Por: Jerónimo Carrera
Así, con este burlón apodo de “El Cabito”, quedó para siempre bautizado en la historia de Venezuela uno de los más pintorescos presidentes que hemos tenido, o mejor dicho, sufrido, en los dos siglos que llevamos de vida “independiente”. En efecto, un poco recordado escritor, también tachirense, y como Cipriano Castro nada conocido por nuestra juventud actual, Pío Gil, escribió en su auto-exilio en París un libro sobre esa época y lo tituló de tal modo, que entonces se popularizó de inmediato.
También se ha dicho que a ese teatral presidente le gustaba y mucho más, que lo llamaran Don Cipriano, seguramente para así darse ínfulas de gran señor, ostentando un señorío que no tuvo nunca pero lo envanecía, y cada día bastante más.
No sé en este momento si ya antes en alguna de estas Opticas yo he hecho referencia al siguiente aspecto, casi ignorado hoy, de la presidencia de “El Cabito”, que duró casi diez años completos. Se refiere a los orígenes de la penetración del imperialismo yanqui y británico acá en nuestro país.
“Los meses pasan y el Gobierno de Castro resiste unas veces, maniobra otras, vacila y cede, pero su suerte está decidida, a pesar de haber otorgado, en 1907, algunas concesiones para la exploración y explotación de hidrocarburos a ciudadanos venezolanos, quienes las transfirieron a empresas extranjeras. Estas concesiones son las conocidas con el nombre de Vigas, Aranguren, Jiménez Arráiz, Simón Planas Suárez y otros.”
Es decir, se otorgaban los derechos que tenía el Estado venezolano, según lo establecido por Simón Bolívar desde su independencia, a los favoritos del presidente. Para que luego ellos se las vendieran más caras a las empresas petroleras de Estados Unidos e Inglaterra. Muy nacionalista ese gobierno venezolano, ¿verdad?
Tan significativa cita la he tomado de un interesante libro que lleva por título, justamente, “Las primeras agresiones del imperialismo en Venezuela (Capítulos para la Historia)”, que fue editado en Caracas el año 1976 por Ediciones Centauro. El autor del libro fue un comunista venezolano bastante conocido, de larga actuación internacional, Eduardo Machado (1902-1996).
Pienso que sea conveniente informarles a los jóvenes revolucionarios de hoy -que en muchos casos creen que toda esa lucha en Venezuela está comenzando con ellos- aunque sea un poco sobre Eduardo y su extraordinaria personalidad.
Era él uno de los hermanos menores de Gustavo Machado (1898-1983), el gran dirigente comunista que enfrentó a los agentes de todos los imperialismos durante setenta años, pues comenzó esa lucha al cumplir apenas quince años. Estos dos hermanos se adhirieron al comunismo en el exterior, pues para entonces todavía no se había fundado en Venezuela el partido comunista. Lo cual hubo de hacerse en plena clandestinidad -bajo la tiranía de Juan Vicente Gómez, que mantuvieron esas petroleras yanqui-británicas durante 27 años- y sólo en 1931 con la colaboración valiosa de la III Internacional. Por eso decimos que el PCV es indestructible. Y se apresta a celebrar sus 80 años de actividad continua este 5 de marzo próximo, así como lo hará en su centenario veinte años después….
En fin, hay que recalcar mucho que Eduardo fue un comunista para siempre, aunque de militancia intermitente, quizás porque era muy impaciente y se dejaba arrastrar por su temperamento personal, un tanto anarcoide, que delataba sus orígenes burgueses.
Uno de sus grandes logros está en haber sabido desenmascarar, y para siempre, al pobre diablo que en verdad fue “El Cabito”.
Fuente: PrensaPopularSolidaria
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