Por: Marcelo Colussi
¿Qué tendría que decir ese manual? ¿Qué nos enseñaría?
Pues nada más y nada menos que cómo cambiar el curso de la historia. ¡Menuda tarea!
Por supuesto que un manual de jardinería, o sobre cómo reparar una licuadora o preparar una torta es algo más sencillo. Lo es, porque ahí está muy claro el objeto a tratar. En esos manuales la cuestión es ordenar los pasos siguiendo una secuencia lógica, y el objetivo final irremediablemente se va a conseguir. ¿Por qué es tan difícil –o imposible– un manual para producir ese cambio monumental que es el socialismo, cambio absoluto en los paradigmas, sin dudas el cambio más profundo al que podamos aspirar? Pues justamente por eso: porque se trata de cambiar el curso de la historia, de cambiar los moldes mismos de lo que somos.
¡Cambiar lo que somos! Ahí está la clave. La revolución socialista implica un tremendo, fabuloso, titánico cambio en la forma de vida. Cambio en la relación con el trabajo, cambio en la repartición de la riqueza, cambio en las relaciones sociales, cambio en la forma de vernos y tratarnos. ¡No es poca cosa! Y los cambios reales, profundos, las transformaciones duraderas que pasan a ser irreversibles, no son cosa fácil. Por el contrario: son lentas, complejas, nunca exentas de grandes sufrimientos. Pero fundamentalmente: lentas.
Para graficarlo: cuando los nazis invadieron Austria durante la segunda guerra mundial detienen al por ese entonces mundialmente reconocido y prestigioso doctor Sigmund Freud, creador del psicoanálisis. En honor a su celebridad le perdonaron la vida pese a ser judío, condenándolo al destierro (marchó para Gran Bretaña). Y al momento de su partida dijo el sabio: “en la edad media me hubieran quemado a mí; hoy día queman mis libros. No hay dudas que hemos progresado”.
Efectivamente, los cambios son pequeños pasitos de hormiga. “Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio” agregó otro judío genial, también condenado al destierro: Albert Einstein. Transformar lo que ya es hábito, mover la historia es, quizá, el cambio más dificultoso. De ahí que un manual que nos diga cómo hacerlo parece difícil.
Pero no nos decepcionemos. Que sea difícil no significa que sea imposible. Por supuesto que hay cambios, y las primeras experiencias de construcción socialistas que recorrimos el siglo pasado son un gran aliciente.
Nadie duda que hubo problemas, que muchos logros conseguidos a principios o mediados del siglo XX retrocedieron hacia sus últimas décadas. Pero de ninguna manera eso deja de lado al socialismo como opción. Y muchísimo menos eleva al capitalismo como modelo triunfador. La situación desastrosa en que sigue viviendo una muy considerable parte de la humanidad, la guerra como necesidad intrínseca del sistema y el descalabro medioambiental del planeta lo atestiguan.
El socialismo sigue siendo una luz de esperanza. Por otro lado, y quizá como una buena noticia que nos puede llenar de esperanza, en una encuesta realizada por la agencia rusa Ria Novosti entre 1.600 personas el 17 y 18 de marzo del 2007 con un error estadístico no superior al 3,4 %, la amplia mayoría de los entrevistados, hecha la comparación entre los dos sistemas, el ahora desaparecido socialismo soviético y actual capitalismo a ultranza, no duda en optar por el primero, más allá de todos los errores que puede haber presentado.
Pero, claro… si nos planteamos la construcción del socialismo, además de la lucha monstruosa que implica establecer un sistema que desplace al capitalismo (¡cómo si esto fuera fácil!) después de ver tantas dificultades en su puesta en marcha puede surgir un cierto estado de decepción. ¿Por qué siempre tantas recaídas, por qué tantos “nuevos ricos” que generan los sistemas socialistas, por qué se siguen repitiendo tanto los mismos esquemas que se critican: autoritarismo, corrupción, falta de solidaridad? Aunque ¡cuidado! Que la propaganda y el bombardeo del discurso capitalista no nos confundan: el socialismo sí es posible. Y más aún: necesario. Viendo la situación mundial cada vez se hacen más justas las palabras de Rosa Luxemburgo: “socialismo o barbarie”.
El problema que debería resolver el famoso manual al que nos referimos no es tanto ¿cómo llegar a tomar el poder? –lo cual, repitámoslo una vez más, es una tarea ardua, una lucha feroz– sino más bien: ¿qué hacer una vez que se lo consiguió? En otros términos: ¿cómo construir algo nuevo cuando empezamos a dejar atrás el capitalismo? La discusión en torno a esto está abierta, y quizá ahí está la pista: no hay manual posible que diga por dónde ir sino que debe propiciarse una crítica ininterrumpida. Ese es el único camino.
En todo caso el manual para hacer la revolución socialista no será voluminoso; tendrá sólo algunas consideraciones generales y una recomendación. Una única recomendación, sólo una, pero tan importante que no necesitará mucho más. De lo que se trata es de mantener un espíritu crítico continuo, perpetuo.
¿Cómo llegar a producir la revolución? es algo que dirá la situación de cada lugar. ¿Qué hay que hacer, qué es más conveniente, por dónde es más fácil llegar: movimiento guerrillero campesino, lucha sindical urbana, frente policlasista, elecciones democráticas, guerra popular prolongada, combinación de todas las anteriores?… Eso, definitivamente, escapa al manual. Cada sociedad tiene su historia, su estilo, su cultura, y cada una lo construirá a su modo. Lo que, en todo caso, podría transmitirse no es tanto la forma de llegar a vencer en la lucha revolucionaria sino los pasos a seguir el día después. Y si es difícil, tremendamente difícil, decir cómo llegar a vencer en la lucha contra el enemigo, es infinitamente más difícil, complejo, arduo, construir algo nuevo. Por eso el manual debería contemplar desde el día de la revolución hacia delante.
Si se toman las diversas experiencias socialistas transcurridas durante el siglo XX podemos ver que hay varias conclusiones que se desprenden. De ellas, justamente, de su estudio sopesado podrán no repetirse los mismos errores. Surgirán nuevos quizá, pero al menos no los mismos. Y si algo hay que entronizar en ese manual es la autocrítica.
Obviamente sería fabuloso poder contar con un manual que nos facilitara esta titánica tarea de transformar la historia. Pero no existe y seguramente nunca va a existir. Tal vez pueden funcionar como palabras de manual las ideas expresadas por Fidel Castro en su histórico discurso del 17 de noviembre del 2005 refiriéndose a errores y retrocesos capitalistas registrados en la isla en el curso de los años de la revolución: “o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos”. Seguramente, ahí está la clave: o se avanza en la autocrítica radical, o estamos en la pura cuestión cosmética. Es decir: sigue el autoritarismo, la corrupción, el afán de enriquecimiento individual, la soberbia, la desigualdad y la injustita, con nuevos rostros quizá, pero manteniendo su esencia.
Ese es el problema que nos acecha: que las revoluciones puedan tener mucho de cosmética. Tan cosmética como aquella concejala de la isla de Margarita, en la Venezuela bolivariana, que pretendió impulsar un fondo popular para dotar de implantes mamarios de silicona a las muchachas de escasos recursos, en el entendido que esas prótesis son un pasaporte al paraíso… socialista. Y el problema no es esa concejala, sino la dificultad de mover esas cargas que llevamos todos y todas como nuestro bagaje ancestral de prejuicios.
Por decreto no terminan el machismo ni el patriarcado, ni nadie va a ser solidario por decisión del partido gobernante, ni se va a terminar el espíritu de protagonismo y las ansias de poder por la firma de una proclama o yendo a una marcha popular. Quizá esas cosas, en un sentido, nunca puedan extinguirse totalmente, al menos por ahora. Tal vez con el paso de muchas generaciones, dado que son cambios que requieren siglos de tiempo, pueda decirse que se transforman. Pero se trata de tenerlas bajo control continuamente.
Ahí está la revolución: saber lo que somos y actuar en concordancia. Las flaquezas humanas no terminan por buena voluntad de nadie. ¿Acaso el alcoholismo se pudo eliminar en algún país socialista? No, pero la cuestión es cómo abordarlo como problema complejo, de todo el colectivo, cuestión de orden psicológico-social-cultural. Ahí está el cambio.
Lo único que podría enseñar un presunto manual, entonces, es que en estas complejas cuestiones humanas de revolucionar nuestra esencia misma, nada está escrito: sólo se trata de mantener una “crítica implacable de todo lo existente”, como dijera Marx, crítica furibunda, diaria, perpetua, sin contemplaciones. Si no, el peso de la historia termina imponiéndose.
Además, un manual serio, debería enseñar que lo que dijo Freud era válido: los cambios humanos son pequeños, casi imperceptibles pasos en la historia, pequeños granos de arena. Mas sin olvidar que “la arena es un puñadito. ¡Pero hay montañas de arena!”
Fuente: Instituto de Estudios Marxista Leninista/PrensaPopularSolidaria