Por:Jerónimo Carrera
Aunque en la milenaria historia de los muy diversos pueblos que integran la humanidad –seguramente sin excepción posible- todos hayan pasado y quizás mejor decir sufrido, la experiencia de los golpes de Estado, resulta bastante difícil concordar en cuánto a una clara definición de ese fenómeno del desarrollo histórico.
En nuestra Venezuela, por ejemplo, cuya historia es tan rica en ese aspecto, bien puede decirse que se entiende por golpe de Estado toda revolución fallida, pues cuando el intento resulta exitoso se autocalifica como revolución de inmediato. Así, en el muy reciente siglo XX hemos tenido muchas revoluciones: la Restauradora, de aquel bandido Cipriano Castro; la Rehabilitadora, de su compadre heredero Juan Vicente Gómez; la de Octubre, del pitiyanqui Rómulo Betancourt; la del Nuevo Ideal Nacional, del idiota Marcos Pérez Jiménez, y la actual, esta Bolivariana que nadie puede decir cuándo comenzó, y menos desde luego, cuándo concluirá.
Pero como decíamos, tal forma de tomar el control político de una sociedad, o de intentar tomarlo, siempre ha existido y todo indica que mientras siga vigente esa institución llamada Estado, ha de tener vigencia. Y como escribió en su testamento filosófico el gran pensador marxista húngaro Georgy Lukács: “La desaparición del Estado al igual que la de la religión, pertenecen a un porvenir muy lejano.” (En una compilación de documentos diversos, Ediciones Corvina, Budapest 1978).
Pues religión y Estado siempre han ido de la mano, muy juntos en todas las cosas, dígase lo que se diga. Ya en las fantasías bíblicas, sean las del llamado testamento viejo como las del nuevo, aparecen esos nexos. No debería ignorarse que ese personaje hoy tan popular y conocido como Cristo, fue en verdad víctima de un golpe de Estado, un golpe que fue urdido a través de uno de sus discípulos más cercanos, como a menudo sucede también ahora en el mundo.
Tenemos magníficos ejemplos de tal forma de golpes de Estado en la literatura más clásica y universal. Baste citar a William Shakespeare, en su extraordinaria pieza teatral acerca de Julio César, que pinta de modo muy convincente ese tipo de golpe de Estado, proveniente de un círculo muy íntimo del mandatario, con aquella famosa exclamación de sus últimos momentos: “¡Tú también, Brutus, hijo mío…!”
Porque una de las lecciones fundamentales para todo mandatario, la cual se desprende de numerosos ejemplos históricos, es que por lo general los golpes de Estado son fraguados en su propio círculo de colaboradores más cercanos.
Lo cual ha sido bastante aprovechado en nuestro tiempo por los imperialistas yanquis, herederos de la sabiduría política de sus antepasados ingleses también en la intriga, y en el fomento de todas las formas de alimentar divisiones en el campo opuesto.
Durante todo el largo periodo de la llamada “guerra fría”, dado que la paridad nuclear les impedía la agresión armada contra la Unión Soviética, los organismos yanquis perfeccionaron al extremo las técnicas de infiltración y siembra de la corrupción en el seno de la sociedad soviética. Podemos hoy afirmar que ese factor fue el determinante en la disolución del campo socialista en Europa, pero a todas luces les ha venido fracasando hasta ahora en Asia.
Además, en conclusión, no mucha gente se ha dado cuenta de este hecho histórico: los círculos dominantes en Estados Unidos también tienen sus propias experiencias en materia de golpes de Estado internos, y en forma bastante especial, como el que eliminó a Franklin D. Roosevelt de la presidencia en 1945, o el que sacó de esa misma presidencia en 1963 a John F. Kennedy.
Bueno, guerra advertida no mata soldado… según el dicho criollo.
Fuente: PrensaPopularSolidaria_ComunistasMiranda http://prensapopular-comunistasmiranda Correo: pcvmirandasrp@gmail.com
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