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viernes, 17 de abril de 2009

DE NIÑA, VÍ "LA RETIRADA" , DEL PUEBLO ESPAÑOL HACIA FRANCIA

Por: Marie Laile


Traducción por: J.A.Pina

¡Qué felicidad ! ¡Ser una escolar de 8 años y jugar con sus compañeros durante el recreo delante de la escuela del pueblo ! El pueblo es Lamanère, al sur del Canigó, en el alto de Vallespir, el pueblo más al sur de la Francia continental, justo al pie de las montañas fronterizas con España.

Ahora bien, esta tarde del 31 de enero de 1939, nuestros gritos y juegos se pararon bruscamente, quedándonos paralizados : sobre la carretera donde desemboca el sendero que viene de la frontera, avanzaban en silencio grupos de mujeres, algunas con un petate hecho con un gran pañuelo anudado por las cuatro puntas, otras llevando niños pequeños.




Chicos y chicas de nuestra edad, pero sucios y arrastrando los pies, marchaban al lado de ellas y nos miraban de reojo, agotados y asustados. Personas mayores seguían el cortejo, portando un cesto tapado con un paño a cuadros o una maleta demasiado pesada para sus pobres y viejos brazos. Llegaron, se sentaron en las escaleras que subían a la iglesia, nuestros maestros corrieron a recibirlos : el éxodo de los españoles republicanos había comenzado.

“Hay que esperar aquí, decían los mayores, los mismos que explicaban los rugidos de los aviones que nosotros habíamos oído detrás de las montañas, es el bombardeo de Gerona.” Pero, ¿quién sabía dónde estaba Gerona y qué significaba bombardeo ? Comprendimos que era una desgracia al ver llenarse nuestro pueblo de 400 habitantes con 4.000 o 5.000 personas. La ola continuó algunos días más y nosotros, los niños, fuimos expulsados del colegio, las dos clases y los prados sirvieron de refugio.

Estas vacaciones inesperadas me permitieron informarme acerca de aquellos que hablaban catalán como yo y que me contaron el abandono de sus casas, su miedo a lo largo de las carreteras, sus esperanzas en el presente. Yo no comprendía todo, pero creo que sentí, por primera vez en mi vida, lo que era la piedad.

Vi llegar por primera vez también soldados andrajosos y llenos de piojos, heridos en el cuerpo y en el alma, que hablaban de un lugar “México”, donde querían ir. Debí buscar mucho tiempo sobre el mapa este nombre catalán, ese México de sus sueños. Pero lo que más me impresionó, fueron los montones de balas, de granadas, de fusiles, dejados al borde del sendero ; después del paso del puerto, que les parecía ser la puerta de la libertad.




El alcalde del pueblo se movió como un diablo para alimentar a todo el mundo y los habitantes aportaron espontáneamente su concurso. Hay que decir que todas las familias tenían alguna raíz a cada lado de la frontera. Lo que no impidió que algunos se enfadasen mucho, porque los caballos, las vacas, los corderos, que habían pasado también la frontera como moneda de cambio, pisoteaban los cultivos o pacían en los jardines. Además, aquellos que debían dormir al raso, a la luz de las estrellas, bellas pero frías en este comienzo del mes de febrero de 1939, cortaban árboles para calentarse en cualquier sitio, incluso los frutales.

Soldados senegaleses habían subido de Perpiñán para vigilar a los refugiados que les miraban de reojo, mascullando : “¡Moros, moros ! “ Yo creía que se confundían y que los moros eran árabes. Para mí, eran los primeros negros “de verdad” que veía y sus manos negras sacando el arroz blanco con sus escudillas me fascinaban.




Mi familia ayudó a aliviar mucho la miseria y recibió en agradecimiento un cordero. Este fue durante algún tiempo mi juguete, mi peluche viviente. Un día, al entrar en casa de mis abuelos, encontré… la piel de mi corderito. Lo habían matado, porque un cordero se come. ¡Yo no ! ¡Nunca en mi vida he comido cordero ! Penas de chiquilla de 8 años, inmensas para mí, insignificantes cuando comprendí más tarde la tragedia de la Retirada.

¡Hace 70 años, fue ayer !



Fuente: L"Humanité en Español/Prensa Popular Comunistas Miranda




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