Editorial de Tribuna Popular No. 168
Caracas, 11 sept. 2009
Si bien es cierto que nos encontramos –Venezuela y el mundo- ante un incremento de la agresividad imperialista, también es cierto que el saqueo, dominio y explotación es parte de la naturaleza misma del imperialismo.
La utilización de territorio e instalaciones colombianas para la activación de Bases Militares de Estados Unidos, con la excusa –que sería risible por su desgaste, si no entrañara tanto peligro para los pueblo de Latinoamérica- de la lucha contra el narcoterrorismo, es una señal clara de este incremente de la agresividad imperialista.
Muchas voces esperanzadas se levantaron ante el triunfo electoral del «demócrata» Obama, luego de ocho años de campañas mundiales contra W. Bush.
El error de personalizar (o personificar) al imperialismo, llevó a muchos a pensar que con la salida de el hombre también terminaba una «Era» nefasta.
No existe lo que algunos llamaron «el Presidente del Imperio». El imperialismo es un sistema, un nivel elevado de desarrollo del capitalismo, la maxificación del poder de las transnacionales, que no tiene gobierno, ni presidente, ni país, ni religión, ni frontera, ni raza, ni mucho menos elecciones.
El imperialismo utiliza –según sus necesidades- a gobiernos, a presidentes, a países, a religiones, a las fronteras, a razas y a las elecciones. Incluido el propio Estados Unidos.
Es decir, eso que algunos llaman Imperio, queriendo señalar –cual analogía romana- como sinónimo de Imperialismo, quizá ayuda un poco a direccionar la mirada hacia uno de los grandes centros mundiales de poder económico, político, cultural y militar; aunque no refleje fielmente el contenido y carácter de lo que se pretende señalar. Es por esto, que no puede –ni podía- esperarse nada distinto de Obama.
La pigmentación de la piel no produce conciencia, ni esta última se hereda en los genes. La ascendencia africana y humilde no produce automáticamente sensibilidad ante los desposeídos.
Hay que tener absoluta claridad. El sistema capitalista –con su experiencia de los últimos más de doscientos años- ha ido desarrollándose y «evolucionando» en la visión de que con algunas pequeñas concesiones puede seguir manteniendo su esencia expoliadora.
Hace poco más de cuarenta años, estaba en ebullición una rebelión social en EEUU. Las personas negras –llamadas por algunos «de color»- tenían toda clase de humillantes limitaciones políticas y sociales, entre ellas el estudio.
Estas justas luchas –y en contraparte las respectivas concesiones- permitieron a personas como Obama hacerse de un nombre y avanzar en su «sueño americano» de ser cada vez más un símbolo de la gloria del sistema.
Al imperialismo no le importa si su imagen pública –que en el caso de las transnacionales que utilizan como asiento de operaciones a EEUU es quien ocupa el Salón Oval de la Casa Blanca- es negro, chino, latino, católico, protestante, musulmán, drogadicto, maniaco depresivo, alcohólico, hombre, mujer, calvo, tuerto, heterosexual, homosexual ó transexual.
Lo que le importa al imperialismo es que le sirva a sus intereses. Por eso –más que permitió- estimuló y financió a Obama para el rol protagónico (mientras le sea útil) en la Presidencia de EEUU.
No es con la intención de justificar ni de salvar de responsabilidad a Obama, pero ni él, ni W. Bush, ni Clinton, ni muchos etcéteras, son los que ordenan.
Con este contexto es que podremos entender la magnitud de la obra que tenemos por delante.
El imperialismo no es un niño de pecho, ni un cogido a lazo. Es un sistema que durante más de un siglo ha logrado acumular una enorme experiencia en las más diversas formas de lucha contra su enemigo jurado: la conciencia de los pueblos.
Es por ello, que los enormes avances científico-técnicos producidos en el capitalismo, se han puesto al servicio de la estrategia imperialista de dominación cultural. La televisión, la radio, el cine y el Internet –por muy variable que sea hoy sus niveles de influencia en las masas- durante décadas han sido fuente de bombardeo ideológico, con mayor o menor grado de sutileza.
Hoy todavía, cada día, podemos ver cómo se crean «valores» culturales a una gran velocidad, que son asumidos por una parte importante de la juventud –y de los no tan jóvenes-, expresados en «modas» más o menos pasajeras, como quimérica y efímera respuesta a lo que sienten como una existencia insípida. Estas «modas» se expresan en peinados, bailes, ropas, piercings, carros, formas de hablar, e incluso en la droga que se consume.
Hoy todavía, una parte importante de nuestro pueblo sigue teniendo como referente cultural, de desarrollo y de sociedad, a EEUU.
La primera batalla que debemos ganarle al imperialismo es en la conciencia del pueblo.
Si logramos ganar la batalla por la liberación ideológica tendremos un factor fundamental para profundizar el proceso revolucionario, en Venezuela, Latinoamérica y el mundo.
Esa es una columna vital de la revolución nacional liberadora, del proceso de Liberación Nacional.
Pero, como muchas cosas, esto no se produce por generación espontánea. No basta el solo deseo, por muy expreso que éste sea.
Es imprescindible articular el conjunto de las fuerzas orgánicas que comparten esta voluntad, para coordinada y cohesionadamente asumir este combate de manera colectiva.
Cuando tantas veces, desde hace varios años, el Partido Comunista ha planteado y reiterado la necesidad de la construcción del amplio Frente Nacional Antiimperialista, no es por «ambición de espacios cupulares y prebendas burocráticas» como algunos camisas rojas recién planchada han querido hacer creer.
Sinceramente –y se ha dicho en los más diversos espacios- el PCV hace los esfuerzos para cumplir con lo que entiende es su misión histórica, para que no llegue el día en el que en muy adversas condiciones, y con una posiblemente elevada cuota de sacrificio, muchos de los que han despotricado injustamente contra el heroico destacamento comunista digan: «los comunistas tenían razón».
Fuente:Tribuna Popular/ Edición: PrensaPopularSolidaria_ComunistasMiranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
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