzado, cuentan nuestros informantes, con la reiteración actual de un reclamo que viene de cientos de años y que habla de temas muy conocidos por estos confines sudamericanos: en su momento, arribaron unos colonizadores que invadieron a sangre y fuego el pequeño territorio del que les hablo. Esas fuerzas extranjeras produjeron el avasallamiento y la conculcación de todos los derechos y libertades individuales de los ciudadanos y ciudadanas, acompañando estas operaciones de exterminio con discursos donde se cantaban loas a la “civilización occidental”, y “cristiana” para más inris.
Como ocurriera en nuestras tierras afro-indoamericanas, allí también hubo muchos que no se dejaron dominar y pelearon con todos los medios que tenían a su alcance para entorpecer el avance de esos ejércitos foráneos, que entre otros objetivos, pretendían seccionar su territorio para debilitarlos como pueblo.
Después, a mediados del siglo pasado, ese atribulado país sufrió la ofensiva de un general despótico y bruto como un arado, que se instaló en el poder de la nación conquistadora y en su afán criminal martirizó a millones de personas. Sus seguidores, sostienen las crónicas de época, eran, también, gente de pocas luces, que solían reemplazar la falta de inteligencia con gestos de inusitada violencia. Como los anteriores invasores intentaron acallar –mejor dicho, desaparecer para siempre- la lengua original de los pobladores del país rebelde, partiendo de un hecho innegable: al acabar con semejante señal de identidad -los bárbaros conquistadores la consideraban en el mejor de los casos “un dialecto extraño al cristianismo”- se lograría vencer definitivamente a los conquistados, extinguirlos como pueblo.
Para llevar adelante ese plan, quisieron obligar al pueblo a que se sumerja en una atmósfera de total silencio. A quienes se opusieron a semejante atropello, les seccionar la lengua a punta de cuchillo. Aún hoy en los pequeños caseríos de la nación invadida pueden observarse ancianos que testimonian con su cuerpo tamaña vesania, o lo que es más estremecedor, a algunos niños y niñas sus profesores, poseídos por el odio, les clavaron compases o punzones en la boca, “para sentar ejemplo”. A otros, a los que luego asesinaron, les cosieron directamente los labios. Sin embargo, desde la más honda clandestinidad, casi en las catacumbas, como los antiguos cristianos, estos tozudos pobladores siguieron plantando cara a los extranjeros que pretendían devastarlos como nación.
No me quiero extender en estos detalles, pero sí decirles que en su resistencia, este pequeño país utilizó todos los medios, pacíficos y violentos, para llamar la atención de la opinión pública mundial y lograr, después de casi cuarenta años de rebeldía –codo a codo con los ciudadanos del país vecino, gobernado por el citado general genocida- que dicho régimen comenzara a derrumbarse.
Sin embargo, no hubo tiempo para disfrutar esa pequeña victoria (el general se murió en la cama y no ajusticiado como hubiera sido de esperar por todos los males provocados) ya que a esa dictadura le siguieron diversos gobiernos de formalidad democrática pero de contenido igualmente autoritario al anterior. Con decirles que uno de ellos, en su afán por borrar del mapa a los rebeldes, no se contentó en enviarles –otra vez- policías, militares, decretos represivos y jueces que avalan todo este tramado opresor, sino que formó un grupo paramilitar al que costeó con fondos reservados y que terminó asesinando a decenas de ciudadanos, contando para ello con la luz verde del gobierno “democrático” invasor.
Y así, entre continuas detenciones, la instalación de la tortura como parte esencial de los interrogatorios, la clausura de medios de comunicación, la dispersión de los detenidos, a los que se llevó a cárceles bien alejadas de sus lugares de origen, la realización de juicios farsa y la permanente persecución de la lengua autóctona, llegamos al presente en que otra vez, se ha instalado una brutal dictadura que pretende -vanamente- acallar a los resistentes.
Estos gobernantes de ahora, al igual que los de ayer, aplican el accionar represivo con tal saña y espíritu vengativo que, según las fuentes que nos hacen llegar sus urgentes llamados de S.O.S., no dudan en llevar adelante una verdadera limpieza étnica, creyendo que a un pueblo se lo puede borrar del mapa a punta de prohibiciones y detenciones. En ese sentido, demostrando hasta qué punto llega la maldad de los invasores, basta con algunos ejemplos:
a) Ya suman 750 las presas y presos políticos de ese bastión rebelde. Muchos de ellos sufriendo aislamiento total o victimas de graves enfermedades, con condenas cumplidas, a los que nos se les permite salir libres y a los que se machaca diariamente, por más que haya múltiples reclamos por parte de organizaciones humanitarias. Los presos y presas denuncian a diario, que son víctimas de palizas, gaseos y múltiples atropellos en los calabozos o traslados.
Vale un testimonio en ese sentido: recientemente, una antigua prisionera que había sido llevada a un nuevo juicio a celebrarse en la capital del país invasor, tuvo el “despropósito” de querer abrazar a otro compañero recién detenido, con el que se encontró ocasionalmente en el Juzgado. La respuesta policial fue brutal, palos para el joven y urgente traslado a la prisión para la muchacha. Pero no contentos con ello, la chica fue colocada en un pequeño cubículo -de un metro de ancho por dos de alto- de una furgoneta junto a un preso común.
Así los trasladaron, en pleno verano con un sol de justicia y con la escotilla de ventilación cerrada a cal y canto, hasta una cárcel que estaba a dos horas de distancia. Lo que ocurrió entonces es de imaginar: la temperatura se hizo inaguantable, el preso común se descompuso y comenzó a vomitar, el pequeño sitio en el que fueron colocados se convirtió en una caldera y al llegar a destino, los dos estaban semiasfixiados.
¿Denunciar estos hechos? Por supuesto, que se hizo, pero la impunidad en ese Estado dictatorial incluye desde el sistema judicial hasta los medios de comunicación, y si faltara algún detalle, gran parte de la población de ese país invasor, se mantiene en un estado de tal adormecimiento –la anestesia utilizada es eficaz- que toda agresión, por más brutal que ésta fuera, queda encubierta. Y se sabe que lo que no existe, no duele. Por lo menos hasta que el afectado no sea uno mismo.
b) En su afán por torcer la mano de los rebeldes, los conquistadores –como dignos herederos de aquellos que en su momento quisieron silenciar a otros revolucionarios, como un tal José Martí, al que encarcelaron y desterraron- ahora han encarado una política de ilegalizaciones de todas las expresiones políticas independentistas. En una sola semana, el Estado opresor, prohibió la actividad de un partido que había participado en recientes elecciones obteniendo, a pesar de la represión, numerosos votos y otro tanto de concejales y alcaldes. Todos ellos fueron ya borrados de un plumazo, burlándose así de quienes los votaron democráticamente.
Mientras esto sucedía, fueron enviados a prisión decenas de dirigentes y militantes de una organización de derechos humanos (que atendía las reivindicaciones de las presas y presos políticos), y ayer mismo, continuando la oleada represiva, la dictadura cívico-militar volvió a ilegalizar otra fuerza partidaria, dejando al margen de la ley a diputados y diputadas libremente elegidas.
Dicen, alarmadas, nuestras fuentes de información, que todo este aquelarre dictatorial se está desarrollando amparado en el silencio y la complicidad de casi todas las instituciones europeas, que suelen ser tan “sensibles” a lo que ocurre con los derechos humanos en Cuba, en Medio Oriente –mientras no se trate del pueblo palestino-, en China o en Corea del Norte.
Así como en otras ocasiones envían delegaciones, inspectores o fuerzas de intervención “humanitaria”, esta vez, con este pequeño país no parece haber suerte, y sus heroicos y peleones pobladores se las tendrán que ingeniar para que tan obstinada resistencia a tanta criminalidad les permita en un futuro no muy lejano, ser libres, independientes y socialistas (que es, me olvidaba decirles, a lo que aspiran los ciudadanos y ciudadanas dignas de Euskal Herria).
Sí, también se los conoce como vascos y vascas, gente noble, solidaria, internacionalistas como pocos, y generosamente hospitalarios con quienes les visitan. ¿El país invasor? Qué otro podía ser sino la España imperial, esa que provocó un poco más de 90 millones de indígenas asesinados en nuestras tierras, cuando llegaron con sus barcos, su jauría, sus sotanas y sus espadas sanguinarias.
“No los olviden, no dejemos solos a los patriotas vascos y vascas, no amparemos más a esa dictadura monárquica que pretende mantener sus privilegios a costa de estigmatizar cualquier fórmula de resistencia”. Así termina la crónica periodística recibida y que me veo en la obligación de transmitir, para no sentirme cómplice con tamaña escalada autoritaria.
Fuente: Resumen Latinoamericano - Diario de Urgencia / RedGlobe/Prensa Popular Comunistas Miranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com/
Correo: pcvmirandasrp@gmail.com
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