Por: Jesús Faría
“El próximo 3 de mayo se cumplirán 60 años del estallido de la huelga petrolero del 50, en homenaje a dicha fecha que marca un instante excepcional de la lucha de la clase obrera venezolana, Tribuna Popular publica el relato hecho por uno de sus principales dirigentes, Jesús Faría, recogido de su libro “Mi línea no cambia, es hasta la muerte”.
La Huelga Petrolera de 1.950
Con la instauración de la dictadura militar se inicia una fase de las luchas del movimiento obrero y político, en general, bajo condiciones muy adversas, con innumerables restricciones.
En el plano sindical, continuábamos la actividad organizativa de los trabajadores en procura de mejoras reivindicativas, pero también con el objetivo de prepararlos para jornadas antidictatoriales que exigirían un mayor grado de organización y claridad política.
Con tal propósito fui enviado al Zulia los primeros días de 1950. Allí, los poderosos sindicatos «rojos» agrupados en Cosutrapet —que se había constituido como resultado de nuestra expulsión de Fedepetrol y del cual yo era su presidente—, conjuntamente con los sindicatos encabezados por los dirigentes adecos, ahora en la clandestinidad, nos preparábamos para plantear la discusión de cláusulas del contrato colectivo con las compañías petroleras.
Así fue como a comienzos de febrero se presentó formalmente la propuesta de Cosutrapet en relación con los tabuladores (salarios) y precios de los productos distribuidos por los comisariatos.
Nos reunimos directamente con cada una de las compañías, encontrando un rechazo sistemático e intransigencia generalizada. Al agotarse las vías conciliatorias, introdujimos ante la Inspectoría del Trabajo la solicitud de citación de las compañías. Se trataba de un acto altamente representativo, pues lo respaldaban 51 sindicatos petroleros de todo el país que agrupaban a más del 95 por ciento de la masa laboral petrolera.
Sin embargo, la Inspectoría dictaminó a favor de los patronos, como era de esperarse de una instancia representativa de una dictadura militar entregada a los brazos del imperialismo.
En medio de los preparativos de la huelga, a finales del mes de marzo, se produjo un inesperado encuentro entre los dirigentes petroleros y los máximos jerarcas de la Junta, a solicitud de estos últimos. Allí, la dictadura respaldó el dictamen del Ministerio del Trabajo, pero nombró una Comisión para la Investigación del Trabajo en la Industria Petrolera a los fines de «explorar posibles soluciones al conflicto». .
Era evidente que esta propuesta no contribuía a la búsqueda de soluciones aceptables para los trabajadores. Esto era parte de una estrategia enfocada a desactivar los mecanismos de protestas de los trabajadores a punto de dispararse. Se pretendía distraer a los trabajadores de las luchas por sus justas reivindicaciones.
Bajo estas circunstancias, el 3 de mayo de 1950 se inicia la gran jornada huelguística de los trabajadores petroleros; una imponente huelga reivindicativa pero con un claro contenido político.
Ciertamente, la huelga fue iniciada en protesta por la sistemática negativa de las compañías petroleras de discutir las reivindicaciones solicitadas por los trabajadores, así como por el permanente deterioro de las condiciones laborales, los despidos masivos de trabajadores y las injusticias y discriminaciones practicadas contra los obreros en los campos petroleros.
Era evidente que las trasnacionales se aprovechaban de las nuevas condiciones políticas del país para pisotear los intereses de los trabajadores. Era la continuación de sus viejas políticas antinacionales y antiobreras, pero ahora en forma más descarada bajo el amparo incondicional de la camarilla militar. Su afán de exprimir al máximo las riquezas del país y a los obreros venezolanos se había desbordado.
Pero la lucha no era sólo en contra de las transnacionales. Se estaba luchando por el respeto a los derechos y libertades sindicales groseramente atropelladas por la Junta Militar. En el caso de esta huelga, ya la había declarado ilegal.
La camarilla militar se había adueñado del país, controlaba todas sus esferas y no admitía ninguna clase de discrepancias, oposición o protestas. Había reprimido a los trabajadores, así como también a la oposición política, había restringido las libertades, en primera instancia la de prensa, y supeditado todo a sus dictados.
Los obreros petroleros se enfrentaban a dos poderosos enemigos en una batalla que se había iniciado por la discusión de reivindicaciones materiales. Esta lucha tenía hondas implicaciones de naturaleza política, que le impregnaban a esta jornada un carácter antidictatorial y antiimperialista.
Resaltar esto no deja de ser necesario porque algunos historiadores y políticos se han dado a la tarea de desvirtuar el carácter de esta magnífica jornada de lucha de los obreros petroleros. Este intento también cobró vida en nuestro Partido, lo que obligó a la expulsión de Fuenmayor, importante dirigente comunista de la época.
De una manera infame se ha querido asociar la huelga con planes golpistas, cuando este elemento no jugó ningún papel en la decisión de iniciar el conflicto ni en su conducción. Ciertamente, existían planes entre algunos adecos que apuntaban a ese objetivo. Querían enmendar su inhibición durante el golpe a Gallegos y proponían con insistencia actos irracionales, como la voladura de tanques petroleros de 80 mil barriles, entre otras cosas. Pero esto, por supuesto, fue rechazado de inmediato.
Se coincidía ampliamente en la lucha en contra de la dictadura y se perseguía la desestabilización política del régimen y su posterior derrocamiento. Pero no se trataba de desplazar a la Junta Militar por medio de una nueva aventura golpista. Aunque estaba en los planes de la dirigencia de AD, no lo estaba en los de esta huelga.
De manera que es una vil mentira la tesis de que el Partido Comunista actuó «a la cola de los planes golpistas de AD». Cualquier tentativa de aprovechar la huelga para planes golpistas era totalmente extraña a la dirección del conflicto.
Por lo demás, los hechos acaecidos durante y posteriormente a la huelga confirmaron con creces la necesidad de luchar en esos términos contra una dictadura brutal como aquella que enfrentamos.
Con el inicio de la huelga se desató una tremenda represión. Masas de militares se desplazaban en los campos petroleros. Buscaban a los obreros en sus hogares para obligarlos a volver a sus puestos de trabajo. Si no los encontraban, encadenaban las puertas de sus viviendas con sus familias adentro. Los allanamientos se hacían por manzanas completas. Inclusive se usaba la aviación para repetidos vuelos rasantes sobre los campamentos donde vivían los obreros…
Recuerdo que me encontraba en una casa de Campo Concordia, cuando avanzaba una ola de soldados que practicaban un allanamiento matinal. Como pudo, la mujer de un obrero, una persona cuyo nombre ignoro, se deslizó hasta donde yo estaba. Alguien la envió para avisarme. Salté de la hamaca. Por la puerta de la cocina pasé a otra casa y de ésta a otra más. No supe nunca por casa de quienes iba pasando. Ellos sí me conocían y me brindaban ayuda hasta ponerme fuera del alcance de los soldados.
¡Qué maravilla es la solidaridad proletaria!
Aquel mismo día debía ir yo de Cabimas a Maracaibo para una reunión importante con el Comité Regional del PCV. Pero, ¿cómo pasar? El paro en la industria petrolera era total. Además de alcabalas fijas, las había móviles… Viajar era un peligro.
Con la directiva del sindicato de choferes de plaza conseguí no sólo un vehículo, sino también un chofer que era gran «llave» de la gente de la Guardia Nacional, cuerpo represivo que controlaba las alcabalas móviles y las otras entre Cabimas y Palmarejo.
Partimos. En cada alcabala decía una mentira. Charlaba un poco. Decía que los huelguistas estaban desmoralizados y me presentaba a sus amigos como un pariente suyo. Pasamos con asombrosa facilidad. Aquel chofer era un hombre de sangre fría y lealtad a su clase.
Le pagué muy bien mi traslado y nos despedimos en Palmarejo, muellecito casi desierto donde tomé el transporte marítimo para Maracaibo.
Estos éxitos de un dirigente revolucionario, escapando de un cerco tendido por la furiosa jauría, eran posibles sólo debido a que el movimiento obrero y democrático estaba bien unido. De no haber logrado la unidad obrera, la huelga nunca habría tenido el impacto que tuvo.
Mi intención era quedarme en el Zulia. Allá me sentía más seguro. Era nuestra mejor zona comunista. Para aquel momento carecíamos en la capital de buena organización, allá no disponíamos de los medios para escapar a la persecución policial. La conquista de Caracas por parte del Partido vendría en 1958. En el Zulia, además, era fuerte el partido AD, con quien trabajaba el PCV para organizar el movimiento de los obreros petroleros de Venezuela por sus reivindicaciones económicas.
Me sentía bastante seguro en el Zulia, a pesar de que mi «amigo», el gobernador J.L. Sánchez, ofrecía buena recompensa a quien diera una pista sobre mi paradero. Decía este «amigo» que le era indispensable mi captura para anotarse «buenos puntos con la Junta Militar». ¡Un amigo!
No obstante, la Dirección Nacional del PCV me mandó a llamar, primero con Alonso Ojeda y luego con Luis E. Arrieta y Juan Fuenmayor. Mi retorno a Caracas lo justificaban con una supuesta mayor seguridad (estimaban que no me buscarían en Caracas, estando el epicentro del conflicto en el Zulia), que no era tal. Me negaba a regresar. Presentía que en Caracas caería en manos de la policía. Partí rumbo a Caracas bajo protesta en medio de la maravillosa huelga de mayo de 1950.”
Encuentro de Partidos Comunistas de América Latina
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*Importante y trascendental iniciativa de los comunistas peruanos*
*Artículo de El Comunista, edición de Mayo)*
*Organizado por el Partido Comunista Peruan...
Hace 6 años
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