Por: César Quintero Ríos.
Hace 195 años, Simón Bolívar, en su Discurso de Angostura, proclamaba que “por el engaño se nos ha dominado más que por la fuerza (…) La esclavitud es hija de las tinieblas; un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción (…)”, con lo que denunciaba una de las formas claves de la dominación imperial –en su momento– y burguesa –actualmente–.
La burguesía criolla, armada de sus miserables ideólogos, intentó con algún éxito endiosar al Libertador, desde la superstición buscaban que fuera incomprensible para el pueblo, y por tanto, poco útil para la lucha popular revolucionaria. Sólo la oligarquía era la autorizada para interpretar, en fechas patrias, algunas citas bolivarianas, sacadas de contexto, manipuladas y puestas al servicio de la dominación.
Este 28 de julio se celebran 60 años del nacimiento del camarada Hugo Chávez, innegable líder revolucionario, cuyo esfuerzo logró darle un gigantesco impulso al heroico movimiento bolivariano y antiimperialista, que durante más de un siglo estuvo empeñado en sacudirle a Bolívar las telarañas de la superstición burguesa y colocarlo al servicio de la liberación nacional.
Pero ¿qué colocamos al servicio del pueblo? Interrogante que surge cuando se exige –desde dirigentes e instancias gubernamentales hasta el pueblo revolucionario– “seguir el legado” de Chávez, o incluso, cuando los primeros buscan justificar sus acciones, correctas o no, en nombre del “legado”. Tal parece que “el legado” se une al club de otras palabras y frases que jamás se ponen en discusión, peligrosamente se dan por sentado y hasta se utilizan para reforzar acciones autoritarias.
El movimiento revolucionario ha sido enfático en señalar que la Revolución la hacen los pueblos, lo cual no evita reconocer el grandioso rol que ejercen figuras destacadas como vanguardia heroica.
Somos profundamente celosos cuando se intentan petrificar hechos y personajes, porque así, inmóviles, inertes, se convierten en herramienta perfecta para engañar e inmovilizar al pueblo. Esto último es lo que necesitan hoy la burguesía parasitaria pro-imperialista, la pequeña burguesía rastrera, los “nuevos ricos parásitos”, especialmente, aquellos que se dicen “revolucionarios”.
Reconocer al Hugo Chávez desde su humanidad, sus contradicciones –principio fundamental de la dialéctica revolucionaria, sin ello no hay vida ni movimiento– que generaron aciertos y errores, nos lleva precisamente a estudiar y analizar su contexto, su visión estratégica y también sus limitaciones.
Su legado se constituye entonces como continuidad de las banderas de lucha de todo el movimiento bolivariano: la necesidad de develar la causa fundamental de la opresión y la miseria; la importancia del trabajo colectivo en la construcción de la Patria Buena; la denuncia y lucha contra los vicios y desviaciones contra el programa revolucionario; la destrucción del Estado burgués y no su simple reforma.
Chávez se empeñó en que el pueblo se reconociera como sujeto inteligente, que conoce, lucha y transforma, y con ello utilizó el acumulado histórico del movimiento revolucionario, haciendo efectiva la máxima de que cuando se trabaja junto al pueblo, se reconocen sus necesidades, se posee una línea política justa y existe coherencia en la praxis revolucionaria, emergen las capacidades colectivas y la fuerza avasallante de un pueblo empeñado en hacer la Revolución.
Continuar con el legado es no dejarnos engañar y mucho menos detener nuestra marcha, hasta sus últimas consecuencias.
Fuente: Tribuna Popular/PrensaPopularSolidaria
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