“Colocar en el mismo plano moral el comunismo ruso y
el nazifascismo, en la medida en que ambos serían totalitarios, en el
mejor de los casos es una superficialidad; en el peor es fascismo. Quien
insiste en esta equiparación puede considerarse un demócrata, pero en
verdad y en el fondo de su corazón es en realidad ya un fascista, y
desde luego sólo combatirá el fascismo de manera aparente e hipócrita,
mientras deja todo su odio para el comunismo.”
Thomas Mann1
Thomas Mann1
Claudio Spartak
La Unión Europea no tiene un origen ingenuo o naíf de
“unión entre los pueblos europeos”, como nos venden desde la infancia
en las escuelas. Su origen es, por el contrario, más oscuro y menos
confesable. Es un origen imperialista. Un proyecto de reorganización y
de alianza bajo supervisión norteamericana de las grandes corporaciones y
los grandes bancos capitalistas de las potencias imperialistas europeas
tras la Segunda Guerra Mundial y en el marco de la por entonces
incipiente Guerra Fría contra la comunidad de países socialistas. Y es
que, una vez derrotado el imperialismo alemán y emprendida la
desnazificación del país los imperialistas vencedores en la guerra no
vieron otra salida para afrontar el siguiente conflicto con el
socialismo que volver a poner en pie a ese imperialismo que acababa de
ser derrotado. De ahí que solamente hubiese una auténtica
desnazificación en el Este de Alemania, mientras que en el Oeste hubo
que conformarse con el juicio a la cúpula nazi en Núremberg. Pero el
resto del aparato nazi fue reciclado. Unos encontraron cómodos puestos
en la NASA, mientras que otros fueron empleados en las labores de
espionaje y sabotaje contra los países socialistas. También quedó
intacta la base económica del nazismo, las grandes corporaciones
capitalistas alemanas, que solo fueron confiscadas en la parte Oriental,
donde triunfaron las fuerzas socialistas y consecuentemente
democráticas.