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jueves, 27 de agosto de 2009

DIEZ DÍAS EN MOSCÚ

Por: Miguel Urbano Rodrigues
Fecha de publicación: 27/08/09

Lo que sentiré en el reencuentro

La pregunta, en tanto el avión corría por la pista del Aeropuerto Domodedevo, en Moscú, me incomodó por repetida. Desembocaba en un vacio.

Volvía a Moscú 15 años después de la última visita realizada como miembro de una delegación de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. En esa época Rusia, en transición al capitalismo, vivía días caóticos.

Ahora, transcurridas 24 horas, aún tengo dificultad en organizar ideas e interpretar emociones, en insertar en una reflexión coherente lo que veo y siento.

Estoy en una explanada del Gum, en la Plaza Roja, enfrente del Mausoleo de Lenin. Sobre el Gran Palacio ondea la bandera actual de Rusia. En ella figura por decisión reciente el águila bicéfala de los Romanov. La guardia de honor que antes era permanente fue retirada.

Nada corresponde a lo esperado. Las sorpresas se encadenan en una cadena desordenada.

En la memoria lo que quedó grabado no fueron imágenes y sentimientos de pasajes por la ciudad en la agonía de la perestroika y en el inicio del consulado de Yeltsin. Lo que permanece como referencia, como punto de comparación, es la remembranza del Moscú que visite más de una docena de veces cuando era la capital de la URSS, un país que desapareció.

El día está luminoso, casi no hay nubes en cielo muy azul, y el sol caliente de la mañana incide sobre el zimbório de la catedral de San Basilio.

Hay poca gente aún circulando por la Plaza y en la lejanía adivino las cúpulas doradas de algunas de las blancas catedrales del Kremlin.

Pagamos, mi compañera y yo, 2500 rublos, el equivalente a 56 euros, por dos ensaladas, una cerveza –extranjera porque no servían rusa- un agua mineral y dos cafés.

Fue el primer alerta, para no olvidar que Moscú es hoy la ciudad más cara de Europa.

El Gum, que conoci como gigantesco centro comercial donde todo era barato, asumió la fisonomía de un shopping donde trasnacionales de la Unión Europea y de los EEUU venden productos de lujo.

En Arbat y la Nueva Arbat

Volví a Arbat en un domingo frio y con viento. Al entrar en la calle que aparecía a los forasteros como un ex libris de la vieja Moscú tuve inicialmente la sensación de que el tiempo había parado al visitar, viniendo del Metro Smolenskaya, el palacete verde donde Pushkin vivió tiempos de felicidad con su mujer, Natalia Goncharova.

La ilusión luego se deshizo.

Algunos artistas exponían, como antes, sus cuadros en medio de la calle y pintaban retratos de turistas.

Pero la atmosfera de Arbat se modificó. La modernidad transformadora se exhibía en las terrazas de estilo francés de los cafés, de los restaurantes de cocina italiana, asiática, hasta norteamericana, en la decoración de establecimientos de souvenirs, pero también en la sequedad de los vendedores, en la frialdad de las empleadas de todas las tiendas.

Choque mayor fue el sentido después, al descender a la antigua avenida Kalinin. Cambió de nombre como muchas calles y ciudades. Ahora es Nueva Arbat. Reconocí ,inmutables, los enormes edificios de la época soviética. Pero caminando por los pasillos –tal vez los más largos del mundo- la sensación de que pisaba terreno desconocido fue inmediata. La publicidad antes inexistente, agrede hoy al forastero.

Los casinos de la avenida fueron cerrados recientemente por decisión de Medvedev en cumplimiento de una ley que no era respetada. El juego pasó a ser permitido solamente en cuatro ciudades del país. Pero las fachadas chillantes de los casinos aún no fueron modificadas. Allí se perdían y se ganaban millones en la ruleta, en el póker y las slot machines eran un sorbedero de dinero

Entré en dos centros comerciales lujosos donde las tiendas de los grandes costureros de Paris y de Roma y de perfumes famosos llaman la atención. Los precios son astronómicos. Vi expuesto abrigos de pieles cuyo costo excedía 500,000 rublos (11,200 euros). En una tienda de vinos –hay hoy decenas en Moscú- una garrafa de Bordeaux de nombre para mi desconocido era ofrecido por la bagatela de 45,000 rublos (1000 euros). Otras cuestan más de 20,000 rublos (445 euros)

Algunos supermercados funcionan durante las 24 horas del día.

En un estacionamiento de la Nueva Arbat los carros top gama eran más numerosos que los comunes. Vi ahí Bentleys, Porsches, Mercedes, Jaguares, Ferraris, Volvos, BMW, Lexus e Infinitis japoneses, algunos de modelos inexistentes en Portugal. Me dijeron que en Moscú hay más Rolls Royce que en Inglaterra.


Para mi sorpresa hay hoy en circulación más carros importados que rusos. De las marcas tradicionales, según me informaron, solamente continúan en producción el Volga y el Lada.

Pero las contradicciones en la capital son de tal tamaño que en la Sodovaya, la primera circular, muy cerca de la Nova Arbat, otro supermercado vendía cerveza rusa barata, excelentes vinos chilenos a 200 rublos (4,4 euros) y legumbres, frutas a precios comparables a los portugueses.

Fuente: PrensaPopularSolidaria_ComunistasMiranda (PPS_CM)

http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com

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