Agosto 17, 2010 por prccanarias
Miguel Urbano Rodrigues, del Partido Comunista Portugués (PCP)
El fin de la actual crisis de civilización es imprevisible. Inevitablemente, conducirá al desmoronamiento el capitalismo o a una era de barbarie.
Prever fechas para el desenlace sería, además, un ejercicio de futurología.
Pero una certeza se esboza ya en el horizonte: la derrota espera al imperialismo en las guerras criminales que los EEUU desencadenaron para mantener y ampliar el sistema de dominación mundial del capital.
Los EEUU están empantanados en guerras perdidas en Afganistán y en Iraq y su alianza con el Estado neofascista de Israel es un factor de tensión permanente en Medio Oriente. Las estrategias agresivas que desarrolla en América Latina, en África, Asia Oriental, son también incompatibles con las aspiraciones de los pueblos amenazados, contribuyendo al ascenso de la marea antiamericana.
En esta fase, iniciada con las agresiones en Oriente Medio y Asia Central, el imperialismo estadounidense encontró situaciones históricas muy diferentes de la que precedió a su invasion de Vietnam y a la humillante derrota que ahí sufrió. En EEUU solamente una minoría percibió que la guerra estaba perdida cuando Giap desató la ofensiva de Tet. La respuesta de Johnson y Kissinger, cediendo a los generales del Pentágono, fue la ampliación de la escalada. La agresión se extendió a Laos, y Washington envió más tropas al horno vietnamita, sembrando la muerte y la devastación en el Sureste asiático.
Transcurrieron años hasta la retirada de los EEUU. Los pueblos fueron lentos a comprender que el desenlace de la trágica agresión a Vietnam era el prólogo de una crisis que significó la perdida de la hegemonía que Washington ejercía sobre la economía de Occidente desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nada fue igual desde entonces.
Pero el stablishment norteamericano no extrajo las lecciones implícitas en el fracaso de las guerras de Corea y de Vietnam. La estrategia fue reformulada, pero la ambición imperial permaneció, asumiendo nuevas formas.
El escenario de las agresiones adquirió proporciones planetarias a partir de la desaparición de la Unión Soviética.
La primera guerra del Golfo fue decidida al final de la presidencia de George Bush padre frente a la pasividad de la URSS de Gorbatchov. Washington proclamó entonces que la humanidad había entrado en una era de paz permanente, bajo la égida los EEUU, garantes del Nuevo Orden Mundial. Un obscuro epígono del imperialismo, Francis Fukuyama, saludó la muerte del comunismo y anuncio el “Fin de la Historia”, señalando al neoliberalismo como ideología para la eternidad.
El desmentido a los profetas imperiales no tardó.
Cuando las torres del World Trade Center se desmoronaron, el mundo entró en una fase de turbulencias anunciadoras de una profunda crisis de civilización. Después del 11 de Septiembre de 2001, Bush hijo, alegando la necesidad de una “cruzada contra el terrorismo”, y afirmando que Dios estaba con EEUU, invadió Afganistán, sembrando la muerte y la destrucción en aquel remoto país de Asia Central.
Después llegó la segunda guerra iraquí, iniciada a despecho del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La tierra de Mesopotamia, cuna de civilizaciones milenarias, fue ocupada, sus museos saqueados, su petróleo y gas ofrecidos a las petroleras de EEUU, decenas de miles de iraquíes asesinados.
Autoproclamándose nación predestinada, con vocación de redimir a la humanidad de sus pecados, los EEUU, bajo la batuta de la extrema derecha republicana, pasaron a actuar como Estado terrorista, diseminando el terrorismo por el planeta.
Esa trágica situación solamente fue posible por la complicidad de la Unión Europea, de Japón y de Canadá, estados que se dicen civilizados. Con su aval al stablishment bushiano abrieron las puertas a la barbarie.
La elección de un negro para la Presidencia de EEUU generó la ilusión de que la pesadilla terminaría. Pero Barack Obama, que llegó a la Casa Blanca con el apoyo entusiasta del gran capital, cambió el discurso pero mantuvo la política imperialista. Peor aún, la agravó
EL PANTANO AFGANO
Admiradores del Presidente norteamericano afirman que el es un humanista, víctima de un engranaje que lo instrumentaliza. Pero la defensa que de él hacen no convence.
El Premio Nobel de la Paz tomó decisiones que contribuyeron a profundizar la crisis mundial. En el plano interno su política ha sido, en lo fundamental, de capitulación frente a las exigencias del gran capital. Significativamente, su secretario del Tesoro, Geithner, es un político que goza de la confianza total de Wall Street.
En el terreno internacional, el Presidente aumentó mucho el presupuesto del Pentágono, pidió al Congreso aumentos colosales para las guerras asiáticas, envió más de 30.000 militares para Afganistán, e hizo de la victoria en esa guerra una prioridad de su política exterior. En tanto, acumula derrotas en el teatro afgano. La ofensiva en Helmand fue un fracaso; la de Kandahar fue sucesivamente aplazada.
La divulgación de los documentos secretos ofrecidos por WikiLeaks al NY Times, al Guardian y al Der Spiegel, instaló el pánico en la Casa Blanca, y la averiguación en el Pentágono sobre la fuga de informaciones clasificadas quebrantó fuertemente la confianza de los norteamericanos en el sistema de seguridad del Departamento de Defensa.
En declaraciones recientes, Julian Assange, el australiano que creó WikiLeaks, afirmó que los crímenes cometidos por el ejército de los EEUU exceden en horror las masacres de Vietnam. La llamada Fuerza de Tarea Conjunta 373 tiene por misión abatir secretamente jefes talibanes y elementos sospechosos de pertenecer a Al Qaeda.
Grupos de asesinos especiales intitulados Kia son responsables del asesinato de centenas de civiles en ataques cuyas víctimas son designadas en los informes como “muertos en acciones”.
El rol de los crímenes de las tropas de ocupación de la OTAN ocuparía también muchas páginas.
La masacre de Kunduz, responsabilidad del contingente alemán, hizo tambalear al gobierno de la canciller Merkel, pero fue apenas una de las muchas matanzas de civiles cometidas por las tropas de ocupación.
Julian Assange cita como ejemplo de las atrocidades de los aliados el bombardeo de una aldea por una fuerza polaca. Decenas de personas ahí reunidas para festejar una boda murieron en un acto de represalia concebido con crueldad.
Rutinariamente, el alto mando norteamericano promueve investigaciones en esos casos para “depurar responsabilidades”. Pero nadie es castigado. Hamid Karzai, el presidente fantoche, protesta y pide medidas, pero la indignación es simulada.
Millares de civiles en las aldeas de la frontera paquistaní murieron por los bombardeos realizados por los drones –los aviones sin piloto. El actual comandante supremo, el general Petraeus, define esas “misiones” asesinas como indispensables al éxito de la nueva estrategia de lucha “contra el terrorismo”.
FARSA DRAMÁTICA
Hillary Clinton, el vicepresidente Joe Binden y Robert Gates, el secretario de Defensa, han visitado frecuentemente Afganistán. La puesta en escena varía poco. Se desplazan para levantar la moral de las tropas, decirles que están luchando por la patria, por la libertad y la democracia contra el terrorismo, que la lucha exige grandes sacrificios, pero que la victoria en la guerra afgana es una certeza.
Todos aprovechan para pedir al Presidente Karzai que “gobierne democráticamente”, separe a los colaboradores que no merecen la confianza de EEUU, y ponga término a la corrupción implantada en el país.
Karzai hace promesas, reúne asambleas tribales que aprueban la política y repite que es fundamental negociar con los “talibanes recuperables”. Es él, jefe de la mafia, el primer responsable por la desaparición de miles de millones de dólares entregados en conferencias internacionales para el desarrollo y reconstrucción del país, destruído por la invasión norteamericana. La realidad no alteró el método. En Kabul, la última de esas conferencias acaba de aprobar más de mil millones para “ayudar” a Afganistán.
Mientras tanto, la producción de opio, insignificante en el momento de la invasión, aumentó un 90% en la última década. Es de dominio público que familiares del presidente mantienen íntimas relaciones con el negocio de la droga.
En sus periódicas visitas a Paquistán, Hillary Clinton amonesta al presidente por la insuficiencia del esfuerzo de guerra en las áreas tribales de Waziristan en la frontera de Afganistán. Joe Binden repite el discurso. Ambos insinúan complicidad del Ejército con los jefes talibanes.
El Primer Ministro británico Cameron, al visitar el país, fue tan lejos en sus criticas que el gobierno de Islamabad canceló una visita a Londres del jefe de los servicios de inteligencia paquistaníes, invitado por el Intelligence Service.
Crónicas de corresponsales europeos en Kabul y declaraciones de soldados de EEUU que han regresado de la guerra afgana aclaran que la moral de las tropas de combate cayó a un nivel muy bajo.
La dimisión del general Stanley McChrystal, que criticó en una entrevista al presidente Obama, contribuyó a acentuar el malestar en el Alto Mando. El general tiene un currículum de criminal, pero sus opiniones sobre la conducción de la guerra son compartidas por muchos oficiales. Así van las cosas en la podrida guerra de Afganistán.
En Iraq, la “pacificación” es un mito, como demuestra el aumento de muertos en atentados por bomba en Bagdad y en la región norte, controlada por los kurdos. En Palestina, Israel continúa bloqueando Gaza, bombardeada con frecuencia, y amplía la construcción de casas en Jerusalén árabe y en colonias en Cisjordania.
Irán está sufriendo nuevas sanciones, aprobadas por el Consejo de Seguridad, y la CIA promueve atentados terroristas en Kuzistán, frontera de Iraq, y en la provincia baluche, vecina de Paquistán.
En América Latina, Uribe, antes de ceder la presidencia a Juan Manuel Santos, su hijo político, creó una crisis con Venezuela bolivariana al hacer acusaciones sobre la presencia de las FARC en territorio de aquel país. EEUU, que va a instalar 7 nuevas bases militares en Colombia, aprobó inmediatamente la provocación.
En este contexto de escalada militar en múltiples frentes, la crisis interna prosigue. El magro crecimiento del PIB esconde la realidad.El número de casas vendidas es el más bajo de los últimos años. Miles de empresas cierran todos los meses. En ciudades otrora famosas por su riqueza, como Detroit y Pittsburg, barrios enteros están hoy deshabitados. El desempleo avanza.
En las universidades aumenta la enseñanza elitista. La tan elogiada reforma de los “cuidados de salud” dificultó aun más el acceso de millones de inmigrantes ilegales a los hospitales (v.Fred Goldstein, odiario.info, 22.04.2010).
Las finanzas sí que prosperan. Los gestores de los grandes bancos continúan recibiendo reformas y premios fabulosos. Uno de esos gigantes, la Wells Fargo, acumuló ganancias de miles de millones de dólares con el lavado de dinero de la droga (v. Cadima, odiario.info, 31.07.2010).
El control hegemónico del sistema mediático por el gran capital impide a la humanidad, sin embargo, tomar conciencia de profundidad de la crisis. En EEUU, polo del sistema, el discurso del Presidente transmite un panorama optimista de la situación, anunciando mejores tiempos y victorias imaginarias.
Solamente una minoría de ciudadanos, en EEUU, en Europa, y en los demás continentes, está en condiciones de descodificar el discurso de la mentira irradiado por el gran capital.
Para las fuerzas progresistas -y en primer lugar los comunistas- ayudar a los pueblos a comprender la complejidad y la extrema gravedad de la crisis del sistema es, por eso mismo, una tarea revolucionaria.
Porque esta comprensión es fundamental para el incremento y dinamización de la lucha de los trabajadores en cada país contra el proyecto de dominación impuesto por el sistema que amenaza sumergir a la humanidad en la barbarie.
Vila Nova de Gaia, 2 de Agosto de 2010
Fuente: Avante_PCP/Independencia y Socialismo_Partido Revolucionario de los Comunistas Canarios_PRCC/Prensa Popular Solidaria
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