La capa
social de los burócratas renunció a los ataques abiertos contra Stalin
para evitar violentas reacciones populares. Entendió que hacía falta ir
más despacio para, en la práctica cotidiana, ir desmontando los
mecanismos y las estructuras socialistas; no sería sino hasta después
cuando podría atacar los fundamentos ideológicos del sistema. Las
fuerzas marxistas-leninistas proseguían con sus actividades bajo
Brezhnev, pero ya no eran determinantes para las orientaciones del
partido.
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Por Ludo Martens
Cuando Gorbachov nos sorprendió a todos en 1985 con un discurso
radicalmente nuevo acerca de los 17 años de brezhnevismo, lanzando
valientes propuestas en el terreno del desarme, retirando después sus
tropas de algunas misiones aventureras en el tercer mundo, se abrió de
nuevo un viejo debate. ¿Aún existe una esperanza de que la Unión
Soviética vuelva a los principios socialistas revolucionarios? ¿Hace
falta revisar el análisis elaborado a finales de los años 60 por el
Partido Comunista Chino y el Partido del Trabajo de Albania? ¿Se había
completado el restablecimiento del capitalismo en la URSS tras el golpe
de Jruschov en 1956? ¿Se podía decir que el régimen que existía desde
entonces en la URSS era un capitalismo de Estado que practica una
política exterior socialimperialista?
Hoy, en agosto de 1990, Gorbachov nos vuelve a sorprender por la rapidez
y la energía con las que restablece el libre mercado y la empresa
privada, con la que implementa planes de privatización e integración en
el sistema capitalista mundial.
Estas declaraciones inesperadas nos obligan a volver al análisis del periodo de Brezhnev, entre 1966 y 1982.
Circulan diferentes opiniones entre quienes se reclaman del marxismo-leninismo.
Algunos consideran que la llegada al poder de Brezhnev en 1965 supuso el
comienzo de una crítica del revisionismo de Jruschov. Terminaron los
furibundos ataques contra Stalin y contra la experiencia histórica de
los años 20 y 30. Hubo un cierto reconocimiento de los méritos de Stalin
y de la línea que defendió. La URSS recuperó algunos principios
esenciales del leninismo abandonados por Jruschov.
Otros opinan que este discurso más ortodoxo servía de cobertura para
velar el proceso de empobrecimiento ideológico y político que seguía
desarrollándose a la cabeza del partido y del Estado. Este discurso,
aparentemente más marxista-leninista, no se correspondía con una
práctica verdaderamente revolucionaria, sino más bien a un
comportamiento hegemonista y aventurero.
Otros opinan que la vuelta a un discurso más ortodoxo era la expresión
de un compromiso entre diferentes clases y tendencias políticas. La capa
social de los burócratas renunció a los ataques abiertos contra Stalin
para evitar violentas reacciones populares. Entendió que hacía falta ir
más despacio para, en la práctica cotidiana, ir desmontando los
mecanismos y las estructuras socialistas; no sería sino hasta después
cuando podría atacar los fundamentos ideológicos del sistema. Las
fuerzas marxistas-leninistas proseguían con sus actividades bajo
Brezhnev, pero ya no eran determinantes para las orientaciones del
partido.
¿Era inevitable el cambio radical que supuso Gorbachov tras el periodo
de Brezhnev? ¿Era Gorbachov la expresión de un salto cualitativo en un
proceso prolongado de degeneración? Tras el fracaso del brezhnevismo,
¿era posible un viraje revolucionario y marxista-leninista en la
dirección del PCUS?
Por supuesta, una respuesta completa para todos estos interrogantes
requeriría de un estudio de la evolución económica y social de la URSS,
un análisis de la diferenciación entre clases sociales, una información
bastante completa acerca de las diferentes tendencias existentes en el
seno del PCUS y entre sus cuadros dirigentes, un análisis de peso del
aparato militar y de sus tendencias políticas e ideológicas.
En este estudio, queremos examinar si los cuatro congresos del PCUS
celebrados bajo Brezhnev pueden ofrecernos respuestas a algunas de estas
preguntas. Cierto es que los informes que Brezhnev presentaba al
congreso del partido no reflejaban más que un aspecto de la realidad
soviética. Pero no dejan de ser un aspecto importante de la misma,
porque nos ofrecen los análisis que hacía la dirección sobre la
situación nacional e internacional, así como la orientación política e
ideológica que imponía al partido, su visión del futuro y las tareas que
indicaba al partido y al pueblo.
El XXIII congreso: con Brezhnev, Jruschov tiene un fiel sucesor
Brezhnev y Jruschov
Se llegó a avanzar la tesis de que la llegada al poder de Brezhnev
supuso una ruptura con la política revisionista de Jruschov, que
Brezhnev rehabilitó a Stalin y reintrodujo la concepción de dictadura
del proletariado. Sin embargo, en el XXIII Congreso celebrado en 1966,
Brezhnev afirma al principio: «En todos estos años (1961-1966), el
PCUS, inspirándose en la línea emanada de los XX y XXII congresos del
partido, ha guiado con firmeza al pueblo soviético en la vía de la
construcción del comunismo» (pág.5). En sus informes, no se
encuentra la menor crítica de las ideas novedosas que caracterizaron al
revisionismo de Jruschov (1).
El ataque a la China socialista
Durante el periodo que abarca este informe, se produjo un acontecimiento
de importancia histórica en el seno del movimiento comunista
internacional: la ruptura entre el PCUS y el Partido Comunista Chino.
Durante la Gran Polémica que hubo en los años 1963-64, China defendió
los principios revolucionarios del leninismo, mientras que en algunas
cuestiones esenciales la Unión Soviética giró hacia la socialdemocracia.
En su informe, Brezhnev no hace el menor balance de esta lucha
ideológica. Dedica apenas algunas líneas a China, para decir lo
siguiente: «Las desviaciones de la línea marxista-leninista, ya sean
de derecha o de ‘izquierda’, se vuelven particularmente peligrosas
cuando se confunden con manifestaciones de nacionalismo, chovinismo de
gran potencia y hegemonismo» (pág. 30). Vemos cómo desde el
principio Brezhnev conduce la lucha ideológica a golpe de porra: acusa
al Partido chino de oportunismo de izquierda, pero partiendo de las
posiciones revisionistas de Jruschov; debido a que China se negó a
asumir las nuevas tesis de los XX y XXII Congresos del PCUS, es
calificada de «nacionalista». La Unión Soviética desarrollaba en
cambio sus propias prácticas de chovinismo de gran potencia y
hegemonismo (aquellas sí, muy reales) sobre China, cuya política de
ayuda y apoyo a los revolucionarios de todo el mundo era, durante los
años 60, auténticamente revolucionaria. Esta política no tenía nada que
ver con la búsqueda de una «hegemonía mundial», acusación que fue
lanzada por primera vez contra China por parte de las fuerzas
imperialistas. Lo que escribe en 1965 el antiguo nazi Siegfried Müller,
cooptado por la Escuela Militar Americana en 1950 para luego servir a la
OTAN durante seis años, y mercenario en el Congo-Kinshasa en 1964, es
bastante significativo: «si existe un peligro que amenaza al
Occidente cristiano, éste no puede venir más que de la vieja ciudad
imperial de Pekín (…) Pekín ya está empezando a poner sus manos sobre
África. 750 millones de chinos se esmeran en su país. Avanzan sin prisa,
pero sin pausa, en dirección hacia Estados Unidos. Se han instalado en
Indonesia, Birmania y Hong Kong (sic) y en otros muchos lugares » (2).
El irresistible avance del comunismo…
Brezhnev hace un análisis de la situación del movimiento comunista
internacional con el mismo subjetivismo grosero que caracterizaba la
euforia jruschovista y cuya función principal era la de velar la
realidad. «El movimiento comunista internacional se ha reafirmado en
sus posiciones, siendo la fuerza política más influyente de nuestra
época» (pág.25). «En los últimos años, el sistema socialista mundial se ha consolidado de manera sensible. (…)
En los países hermanos, el régimen socialista se refuerza con regularidad» (pág. 9 y 11). «Sí,
ese Estado socialista, por siempre vigoroso y próspero, ¡existe! Ese
Estado es nuestra patria soviética, la URSS. Su potencia, en el plano
económico, militar, como en otros planos, es inquebrantable» (pág. 174).
El sentimiento de potencia irresistible, que emana de la URSS, es lo que
inspira esta estimación optimista del movimiento comunista
internacional. Pero hablar de «consolidación» del movimiento,
cuando se produce la ruptura con los partidos chinos y albaneses, cuando
se produce el enfrentamiento político con la China socialista y sus 800
millones de habitantes, cuando aparecen profundas divergencias con los
partidos de Vietnam, de Corea, de Rumania y de Cuba, no es más que una
mistificación. Los analistas burgueses supieron ver mejor que nadie la
posibilidad de un debilitamiento estratégico del movimiento comunista
internacional a causa de la ruptura entre el PCUS y el PCCh. El concepto
de «potencia inquebrantable» de la URSS está en la base misma
del hegemonismo soviético ejercido sobre el movimiento comunista, que ya
aparece reflejado en este informe al XXIII congreso. «Las constantes básicas de la edificación comunista son comunes a todos los países»
(pág. 11). Pero la URSS tiene licencia para determinar cuáles son esas
constantes y, por consiguiente, para excomulgar a todos aquellos que no
sigan ciegamente las orientaciones soviéticas, tales como el Partido
Comunista Chino y el Partido del Trabajo de Albania en los 60.
El marxismo esclerótico como falsa conciencia
Con la llegada de Brezhnev al poder, el marxismo-leninismo se convierte,
de ciencia de la revolución, en ideología, en falsa conciencia que
esconde los intereses privados de una capa privilegiada divorciada de
los trabajadores. Los informes que Lenin presentaba a los congresos del
partido eran modelos de análisis concreto, materialista, de las
realidades socio-económicas en constante cambio, modelos de espíritu de
lucha y combate. En los informes de Stalin, se ve el marxismo-leninismo
como ciencia de la práctica de la lucha de clases; el análisis tiene por
objeto impulsar la revolución mundial y la lucha de clases en la Unión
Soviética; en ellos encontramos el debate, la crítica, el enfrentamiento
político en el seno del partido. Estas características fundamentales no
deben ser oscurecidas por algunas debilidades y algunos errores
políticos e ideológicos de Stalin, que no tenía el genio de Lenin. Con
Brezhnev, el marxismo-leninismo se convierte en ideología, en un
conjunto de tesis, ideas, y concepciones cuya función es oscurecer las
realidades vivas y cambiantes, y legitimar los intereses particulares de
la capa social en el poder. Los informes de Brezhnev no son más que
fraseología mistificadora a imagen y semejanza de los discursos de la
socialdemocracia en occidente, que hablan de socialismo, de ideales
igualitarios, de humanismo y de lucha contra el capitalismo monopolista
para velar mejor los antagonismos de clase y llevar a las masas a la
colaboración con el sistema imperante en mejores condiciones. En el
informe de Brezhnev al XXIII congreso, uno puede buscar en vano un
análisis profundo y materialista de las posiciones políticas y los
intereses económicos de las distintas capas y clases sociales existentes
en la Unión Soviética, o un análisis de los principales fenómenos
sociales de la sociedad soviética. Se repiten generalidades del tipo: «la teoría siempre debe abrir el camino a la práctica» (pág.160) y «todo el trabajo ideológico debe estar estrechamente ligado a la vida, a la práctica» (pág. 163), pero se evita llevar a la práctica estos excelentes preceptos. Y cuando de vez en cuando Brezhnev se atreve a «desarrollar» la teoría, separa completamente la teoría de la práctica. «El Partido Comunista», dice Brezhnev, «se ha vuelto todavía más fuerte y monolítico» (pág. 6). Un año después de la caída de Jruschov, ¿de qué tipo de «monolitismo»
cabía hablar? Sin el menor análisis de las realidades económicas,
políticas, culturales y religiosas existentes entre las 131
nacionalidades y etnias que había en la URSS, Brezhnev declara
perentoriamente: «Los pueblos de la URSS se han adentrado en un
proceso de acercamiento cada vez más acelerado, su unidad y su cohesión
se refuerzan hasta el punto de convertirse en indestructibles» (pág.
165). Vemos cómo Brezhnev se mantiene fiel a algunas de las tesis
esenciales de Jruschov, según las cuales la lucha de clases dejó de
existir en la URSS, salvo bajo formas marginales de delincuencia y
parasitismo. Esto lleva a Brezhnev a constatar algunos fenómenos
sociales, sin dedicarles un análisis profundo y de conjunto, y sin que
conduzcan por lo tanto a una práctica consecuente de lucha de clases. «Desgraciadamente», dice, «aún
se encuentra gente que se dedica al arte de denigrar a nuestro régimen,
al arte de calumniar nuestro pueblo heroico. Aunque, ciertamente, se
pueden contar con los dedos de la mano» (pág.127). Vemos aquí a qué
se limita el análisis de la corriente ideológica liderada por
Solzhenitsin, el ideólogo del zarismo nutrido por el antistalinismo de
Jruschov, el portavoz de las antiguas corrientes reaccionarias y de las
nuevas tendencias pro-imperialistas que han nacido en la sociedad. «Algunos
jóvenes tienen una mentalidad de parásitos, exigiendo mucho del Estado,
pero olvidándose de su deber con respecto a la sociedad. Los ideólogos
burgueses apuestan por estos hombres, poco curtidos, receptivos a las
malas influencias ideológicas, para utilizarlos en su propio interés.
Afortunadamente, son muy escasos en nuestro país» (pág. 151). La
despolitización de la juventud deriva necesariamente de la concepción de
Estado de todo el pueblo y de la declaración del cese de la lucha de
clases bajo el socialismo. El marxismo-leninismo sólo puede apoyarse en
la juventud en tanto que teoría de una lucha social viva. Un
marxismo-leninismo esclerótico, ideologizado, no puede implantarse en el
espíritu de la juventud. Y desde Lenin, sabemos que no existe el vacío
en materia de ideología. Allí donde no se implanta la ideología
socialista, reina, bajo múltiples formas, la ideología burguesa.
El economicismo
La tesis principal de Brezhnev es que ya no hay amenazas serias para el
socialismo en la URSS, o si acaso, pequeños problemas que se pueden dar
en sectores marginales de la sociedad. Pero en el seno del «partido del pueblo entero»,
el leninismo y el socialismo científico se desarrollarán por siempre y,
por consiguiente, no puede haber peligro alguno que pueda venir desde
el interior del partido. Se trata de una total desmovilización de los
comunistas por la defensa de la dictadura del proletariado y por la
lucha de clases en el interior del partido y la sociedad. De ahí deriva
un grosero economicismo en la concepción del partido y del sindicato. El
economicismo, la tendencia a sólo considerar los problemas directos que
se dan en la producción y en el trabajo en la fábrica o la oficina, es
el tipo de ideología burguesa que se impone espontáneamente a los
trabajadores. El economicismo impide que la conciencia de los
trabajadores se eleve hacia la comprensión de los intereses de las
distintas clases y capas sociales así como la lucha y la oposición entre
ellas; el economicismo vela la cuestión principal de la dictadura de
clase, que se expresa en la acción del Estado. El economicismo
desmoviliza al partido en la defensa de la dictadura del proletariado.
Esta es la tesis economicista fundamental que elaboró Brezhnev acerca de
la construcción del partido: «En las nuevas condiciones, las
organizaciones del partido son aún más responsables del trabajo que se
hace en los colectivos de producción, del desarrollo económico de las
ciudades y las repúblicas. Deben ser verdaderos organizadores de la
realización de los planes (quinquenales) fijados por el partido» (pág. 102). A continuación, Brezhnev define las tareas de los sindicatos: «En
las condiciones actuales, la actividad de los sindicatos, en tanto que
escuelas de comunismo, adquiere un nuevo significado. La extensión de
las prerrogativas y de la autonomía económica de las empresas, y el
empleo sistemático de estimulantes económicos, aumentan
considerablemente la responsabilidad de los sindicatos en lo que
respecta al cumplimiento del plan estatal, el perfeccionamiento técnico
de la producción, la proliferación de los inventores y racionalizadores»
(pág. 142). Sin embargo, durante el periodo de la construcción
socialista, en el terreno de la edificación económica subsiste la lucha
entre la vía socialista y la vía capitalista; la autonomía de las
empresas, así como los estimulantes materiales, pueden desarrollar
elementos capitalistas en los terrenos principales, en la propiedad de
los medios de producción, en el reparto de bienes, en las relaciones
sociales y en la conciencia política. Estos problemas se han descartado
conscientemente para permitir que los elementos burgueses del partido y
el Estado puedan consolidar sus posiciones con total tranquilidad.
Los problemas económicos y el peligro de restauración
Al hablar de economía, Brezhnev responde a la prensa burguesa cuando
habla de crisis en la economía soviética y predice el abandono del
socialismo. «Estas afirmaciones son perfectamente ridículas. La
propiedad social de los medios de producción sigue siendo un principio
inmutable para nosotros. No sólo mantenemos, sino que perfeccionamos la
planificación del desarrollo económico. Ahora, el refuerzo de la
dirección planificada centralizada de la economía nacional aúna la
extensión de la iniciativa y la independencia de las empresas. La
sociedad socialista tiene por principio fundamental la remuneración en
función de la cantidad y la calidad del trabajo aportado, que implica
por consiguiente la acción de estimulantes económicos, del interés
material» (pág. 75-76). Estas tesis jruschovistas son reafirmadas
así por Brezhnev en 1966, y lo seguirán siendo hasta su muerte en 1982.
No obstante, el Partido Comunista Chino había formulado una serie
observaciones que merecían una reflexión. Pero con la campaña antichina
dirigida contra el «oportunismo de izquierdas» de Mao Zedong,
todas las observaciones del PCCh eran rechazadas con desprecio. La
ruptura entre el PCUS y el PCCh conllevó el debilitamiento de la lucha
política basada en el marxismo-leninismo y empobreció gravemente el
debate en el seno del PCUS. En 1964, el PCCh escribió: «Jruschov
adoptó una serie de medidas políticas revisionistas que han acelerado
considerablemente el desarrollo de las fuerzas capitalistas, y han
exacerbado de nuevo en la Unión Soviética la lucha entre el proletariado
y la burguesía, la lucha entre la vía socialista y la vía capitalista.
(…) Las fábricas, que han caído en manos de elementos degenerados,
siguen siendo nominalmente empresas socialistas, pero en realidad se han
convertido en empresas capitalistas, en instrumentos de su fortuna. Las
relaciones con los obreros se han mutado en relaciones de explotación.
(…) Y sus cómplices en los órganos del Estado, conchabados con ellos,
toman parte en todo tipo de explotación y en desvíos de fondos, dan y
aceptan sobornos, y participan en el reparto del botín. ¿No son ellos,
también, elementos burgueses en todas las acepciones del término?»
(3). Aunque saque algunas conclusiones probablemente precipitadas, estas
observaciones sitúan correctamente un problema fundamental que no hizo
más que agravarse durante el reinado de Brezhnev.
Es interesante apuntar que ya en 1966 Brezhnev menciona algunas
debilidades del sistema económico, a las que se referirá en todos los
congresos posteriores, sin que se consiga remediarlas, sino todo lo
contrario. «En estos últimos años, han empezado a notarse ciertos
fenómenos negativos, como la disminución de la tasa de crecimiento de la
producción y de la productividad del trabajo, la disminución de la
eficacia en el empleo de los fondos productivos y de las inversiones» (pág. 71). «La
tasa de crecimiento de los principales productos agrícolas ha sido
sensiblemente inferior a la que era en los cinco años anteriores» (pág. 89). «El partido ha fijado como uno de sus objetivos más urgentes la mejora sustancial de la calidad de la producción» (pág. 83). «Las
empresas que fabrican artículos de consumo no tienen totalmente en
cuenta los gustos y exigencias de los consumidores. Muchos artículos son
de una calidad inferior» (pág. 111).
La subestimación del imperialismo y el elogio de la vía reformista
Brezhnev no hace un análisis materialista y dialéctico de los puntos
fuertes y débiles del imperialismo, ni de los fenómenos positivos y
negativos en los países socialistas, como tampoco lo hace de la
evolución de la lucha entre el socialismo y el imperialismo en
diferentes terrenos. Aquí también, no hace más que producir ideología:
el socialismo avanza constantemente de forma victoriosa, el imperialismo
se hunde en crisis cada vez más profundas. «El sistema capitalista conoce una crisis general». «La
agresividad creciente del imperialismo refleja el crecimiento de las
dificultades y de las contradicciones en las que se mueve el sistema
capitalista mundial en nuestros días. (…) El imperialismo es impotente
ante la marcha de la historia» (pág. 17-18 y 7-8).
De esta visión de un imperialismo «impotente ante la marcha de la historia»
deriva una posición reformista sobre el tránsito del capitalismo hacia
el socialismo. Brezhnev recoge la tesis de Jruschov sobre el tránsito
pacífico, por la vía parlamentaria, «apoyándose en duras luchas de masas». En Francia, donde el Partido Comunista se tiñe cada vez más de revisionismo, Brezhnev constata la «madurez política de las masas». Hace la misma afirmación sobre Italia y Estados Unidos. «Se
constata la formación de un amplio frente antimonopolista. Este proceso
favorece la unión de las masas y la extensión de su lucha hacia el
objetivo final: la refundición revolucionaria de la sociedad, el
socialismo. El capitalismo está a la víspera de días difíciles. Se hace
cada vez más evidente que está avocado a desaparecer. Pero los
capitalistas jamás renunciarán voluntariamente a su dominación. Las
masas trabajadoras y la clase obrera sólo podrán obtener la victoria a
través duras batallas de clase» (pág. 22-23). Éste es el típico
lenguaje de los traidores al marxismo, empezando por los
socialdemócratas de los años 1918-21, que divagaban entonces sobre «duras batallas» y la «refundición revolucionaria de la sociedad»
para combatir mejor la insurrección popular, la destrucción del aparato
represivo del Estado burgués y la dictadura del proletariado.
Y lo que es más grave, esa supuesta «incapacidad» del
imperialismo sirve para justificar la vía reformista en los países del
tercer mundo y para rechazar la vía de la revolución
nacional-democrática, por entonces defendida de manera consecuente por
el PCCh, que se mantenía al margen por su «oportunismo de izquierda». Citando la República Árabe Unida (Egipto-Siria), Argelia, Mali, Guinea, el Congo-Brazzaville y Birmania, donde «se han realizado serias transformaciones sociales», Brezhnev afirma: «Las
masas populares se convencen de que la mejor vía es la del desarrollo
no-capitalista. Los pueblos no pueden deshacerse de la explotación, la
miseria y el hambre más que adoptando esta vía. (…) Hemos establecidos
relaciones estrechas y amistosas con los jóvenes Estados que se orientan
hacia el socialismo» (pág. 4). Estas tesis revisionistas niegan la
necesidad de hacer un análisis clasista de las diferentes fuerzas en el
poder en los países recientemente independientes; niegan también el
análisis clasista del antiguo aparato de Estado colonial, que muchas
veces sigue intacto, y rechazan hacer un análisis materialista del
control del imperialismo sobre las diferentes palancas económicas de
estos países.
El XXIV congreso: Brezhnev profundiza en la revisión del leninismo
En su informe al XXIV congreso, Brezhnev suscribe de nuevo la línea revisionista emanada del XX congreso. (4)
Hasta en dos ocasiones, Brezhnev subraya que el «dogmatismo» de los tiempos de Stalin ha sido reemplazado por el «espíritu creativo», y que la «desestalinización» de Jruschov fue necesaria y correcta. «El
partido ha demostrado la inanidad de las concepciones dogmáticas que
ignoraron los grandes cambios acontecidos estos últimos años en la vida
de nuestra sociedad. La liquidación de la secuelas del culto a la
personalidad y de los errores subjetivistas han tenido repercusiones
profundamente beneficiosas en la atmósfera política general» (pág.
183). Después de denunciar la tendencia extremista de derecha,
representada por Solzhenitsin, Brezhnev se ve obligado a atacar a los
que se acogen a ciertas concepciones fundamentales de la época
estalinista. «Otra tendencia extrema es el intento de exculpar
fenómenos ocurridos en el pasado, que el partido ha sometido a firme
crítica en base a los principios; es el intento de mantener nociones y
opiniones contrarias al elemento nuevo y creador que el partido ha
aportado a lo largo de estos últimos años» (pág. 157).
Escalada contra la China socialista
Brezhnev redobla sus ataques contra China y contra todos los partidos y
organizaciones que se acogen a una interpretación revolucionaria del
marxismo-leninismo. «Los dirigentes chinos», dice Brezhnev, «han
adoptado respecto a cuestiones esenciales de la vida internacional y
del movimiento comunista internacional, una plataforma ideológica y
política particular, incompatible con el leninismo. Han exigido que
renunciemos a la línea del XX congreso y al programa del PCUS» (pág.
17). Al igual que en el XXIII congreso, no aprendemos nada nuevo sobre
las cuestiones de fondo debatidas entre el PCUS y el PCCh. China habría «exigido»
que el PCUS renuncie a su línea. Realmente, fueron los soviéticos
quienes exigieron que todos los partidos comunistas del mundo se
adhieran a la línea del XX congreso del PCUS. Llamaron abiertamente a
derribar a los dirigentes de los partidos que expresaron su desacuerdo
con Jruschov. En muchos partidos, la dirección del PCUS organizó putschs
para apartar a los dirigentes que se acogían al «estalinismo», y
reemplazarlos por adeptos a la línea revisionista de Jruschov.
Valiéndose de su posición hegemónica, los dirigentes soviéticos
decretaron que la «plataforma particular» elaborada por el PCCh era «incompatible»
con el leninismo (en su versión jruschovista). Así, Brezhnev hace del
seguidismo político hacia el PCUS el criterio decisivo del
internacionalismo: aquellos que no siguen al PCUS son culpables de
desviación nacionalista, cuando no de antisovietismo. Pero la realidad
es que durante el Gran Debate, los chinos se atuvieron a las tesis
esenciales de Lenin y a su espíritu revolucionario, mientras que
Jruschov presentaba como «desarrollos creadores del leninismo» a
viejas tesis socialdemócratas. Muchas organizaciones revolucionarias
nacidas en los años 60 se sentían más cercanas a las ideas defendidas
por China y por Albania que al revisionismo. Todas fueron acusadas de
hacer secesión, despreciando la realidad política de cada país. Así, el
insignificante grupo revisionista de los hermanos Lava en Filipinas
recibe el título de marxista-leninista, mientras que el nuevo Partido
Comunista de Filipinas, una de las organizaciones comunistas más serias y
dinámicas de Asia, es apartada por secesionista. En Italia, Brezhnev
mete al «grupúsculo Il Manifesto» en el saco de los «renegados» (pág.36).
Entre 1966 y 1971, Brezhnev pasó de la lucha política en aras de
eliminar la línea marxista-leninista defendida por el PCCh, al
enfrentamiento político y militar con el Estado chino. «Los dirigentes chinos», dice Brezhnev, «han
desatado una violenta campaña propagandística contra nuestro partido y
nuestro país, han formulado pretensiones territoriales sobre la URSS e
incluso han provocado incidentes armados en la frontera soviética en
1969» (pág.7). Aquellos que hayan estudiado este problema con
objetividad saben que el derecho legal estaba del lado de China y que en
este caso Brezhnev practicó una política agresiva y hegemonista. ¿De
qué se trataba? De la delimitación de las fronteras entre China y la
URSS a lo largo de los 2200 kilómetros que recorre el río Ussuri entre
ambos países. Un tratado desigual, impuesto por los zares, establece
dicha frontera sobre la orilla china del río. Zhores Medvedev, nada
sospechoso de simpatizar con China, escribe: «La actitud de China era
lógica en la medida en que pretendía que la Revolución de Octubre había
anulado los tratados firmados por el gobierno zarista» (5). China
acepta el statu quo, y por tanto la anexión de los territorios chinos
por el zarismo, pero exige que la frontera sobre el río Ussuri sea
trazada según las costumbres internacionales. «Ambos países necesitan el río para navegación, pesca y otras actividades», escribe Medvedev. «Normalmente,
cuando una frontera recorre un río, la línea de demarcación pasa por la
mitad del río o por la mitad del canal de navegación». Poco después
de la muerte de Brezhnev, en noviembre de 1982, una nueva ley sobre la
frontera soviética estipuló en su artículo 3 que «la frontera pasa por la mitad del canal de navegación sobre los ríos navegables» (5). Pero en 1969, Brezhnev estuvo a punto de provocar una guerra total con China. «Es
Brezhnev quien dio a la artillería la orden de disparar a discreción
contra las tropas chinas, lo que provocó la muerte de varios miles de
soldados chinos y un profundo resentimiento de China contra la Unión
Soviética» (6).
El nacimiento de la tendencia hegemonista
Este enfrentamiento con China es un síntoma del paso de la URSS hacia
una política de hegemonismo con respecto a los países socialistas y los
países anti-imperialistas en el tercer mundo.
Esta actitud hegemónica proviene de una política que apuesta por la
potencia militar como medio principal para influir en el curso de los
acontecimientos en el mundo. «Durante el periodo considerado», dice Brezhnev, «los problemas del ejército no han dejado de estar en el centro de nuestra atención». «Reforzar
el Estado soviético implica reforzar también a sus fuerzas armadas,
aumentar al máximo la capacidad de defensa de nuestra patria» (pág.
144-145). Con el internacionalismo como cobertura, la Unión Soviética
propulsa su fuerza militar en los distintos puntos del planeta en los
que se presenten oportunidades para implantar y reforzar la presencia
soviética. El «orgullo por la patria» degenera en chauvinismo de gran potencia. «Un
trabajo considerable ha sido realizado para educar a los soviéticos en
el orgullo por su patria, su pueblo y sus grandes realizaciones, en el
respeto por las páginas gloriosas del pasado de su país» (pág. 149). Se recogen las «grandes realizaciones»
del zarismo y se borran sus crímenes de agresión, expansión y anexión.
La defensa del tratado zarista sobre la frontera del río Ussuri es
característica del pensamiento de Brezhnev. Creemos que este alarde de
chauvinismo es lo que también explica por qué la dirección del PCUS
interrumpe en este momento las críticas contra Stalin. No se trata de
una refutación de las tesis jruschovistas y de una vuelta a las
concepciones revolucionarias defendidas en tiempos de Stalin: Brezhnev
no recoge del pasado más que los aspectos de grandeza así como las
victorias que permitan reforzar un patriotismo chauvinista y
conquistador. La crítica hacia Stalin no encajaba con una educación
enfocada hacia el pasado glorioso de la patria.
En la mente de los dirigentes soviéticos, el que un país escoja la vía
socialista es cada vez más sinónimo de alianza con la Unión Soviética,
de aceptación de su paraguas militar y de concordancia con su
interpretación del socialismo.
Brezhnev enfatiza la «integración económica de los Estados socialistas»
(pág. 8), lo que implica en los hechos una subordinación de las
economías de los distintos países socialistas a la Unión Soviética.
Extendiendo su paraguas militar sobre los demás países socialistas,
Brezhnev declara: «Los países socialistas son el mayor bastión contra las fuerzas que tratan de atacar y debilitar el campo socialista»
(pág. 21-22). Aparentemente, la Unión Soviética expresa así su
fidelidad al internacionalismo proletario. Pero cuando uno mira más de
cerca, se constata que, lejos de fortalecer la comunidad socialista, su
injerencia y su control sobre los otros países debilitan las bases del
socialismo en los demás países y hace descansar su cohesión sobre la
fuerza de la Unión Soviética. La teoría de «la mejor muralla: la unidad fraternal»,
es decir, la protección de la Unión Soviética, es fundamentalmente
falsa. La mejor muralla no puede ser otra que la movilización de los
trabajadores, el desarrollo de su conciencia, su esfuerzo independiente
por defender el régimen popular. Sobre esta base, un país puede, en
circunstancias excepcionales y durante un periodo limitado, solicitar
ayuda a países socialistas amigos. La República Democrática y Popular de
Corea siempre mantuvo su independencia política y económica. Agredida
por el ejército americano en 1950, aceptó la ayuda militar china y
soviética, pero eso no la apartó de su política fundamental de apoyarse
ante todo en sus propias fuerzas. La experiencia ha demostrado que el
socialismo en Corea está más sólidamente implantado entre las masas que
en los países de Europa del Este, que aceptaron el control económico y
militar permanente de la URSS.
La misma tendencia hacia la hegemonía y el control se ve reflejada en la
concepción que tiene Brezhnev de la lucha en el tercer mundo. «El sistema socialista mundial», afirma, «representa la fuerza decisiva en la lucha antiimperialista» (pág. 8). Al decir que la Unión Soviética es la «fuerza decisiva» en la lucha antiimperialista, Brezhnev tiende a colocar a los países y a los pueblos anti-imperialistas bajo su «protección».
Rechaza el punto de partida de toda visión revolucionaria del mundo:
son los pueblos los que hacen la historia; las masas trabajadoras del
tercer mundo son los artífices de su propia liberación; la conciencia
anti-imperialista, la capacidad de organización y la potencia de combate
de los pueblos del tercer mundo son el factor principal en la lucha
antiimperialista.
El acercamiento entre las clases y las nacionalidades…
El punto clave de la traición jruschovista fue la negación de la lucha
de clases bajo el socialismo y la consiguiente liquidación de la
dictadura del proletariado. Brezhnev llevó ese absurdo al extremo. Una
simple observación materialista de la sociedad soviética indicaba que
las diferencias de clase se acentuaban a medida que pasaban los años y
que las contradicciones económicas, políticas y culturales entre las
repúblicas se agudizaban. Los «desarrollos creativos de la teoría»
de los que hablaba Brezhnev no eran más que elucubraciones idealistas,
completamente alejadas de la realidad, imágenes ideológicas de las que
se servía la capa dirigente para legitimar la nueva división de la
sociedad en clases antagónicas.
He aquí lo que dice Brezhnev sobre la sociedad sin clases que supuestamente existe en la URSS: «El
acercamiento entre todas las clases y grupos sociales, el reforzamiento
de su unidad social se produce en nuestro país sobre la base de la
ideología marxista-leninista» (pág. 129). «Nuestra
intelectualidad soviética considera que su vocación es la de consagrar
su energía y su energía creativa a la obra de edificación de la sociedad
comunista» (pág. 132). Pero en aquella época, buena parte de esa intelectualidad que se «consagraba al comunismo»
estaba completamente despolitizada, desarrollaba para sí una ideología
tecnocrática, y estaba atraída por el sistema económico y social de
Occidente. En esta sociedad brezhneviana sin clases, también se borran
las diferencias entre nacionalidades… Brezhnev habla de «una demostración impresionante de la unidad monolítica de todos los pueblos de nuestra Patria» (pág. 134). Esto le lleva a formular uno de sus mayores descubrimientos teóricos: la creación del «pueblo soviético», concepto en el que se disuelven tanto las clases como las nacionalidades. «Hemos
visto formarse en nuestro país una nueva comunidad histórica: el pueblo
soviético. Las nuevas relaciones armoniosas entre las clases y los
grupos sociales, entre naciones y nacionalidades, relaciones de amistad y
cooperación, nacieron del trabajo en común (…) En nuestro país, la
gente está unida por la comunidad de su ideología marxista-leninista» (pág. 136).
Discursos moralizantes para los « marginales »
Esta ficción sobre la «unidad del pueblo soviético unido por el marxismo-leninismo»
se contradice con una serie de hechos y fenómenos que no se pueden
obviar. ¿Cómo resuelve Brezhnev esta contradicción? Reduciendo las
contradicciones y antagonismos sociales a fenómenos marginales que se
deben a actitudes personales y a la degeneración moral a escala
individual. En otras palabras, niega que ciertos fenómenos negativos
demasiado visibles estén relacionados con la diferenciación de clases
que se deriva de las posiciones económicas y sociales cada vez más
divergentes que ocupan los hombres en la producción material y en el
seno del aparato estatal; niega que se deban a las corrientes políticas
burguesas y reaccionarias que se desarrollan tanto entre las capas
dirigentes como en el seno de las masas populares.
«Hay que reconocer que aún existen funcionarios sin corazón, burócratas, groseros personajes», observa Brezhnev. Su remedio para ello se reduce a un banal deseo. «Una atmósfera de benevolencia, de respeto por el hombre debe reinar en cada uno de nuestros despachos» (pág. 139). Anuncia «una
lucha constante e implacable contra las supervivencias del pasado, (…)
[contra] el parasitismo, la codicia, la concusión, la calumnia, el
espíritu chicanero, la embriaguez, etc.» (pág. 150).
Análisis idealista del imperialismo, apoyo al reformismo
El análisis de Brezhnev de los países dominados por el capitalismo
mundial también está completamente desprovisto de fundamentos
materialistas. De 1917 a 1956, el socialismo mundial tuvo un empuje
notable gracias a las incesantes luchas revolucionarias de los pueblos,
que estuvieron correctamente dirigidas, en lo principal, por los
partidos comunistas. El imperialismo tuvo que retroceder durante este
periodo, ante el vigor del movimiento revolucionario internacional de
los pueblos. Esta tendencia, que se desarrolló a través de duros
combates, Brezhnev la convierte en una ley histórica que se impone
automáticamente: el socialismo se refuerza de manera continua y el
imperialismo tiende irremediablemente a su fin.
«La crisis general del capitalismo sigue profundizándose» (pág.
24). De este análisis idealista y unilateral de las realidades del
imperialismo, se sigue una estrategia reformista para «derrocar» al capitalismo en las metrópolis y para expulsar el imperialismo de los países dependientes.
«Las batallas que está librando la clase obrera en estos momentos
anuncia nuevos enfrentamientos de clase, susceptibles de conducir a
transformaciones sociales fundamentales, a la instauración del poder de
la clase obrera en alianza con otras capas sociales de trabajadores»
(pág. 29). La instauración del socialismo mediante transformaciones
sociales es la idea maestra de la socialdemocracia y de los partidos
burgueses «socializantes». En los años 60, algunos partidos
burgueses y pequeñoburgueses del tercer mundo empleaban un lenguaje
marxista y socialista para mistificar a una población exasperada por
décadas de barbarie colonial, ganarse apoyos en el campo socialista, y
reforzar su posición en las negociaciones con el capitalismo
internacional. Descartando todo análisis de clase y haciendo desprecio
de toda la estrategia leninista, Brezhnev declara que estas fuerzas han
emprendido la vía del socialismo auténtico.
Tras saludar la «ofensiva de las fuerzas de liberación nacional y social contra el dominio del imperialismo», Brezhnev afirma: «En
Asia y África, varios países ya han emprendido la vía del desarrollo
no-capitalista, es decir han optado por edificar con la perspectiva de
la sociedad socialista». Menciona, entre otros, a Egipto, Birmania, Argelia, Guinea, Sudán, Somalia, Tanzania, Siria, el Congo-Brazzaville. «Los gobiernos de Perú y Bolivia luchan contra el dominio de los monopolios americanos»
(pág. 33). En plena borrachera tras la victoria parlamentaria de la
izquierda chilena, la estrategia reformista de Brezhnev parece haber
pasado la prueba de fuego. «En Chile, la victoria del frente de unidad nacional ha sido un acontecimiento capital» (pág. 32).
Brezhnev «analiza» Polonia y Checoslovaquia
No obstante, una mínima observación de las realidades en el seno de la «comunidad socialista» bajo influencia soviética desmiente el bluf político de Brezhnev. Su «sociedad sin clases»
aún puede ser ilusionante en la URSS, donde los verdaderos comunistas
han moldeado desde 1917 la fisionomía política de las grandes masas, y
donde existen algunas tradiciones, como la potencia del Ejército Rojo y
de los servicios policiales, que imponen una cierta unidad a la
sociedad.
Pero en las sociedades de Europa del Este estallan las contradicciones
de clase y se desarrollan con fuerza unos movimientos de masas
burgueses. Brezhnev es incapaz de entender la amplitud y la profundidad
de estos fenómenos, y por tanto es incapaz de encontrar remedios
adecuados. La presencia o la intervención del Ejército Rojo impide que
la derecha triunfe en estos países, pero la degeneración no puede en
modo alguno detenerse mediante las generalidades banales de un Brezhnev
cegado ante la realidad.
Polonia atravesó una crisis en 1968 (con 200 000 personas,
principalmente intelectuales liberales expulsados del partido) y huelgas
importantes en 1971. Brezhnev analiza la situación: «Notamos con
profunda satisfacción cómo la dificultades que habían surgido en Polonia
fueron superadas. El Partido Obrero Unificado de Polonia está tomando
medidas destinadas a consolidar sus lazos con la clase obrera, a
reafirmar las posiciones del socialismo en el país» (pág. 15).
Pero fue la corriente socialdemócrata de Dubcek, a la cabeza del partido
checoslovaco, quien lanzó el desafío más peligroso para los fundamentos
socialistas del país, así como para las pretensiones hegemonistas de la
URSS. El Ejército Rojo tuvo que intervenir en agosto de 1968. «Los
acontecimientos checoslovacos han recordado, una vez más, que en los
países que han iniciado la edificación socialista, las fuerzas
antisocialistas que lograron mantenerse en el interior pueden, bajo
ciertas condiciones, intensificar su actividad y llegar a actos
contrarrevolucionarios directos con la esperanza de obtener un apoyo
exterior por parte del imperialismo, que siempre está dispuesto a hacer
frente común con estas fuerzas. Hemos visto cómo se manifiesta el
peligro del revisionismo de derecha que, bajo el pretexto de mejorar el
socialismo, se esfuerza en allanar el terreno a la ideología burguesa.
(…) Es importante reforzar constantemente el papel dirigente del partido
en la sociedad socialista, afrontar como marxistas-leninistas y con
espíritu creativo los problemas del desarrollo socialista que han
llegado a madurez» (pág. 20).
En realidad, los fundamentos del revisionismo de derecha ya habían sido
puestos por Jruschov: denuncia de la experiencia revolucionaria del
partido bajo Stalin, renuncia a la dictadura del proletariado, teoría
del cese de la lucha de clases bajo el socialismo, concepto del “partido de pueblo entero”.
Fue Jruschov el primero en haber allanado el terreno para la ideología
burguesa, bajo el pretexto de mejorar el socialismo. Brezhnev pretende
ahora mantener este revisionismo soviético, pero al mismo tiempo quiere
prohibir que los demás hagan realidad todas las consecuencias de este
revisionismo. Pero no se puede criticar eficazmente a los
ultra-revisionistas partiendo de una posición revisionista. En este
contexto, «reforzar el papel dirigente del partido» significa:
reforzar la dirección de un partido leal a la concepción revisionista
que prevalece en Moscú, y no dejar que se desarrollen centros de
contrapoder ultra-revisionistas, es decir socialdemócratas
pro-occidentales.
Un movimiento comunista internacional que se desmorona
En otro terreno esencial, que es el desarrollo del movimiento comunista
internacional, las pretensiones de Brezhnev hacia la hegemonía mundial
también resultaron ser un bluf.
Brezhnev afirma que la Conferencia Internacional de Partidos Comunistas y Obreros, celebrada en 1969, «hizo mucho para profundizar en algunos puntos de la teoría marxista-leninista aplicada a la situación contemporánea» (pág. 34). Después, habla de su idea maestra: «En líneas generales, la cohesión del movimiento comunista internacional no deja de crecer»
(pág. 35). La realidad es que, sobre la base de la plataforma
revisionista de Jruschov, un gran número de partidos comunistas se
dirigían a marchas forzadas hacia la reconciliación con la burguesía
local y hacia la colaboración con la gran burguesía monopolista. Este
acercamiento con burguesía del propio país significaba en los hechos la
destrucción de la unidad del movimiento comunista internacional.
Completamente desunidos en torno a las cuestiones de la revolución, los
partidos comunistas intentaron, bajo el impulso de Brezhnev, mantener
una unidad basada en el apoyo a la Unión Soviética y la lucha por el
desarme. Pero como la traición al marxismo revolucionario afectaba a
todos los terrenos, aquí también la unidad era puramente formal. De
hecho, pese a su demagogia sobre la unidad, Breznev no puede esconder
los cuatro ejes que hacen estallar el movimiento comunista
internacional: la defensa de la experiencia revolucionaria de Lenin y
Stalin («revisionismo de izquierda»), la socialdemocracia del tipo Dubcek o Togliatti («revisionismo de derecha»),
la oposición a tener al modelo soviético como referencia, a los
dictados y a las intromisiones en los asuntos de otros partidos («nacionalismo») y la fidelidad incondicional hacia la URSS («marxismo-leninismo auténtico»). Brezhnev dice lo siguiente: «La
lucha contra los revisionistas de derecha y de izquierda y contra el
nacionalismo mantiene toda su vigencia. Son precisamente las tendencias
nacionalistas, en particular aquellas que adoptan el antisovietismo como
forma, por las que apuestan los ideólogos burgueses» (pág. 35).
Pese a este reconocimiento (algo discreto) de las tendencias hacia la explosión, ¡Brezhnev mantiene la ficción de que la «lucha de principios»
que lleva a cabo el PCUS contra todos los revisionismos que no cuadran
con sus intereses, orienta al conjunto del movimiento comunista
internacional y asegura su unidad! «La lucha inflexible del PCUS por
la pureza de la teoría marxista-leninista del partido tuvo una gran
resonancia internacional, contribuyendo a orientar por la buena vía a
los comunistas y a millones de trabajadores» (pág. 182).
La Conferencia Internacional de 1969, glorificada por Brezhnev por el «crecimiento de la cohesión del movimiento comunista», será la última que conseguirán convocar los soviéticos…
El XXV congreso: el apogeo del hegemonismo
En el XXV congreso, Brezhnev llega al apogeo de su «grandeza»
(7). Es el congreso en el que, tras haber llegado al delirio, el
revisionismo se convierte en comedia. Es el congreso que despliega por
primera vez un programa a favor del hegemonismo soviético en los cinco
continentes.
«Tout va très bien, madame la marquise»[1]
Brezhnev va incluso más lejos que Jruschov en su ceguera ante las
realidades sociales y políticas de la Unión Soviética: su discurso
ideologizado ya no se basa en el análisis concreto. Pese a las críticas
de 1965 sobre el subjetivismo y el voluntarismo de Jruschov, que
prometía sobrepasar a Estados Unidos en los años 70 y alcanzar el
comunismo antes de 1980, diez años más tarde, Brezhnev se pierde en la
misma plácida autosatisfacción. La Unión Soviética es una sociedad sin
clases y sin contradicciones entre nacionalidades, que el Estado del
pueblo entero transforma en sociedad comunista, a través de un progreso
continuo e ilimitado. «En nuestro país», dice Brezhnev, «se
construye una sociedad socialista desarrollada que se transforma
progresivamente en sociedad comunista. Nuestro Estado es el Estado del
pueblo entero. Se ha constituido en nuestra nación una nueva comunidad
histórica - el pueblo soviético - que descansa sobre la alianza
indestructible de la clase obrera, el campesinado, la intelectualidad,
la amistad entre todas las naciones y etnias del país» (pág. 110). «Es
una sociedad con una economía sin crisis y en perpetuo crecimiento. Es
una sociedad con una firme confianza en su porvenir y ante la cual se
abren las ilimitadas perspectivas de un progreso continuo» (pág. 118).
Brezhnev dibuja el mismo cuadro surrealista para los demás países socialistas, Polonia, Checoslovaquia, etc., que conocen un «crecimiento incesante» y una «continua consolidación política» (pág. 9). «La comunidad socialista se ha convertido hoy en la fuerza económica más dinámica del mundo» (pág. 13).
En su irresistible y continua marcha hacia adelante, el socialismo
desarrollado ejerce una influencia cada vez más decisiva sobre el
destino del mundo entero. «El mundo cambia literalmente ante nuestra
mirada, y en la mejor dirección. (…) ¿No podemos acaso sentir una
profunda satisfacción por la fuerza de nuestras ideas, por la eficacia
de nuestra política?» (pág. 5).
Es el discurso de una nueva capa burguesa que, habiéndose separado
completamente de las masas trabajadoras, también se separa –
contrariamente a la gran burguesía del mundo imperialista – de las
realidades políticas e ideológicas de su país, así como de las
realidades internacionales.
El Este: modelo para el hegemonismo
De esta visión ideologizada de un socialismo irresistible y triunfante
en la Unión Soviética, nació en los demás países socialistas, bajo el
impulso de la URSS, el concepto de hegemonía mundial, la aportación más
original de Brezhnev a la ciencia política. Brezhnev tiene la firme
convicción de que en buena parte del mundo actual pronto dominará un
socialismo de tipo soviético, gracias a la ayuda y la dirección política
general ofrecida por la Unión Soviética.
El concepto de hegemonismo de Brezhnev hunde sus raíces en la hegemonía
muy real que la Unión Soviética ejerce sobre los países socialistas del
Este de Europa. Ya no se puede hablar de una unidad verdadera,
revolucionaria de la comunidad socialista, puesto que falta el
fundamento para ello: la dirección efectiva del Partido Comunista sobre
las masas, obtenida a través de la lucha de clases contra las antiguas
capas explotadoras, las injerencias y las influencias ideológicas del
imperialismo, el burocratismo, el tecnocratismo, el revisionismo y la
corrupción en el seno de las instituciones, y a través de la
movilización política de las masas trabajadoras por la edificación
económica. Las capas aburguesadas que dirigen los países socialistas del
Este ya han perdido la dirección política sobre la mayoría del pueblo;
la influencia que conservan proviene esencialmente del encuadramiento
administrativo y proviene de una lucha de clases política. La obediencia
de estas capas aburguesadas – que al rechazar el regreso a métodos de
movilización política de las masas, tildados de métodos “estalinistas”,
no tienen apenas posibilidades de supervivencia – se presenta como una
forma superior de integración socialista. Brezhnev declara: «Vemos
aparecer cada vez más elementos comunes en la política, la economía y la
vida social de los Estados socialistas. Este proceso de acercamiento
gradual de los países socialistas adquiere hoy fuerza de ley» (pág. 9).
Cabe apuntar que al menos 3 de los 12 países que Brezhnev incluye en su «comunidad socialista»
se sustraen a la integración defendida por Brezhnev. Yugoslavia y
Rumanía compran su relativa libertad vendiéndose a las multinacionales y
a los bancos occidentales. Corea mantiene su independencia mediante una
política de movilización de masas. Así, Brezhnev subraya la necesidad
de la «lucha contra el repliegue sobre uno mismo y contra el aislamiento nacional» (pág. 9).
El eje principal del progreso de la humanidad…
Como buen revisionista, Brezhnev siempre se opuso a la estrategia de
insurrección popular, tanto en los países imperialistas como en el
tercer mundo; siempre se pronunció a favor de la estrategia reformista,
la estrategia de la dirección de la burguesía «ilustrada», aliada
a formaciones revisionistas. Su revolución mundial es, en esencia, la
extensión del hegemonismo soviético al resto del planeta, siguiendo el
modelo de Europa del Este. Para Brezhnev, el socialismo no nacerá de la
suma de las experiencias revolucionarias nacionales; Brezhnev niega que
los partidos revolucionarios deban estar anclados en la realidad
específica de su país, que deban movilizar a las grandes masas y
aplastar a las fuerzas del imperialismo y la reacción local. Hostil a
toda auténtica revolución popular, Brezhnev concibe que el progreso del
socialismo se realizará por medio de la atracción que el modelo
soviético ejerce sobre cientos de millones de hombres. Rechaza la idea
de que las masas populares armadas constituyan el único bastión contra
el imperialismo y la reacción, pero despliega ante los pueblos las
acciones del ejército soviético como garantía de su libertad.
Presentando la actividad del bloque soviético como «eje principal del progreso de la humanidad»,
Brezhnev niega la verdad elemental de que tan sólo la acción
revolucionaria autónoma de aquellos que sufren el yugo del imperialismo
puede traer el socialismo en su parte del mundo. La construcción del
socialismo, la lucha por la revolución socialista y la lucha por la
revolución nacional-democrática son los tres ejes del progreso social y
político. Estos tres ejes son fundamentales e independientes, aunque
también existen nexos de interdependencia entre ellos. Absolutizar
arbitrariamente uno de los ejes, el de la construcción del socialismo y
su influencia en el mundo, despreciando la lucha revolucionaria de los
trabajadores y de las naciones oprimidas, es una de las prácticas
características del revisionismo jruschovista.
Cabe destacar que desde que Jruschov elaborara sus tesis, presentó la
construcción del socialismo en la URSS, y la influencia que ejercería su
línea de coexistencia pacífica sobre las luchas de los pueblos, como el
factor decisivo en la evolución de la humanidad. Durante el Gran
Debate, el Partido Comunista Chino denunció la tesis avanzada por los
soviéticos de que «el principio de la coexistencia pacífica determina
ahora la línea general de la política exterior del PCUS y de los demás
partidos marxistas-leninistas». «Cuando el pueblo soviético goce
de las ventajas del comunismo, otros cientos de millones de hombres
sobre la tierra dirán: ¡estamos a favor del comunismo! Y en este
momento, hasta los capitalistas se pasarán al partido comunista» (8). Los revisionistas jruschovistas, decía el PCCh, «quieren
subordinar la revolución de liberación nacional a su línea general de
coexistencia pacífica y a los intereses nacionales de su propio país» (9). «Los
países socialistas y las luchas revolucionarias de los pueblos y
naciones oprimidas se sostienen y apoyan mutuamente. El movimiento de
liberación nacional en Asia, África y América Latina, y el movimiento
revolucionario de los países capitalistas constituyen un poderoso apoyo
para los países socialistas. Los países socialistas no deben adoptar
(respecto a ellos) una actitud puramente formal, de egoísmo nacional o
de chauvinismo de gran potencia. (…) La superioridad del sistema
socialista y los logros de los países socialistas en la edificación
sirven de ejemplo y constituyen una motivación para los pueblos y
naciones oprimidos. Pero este ejemplo no puede en ningún caso sustituir
la lucha revolucionaria de los pueblos y naciones oprimidos. Los pueblos
y naciones oprimidos sólo podrán obtener su liberación mediante su
propia lucha revolucionaria. No obstante, algunos exageran
unilateralmente el papel de la competición pacífica entre países
socialistas y países imperialistas y tratan de sustituir la lucha
revolucionaria de los pueblos y naciones oprimidos por la competición
pacífica. Según ellos, el imperialismo se derrumbará por sí sólo durante
esta competición pacífica, y los pueblos y naciones oprimidos no
tendrían más que esperar tranquilamente a que llegue ese día» (10).
Esta polémica de 1963 es muy reveladora. Constatamos que en 1976,
Brezhnev no se ha apartado, en cuanto al fondo, del punto de vista de
Jruschov. Pero «desarrolla» el revisionismo de manera creativa, en el contexto de la correlación de fuerzas existente en 1976.
He aquí el punto de vista de Brezhnev: «El desarrollo de los países
socialistas, el crecimiento de su potencia y de su influencia benéfica,
ejercida por su política internacional, constituye hoy el eje principal
del progreso de la humanidad. La fuerza de atracción del socialismo ha
crecido todavía más, gracias a la crisis que ha estallado en los países
capitalistas» (pág. 37-38). «El socialismo ejerce desde entonces
una inmensa influencia sobre las ideas de cientos de millones de hombres
en el mundo. (…) Sirve de bastión para los pueblos que luchan por su
libertad y su independencia» (pág. 15).
Para Jruschov, el porvenir del socialismo depende del ejemplo que la
URSS ofrece a los pueblos, gracias a su política de coexistencia
pacífica y de competición económica con el capitalismo (competición en
la que ganará, por supuesto). Brezhnev mantiene este punto de vista,
pero añade que la fuerza económica y militar de la URSS ejercerá una
influencia hasta en el más recóndito lugar del planeta y facilitará el
tránsito hacia el socialismo.
Esta línea de hegemonismo soviético, presentada como una aplicación del
internacionalismo proletario, se orienta ante todo hacia los pueblos del
tercer mundo, el eslabón débil del sistema imperialista mundial. He
aquí su presentación por Brezhnev: «La Unión Soviética no interfiere
en los asuntos internos de otros países y pueblos. (…) En los países en
vías de desarrollo, así como en todas partes, estamos de lado de las
fuerzas del progreso, la democracia y la independencia nacional» (pág. 18).
«La tragedia en Chile no ha invalidado en modo alguno la conclusión
de los comunistas acerca de la posibilidad, para la revolución, de
seguir diversas vías, incluso vías pacíficas, si se reúnen las
condiciones necesarias para ello. Pero ha recordado de forma imperiosa
que la revolución debe saber defenderse. Requiere de vigilancia ante el
fascismo y las intentonas de la reacción extranjera, y preconiza el
reforzamiento de la solidaridad internacional» (pág. 41).
Combatiendo a los verdaderos marxistas-leninistas en el tercer mundo,
Brezhnev apoyará a los reformistas (Chile), así como a golpistas y
aventureros (Etiopía, Afganistán) que él presenta de forma indistinta
como artesanos de la revolución socialista. Como la Unión Soviética está
«de su lado» y su ejército «constituye el bastión que garantiza su libertad»,
Brezhnev intervendrá en varios países para mantener en el poder a las
fuerzas reformistas y a los golpistas pro-soviéticos. Como no han
dirigido verdaderas revoluciones populares, estas fuerzas deberán
apoyarse cada vez más en la Unión Soviética y sobre sus propias fuerzas
armadas para reprimir a los reaccionarios, grandes burgueses y agentes
del imperialismo que han conservado lo principal de su arsenal
económico, político e ideológico, ya que no hubo una revolución
auténtica en el país.
¿De dónde proviene la corriente hegemonista?
¿Cómo podemos entender el surgimiento de una corriente hegemonista en la URSS entre 1965 y 1975?
Durante este periodo, diversas fuerzas revolucionarias en el tercer
mundo infligían realmente duros golpes a la dominación imperialista. El
proceso de descolonización avanzó de manera vigorosa durante los años 60
y 70. El imperialismo norteamericano encajó serias derrotas militares
en Vietnam, Camboya y Laos, y recibió duros golpes en Chile y Etiopía.
El viejo colonialismo europeo fue hecho trizas por la lucha armada en
Angola y Mozambique.
Habiendo abandonado el punto de vista marxista-leninista sobre la lucha
de clases en los países dependientes, Brezhnev creía que podía
capitalizar esas luchas para extender la influencia y la presencia
soviética.
El capitalismo conoció graves problemas, así como importantes crisis
económicas y políticas. Los movimientos de masas de los obreros y los
estudiantes se desarrollaban. Tras haber abandonado la tesis
marxista-leninista sobre la naturaleza del imperialismo y del Estado
burgués y sobre el carácter burgués de los movimientos reformistas,
Brezhnev creía que el socialismo estaba a la orden del día en el mundo
capitalista, y que la influencia política, el peso militar y la ayuda
económica de la URSS facilitarían este tránsito.
En la Unión Soviética seguían funcionando una gran cantidad de
mecanismos socialistas, seguía habiendo comunistas que motivaban y
movilizaban a los trabajadores en la producción. El desmantelamiento de
las estructuras y los valores socialistas no se hizo más que lentamente.
La Unión Soviética conoció una época de relativa estabilidad económica y
de constante desarrollo.
Al explotar algunas de las superioridades del sistema económico
socialista, Brezhnev hizo gigantescos esfuerzos en el terreno militar,
dándole a la URSS la paridad con la superpotencia norteamericana.
Nacida del proceso de degeneración de un partido comunista, la nueva
burguesía soviética no tenía un estilo de análisis materialista. Y lo
que es peor, tenía la arrogancia propia de las clases de nuevos ricos.
Brezhnev hizo un análisis idealista de todos los fenómenos que acabamos
de enumerar, y en base a este análisis construyó sus sueños de hegemonía
y de imperio «socialista» bajo dirección soviética.
En realidad, el hegemonismo soviético se movía desde el principio sobre
arenas movedizas. Las fuerzas reformistas, putschistas y aventureras por
las que apostaba en el tercer mundo y en los países capitalistas, no
podían asegurarle sólidas victorias, ni le aseguraban tampoco la
fidelidad de los eventuales vencedores. La situación política e
ideológica se pudría a ojos vista en el campo socialista bajo control
soviético. La pérdida de la adhesión de las masas a los objetivos del
PCUS también hacía prever un futuro complicado. La Unión Soviética era
una superpotencia, pero también un coloso con los pies de barro. Podía
adoptar una política agresiva y aventurera en algunas regiones
particulares. Pero la tesis de que constituía la «superpotencia más peligrosa», con un «régimen socialfascista de tipo hitleriano»
siempre fue una afirmación idealista, que una observación materialista
de todos los factores en juego no podía sostener de modo alguno.
La distensión
La búsqueda de la distensión con el mundo capitalista, defendida por
Brezhnev, fue la continuación de la línea de coexistencia pacífica que
Jruschov anunció como «la línea general de la política exterior de la Unión Soviética».
Se basaba en cuatro errores: una grave subestimación de las
posibilidades del imperialismo; la renuncia a la lucha de clases y a la
dictadura del proletariado como armas necesarias para la defensa del
sistema socialista; la negación de la revolución socialista en los
países capitalistas, y la negación de la revolución nacional-democrática
en los países dependientes.
Brezhnev repite que el imperialismo se sigue debilitando. «Hemos visto cómo se exacerbaba la rivalidad entre los países imperialistas». «La crisis política e ideológica de la sociedad burguesa se ha agravado» (pág. 38-39).
Para Brezhnev, el fundamento principal de la coexistencia pacífica es la fuerza militar soviética. «El
paso de la guerra fría a la distensión estaba ligado, ante todo, a la
modificación de la correlación de fuerzas en la arena mundial» (pág.
22). Al negar la lucha de clases y la dictadura del proletariado en la
URSS, se obsesionaba con la confrontación militar entre ambos sistemas
sociales y no alcanzaba a ver el alcance estratégico que conllevaba esta
línea política seguida por el mundo imperialista: la infiltración y la
subversión política, el apoyo a las tendencias revisionistas en el seno
de los partidos comunistas en el poder.
Así, Brezhnev considera la firma del tratado de 1970 entre la URSS y la
RFA como una victoria estratégica que implica, por parte del
imperialismo, «la renuncia a poner en cuestión las fronteras existentes en Europa» (pág. 24). En Alemania Occidental, no hay más que «fuerzas derechistas que siguen ancladas en posiciones revanchistas»
(pág. 26). Brezhnev no ve más que el espíritu de revancha abierto,
primitivo, militarista, y no llega a ver el peligro del revanchismo
disimulado, inteligente, socialdemócrata. El SPD alemán jamás negó por
otra parte que su política de distensión tenía por objetivo crear las
condiciones para la reunificación alemana.
Del mismo modo, Brezhnev saluda los lazos económicos, científicos y
técnicos, así como los intercambios culturales con Occidente, y
concluye: «Todo esto, camaradas, es la materialización de la distensión»
(pág. 30). No comprende que el imperialismo emplea sistemáticamente los
lazos económicos, científicos, técnicos y culturales para influenciar e
infiltrar los medios dirigentes de los países socialistas.
La degeneración creciente del partido
En realidad, la progresiva degeneración política e ideológica del
Partido Comunista tiene consecuencias sobre el conjunto de la situación
en la URSS. Pero como principal inspirador de esta degeneración,
Brezhnev es incapaz de detectar este fenómeno y comprender su alcance
estratégico. Sigue pregonando la «unidad monolítica de las filas del Partido, el apoyo entero e unánime a la línea general del partido» (pág. 89). Repite frases vacías de contenido, machacándolas congreso tras congreso. «Las teorías escolásticas no hacen más que poner trabas a nuestro avance» (pág. 99). «La
iniciación de las masas en el marxismo-leninismo es una particularidad
importante de la evolución de la conciencia social en la etapa
contemporánea». ¿Pero en qué consiste este marxismo-leninismo no escolástico? «El
objetivo esencial de toda nuestra red de escuelas del Partido es el de
hacer estudiar a fondo las decisiones del XXV congreso del Partido» (pág. 101).
Al igual que en el XXIV congreso, los innegables fenómenos ligados a la
aparición de clases sociales antagónicas en la URSS se abordan en un
lenguaje moralizante que ningún político cristiano reaccionario
recusaría en Occidente. Brezhnev amonesta a la «gente que conoce nuestra política y nuestros principios, pero no siempre los respeta en la práctica». Denuncia «el divorcio entre las palabras y los hechos». «Corremos el riesgo de volver a manifestaciones propias de la mentalidad de los filisteos pequeño-burgueses» (pág. 106).
Brezhnev critica que «la codicia, la ambición por poseer, la
delincuencia, el burocratismo y la indiferencia hacia el hombre son
rasgos contrarios a la naturaleza misma de nuestra sociedad» (pág.
106). Estas palabras han sido pronunciadas por decenas de políticos
burgueses. A las relaciones sociales burguesas que se restablecen en la
URSS se corresponden tácticas y análisis ideológicos característicos de
todas las sociedades capitalistas.
Los tecnócratas, sobre los que un «marxismo-leninismo» fosilizado ya no tiene influencia alguna, eran seducidos por las concepciones políticas «científicas», «neutrales» y «humanistas» de Occidente. Su peso en el PCUS crecía constantemente. Brezhnev revela que «la
proporción de miembros del Partido provenientes de la rama de los
especialistas ha aumentado de manera sustancial. Actualmente, un
especialista de cada cuatro o cinco es comunista» (pág. 86). El «99%
de los secretarios de los comités de territorio o región del Partido
(…), de los secretarios de los comités de ciudad, distrito y barrio
tienen una formación superior» (pág. 96).
Los burócratas que ocupaban puestos de responsabilidad se volvieron casi inamovibles. Brezhnev dice: «La
diligencia y la atención hacia los cuadros son la norma en nuestro
partido. Se acabaron los tiempos de los desplazamientos injustificados y
las remodelaciones demasiado frecuentes de los cuadros permanentes»
(pág. 96). El brezhnevismo supone una tranquilidad segura para la capa
aburguesada. Aquí también, la política de Brezhnev es completamente
opuesta a la de Stalin: Stalin se mostraba excesivamente exigente hacia
los cuadros, los que cometían errores eran cesados, cuando no eran
encarcelados o liquidados, y otras personas muy jóvenes, formadas en el
más puro espíritu bolchevique, eran promovidas a cargos de alta
responsabilidad. Adepto de Jruschov, Zhores Medvedev dice al respecto: «En
tiempos de Stalin, los altos dirigentes del partido se sentían más
amenazados por los órganos de seguridad que por los simples ciudadanos» (11).
Tranquilidad y estabilidad para los mandatarios
Un furibundo antiestalinista como Medvedev se ve obligado a reconocer
que fue bajo Brezhnev cuando se separó de los trabajadores una nueva
capa social aburguesada. He aquí lo que escribe: «Brezhnev no era un
verdadero jefe en 1964, sino el representante de la burocracia, que
buscaba vivir de manera tranquila y segura, mientras aumentaba sus
privilegios. Sus electores no provenían más que de la élite burocrática.
Respecto a ello, Brezhnev también cambió el sistema, ya que fomentó más
que nadie las condiciones para el florecimiento de una verdadera élite
privilegiada, una verdadera nomenklatura» (12). «Cuando se veía
obligado a realizar cambios en el Politburó, Brezhnev ofrecía a los que
eran destituidos puestos elevados en la nomenklatura, lo que les
permitía seguir con su estilo de vida confortable. Daba un máximo de
seguridad a los dirigentes del partido en materia de empleo, mientras
que los oficiales del Obkom y del Estado eran asimilados como
funcionarios, y no como políticos electos, responsables ante su
circunscripción» (13).
La corrupción tranquila
Asegurada la tranquilidad y la estabilidad para la élite política y
económica, sus miembros no podrían conformarse con sus ingresos legales.
«La estabilidad de la élite tuvo otro efecto negativo. La corrupción
oficial no dejó de desarrollarse en todos los niveles. La disciplina
del partido bajó, el nepotismo se convirtió en un fenómeno habitual y el
prestigio ideológico y administrativo del partido se vio mermado» (14). «La
gran corrupción de los burócratas soviéticos que estaban mejor
colocados se había convertido en una forma de “enfermedad profesional”.
No se respetaba la distinción entre propiedad pública y propiedad
privada» (15).
Russakov, secretario de la región de Kuibichev, estaba implicado en la
venta irregular de coches Zhi-gouli y Lada hechos en la principal
fábrica soviética de Fiat, situada en la región.
La hija de Brezhnev, Gallina Churbanova, que estaba casada con el
general Yuti Churbanov, viceministro de asuntos internos, participaba en
el contrabando de diamantes y en la especulación de divisas, al igual
que el hijo de Brezhnev, Yuri (¡cooptado en 1981 al Comité Central!). En
el apartamento de uno de los miembros de esta banda, Anatoli Kolevatov,
la policía incautó 200 000 dólares, así como diamantes estimados en un
valor de un millón de dólares.
El general Cheliokov, un viejo amigo de Brezhnev, ocupó el puesto de
ministro de asuntos internos. Entre 1970 y 1982, se produjo una serie de
aumentos en la fabricación de productos de lujo como oro, plata, joyas,
caviar y pieles. Cheliokov tenía por costumbre comprar grandes
cantidades de estos productos, antes del súbito aumento de sus precios
(16). Había redes que exportaban clandestinamente algunos artículos
caros, como iconos, pieles, caviar, vodka y que importaban
clandestinamente cadenas hi-fi, pantalones vaqueros y ropa occidental.
Entre 1969 y 1979, cientos de personas, entre ellas el ministro y el
viceministro de pesca, estuvieron implicados en el tráfico de caviar. Se
enlataba de forma secreta caviar negro en conservas de 3 kilos que
portaban la etiqueta de «arenques». Se vendían en la URSS y en el
extranjero, y los defraudadores se embolsaban la diferencia entre el
precio del arenque y del caviar (17).
Hacia finales de los años 70, Victor Grishin y Grigori Romanov, dos de
los miembros más jóvenes del Buró Político, vivían en la opulencia y la
corrupción. Para la boda de su hija, Romanov hizo traer el servicio de
mesa de Caterina II la Grande, que se componía de cientos de piezas de
un valor incalculable. En pleno estado de embriaguez, los invitados
rompieron buena parte de los vasos imperiales (pág. 14).
La corrupción de las mentes también se manifestaba en el ámbito
político. Brezhnev jugó un papel marginal durante la guerra
antifascista. Pero 23 años después de la guerra, en 1968, se hizo
atribuir la medalla de oro de la Orden de Lenin, la medalla militar más
importante. Durante los años 70, se atribuyó hasta cuatro veces la
medalla de oro de héroe de guerra. Saltándose tres gradaciones, se
convirtió en mariscal. Después se concedió a sí mismo la Orden de la
Victoria, condecoración especial que, al final de la guerra, recibieron
excepcionalmente algunos célebres mariscales que habían dirigido las
mayores batallas durante los cuatro años de guerra. Entre ellos, Zhukov,
que había organizado la defensa de Leningrado y Moscú, y había
dirigido, junto con otros generales, la batalla de Stalingrado y la
ofensiva sobre Berlín. A su muerte, Zhukov poseía 27 medallas y
condecoraciones; en el momento de su muerte, Brezhnev tenía… ¡270! (18)
El XXVI congreso: huida hacia adelante en dirección al derrumbe
El XXVI congreso es el de un Brezhnev decadente que se lanza hacia
aventuras de lo más delirante, en un momento en el que se están
rompiendo las bases de su política hegemonista. (19)
Todo va muy bien, todo va muy mal
En su informe, encontramos la misma fraseología que los tres anteriores congresos.
La situación del campo progresista no podría ser mejor. «La potencia, la actividad y la autoridad de la URSS se han acrecentado» (pág. 4). «La unidad monolítica del PCUS» está siempre asegurada sin fisuras (pág. 132). «En
mi opinión, se puede suponer que, en cuanto a sus rasgos esenciales y
fundamentales, la estructura sin clases de la sociedad se formará dentro
del marco histórico del socialismo, que ha llegado a su madurez» (pág. 102).
La amistad y la cooperación entre los países de la comunidad socialista
se desarrollan con vigor, hasta el punto de ser mencionadas en las
constituciones de estos países. (pág. 9).
En el tercer mundo también, sigue progresando la causa. «Los Estados de orientación socialista (…) se han vuelto más numerosos». Brezhnev menciona Angola, Etiopía, Mozambique, Afganistán y la República Democrática y Popular de Yemen.
«El movimiento comunista ha seguido creciendo, reforzando su influencia sobre las masas». Y Brezhnev no se olvida de mencionar su «irresistible fuerza de atracción» (pág. 28).
Como siempre, la situación del imperialismo no podría ser más crítica. «Se
ha restringido la esfera de dominación imperialista en el mundo. Las
contradicciones internas en los países capitalistas, así como la
rivalidad entre ellos, se han agravado» (pág. 4-5).
El hegemonismo se convierte en aventurerismo militar
Brezhnev practica la huida hacia adelante en su política hegemonista,
apoyándose cada vez más exclusivamente en la fuerza militar, en un
momento en que la base política de este hegemonismo está derrumbándose, y
su base económica muestra signos evidentes de una cercana crisis.
En la comunidad socialista
El régimen socialista polaco fue prácticamente liquidado por la
degeneración, la corrupción y la incompetencia de la camarilla de
Giereck y por la presión de un movimiento de masas reaccionario,
dirigido por Solidarnosc y la Iglesia. Existen tendencias parecidas en
los demás países del Este. No obstante, Brezhnev subraya como «tarea prioritaria la integración socialista»
(pág. 11). Y en esta integración, el aspecto militar, es decir el
control militar de la Unión Soviética sobre los países socialistas del
Este, adquiere un papel preponderante. «La organización de las
fuerzas armadas unificadas se ha desarrollado coordinadamente. (…) La
alianza defensiva política y militar de los países socialistas dispone
de todo lo necesario para defender de manera infalible las conquistas
socialistas de los pueblos» (pág. 10).
La paridad militar
Jruschov refutó en su día la tesis según la cual «el imperialismo es la guerra».
También negó los tres factores esenciales que permiten contrarrestar la
política de guerra del imperialismo: el desarrollo del movimiento
revolucionario nacional-democrático de las masas oprimidas del tercer
mundo, el reforzamiento del movimiento obrero y democrático sobre una
base anticapitalista y revolucionaria en los países capitalistas, y la
consolidación de la dictadura del proletariado y de la democracia
socialista en los países socialistas, así como el crecimiento sostenido
de sus economías.
Siguiendo la misma orientación derechista, Brezhnev apuesta de forma
casi exclusiva por el crecimiento de las fuerzas armadas soviéticas para
mantener la paz. «El equilibrio militar y estratégico que se ha
instaurado entre la URSS y Estados Unidos, entre la Organización del
Pacto de Varsovia y la OTAN, contribuye objetivamente al mantenimiento
de la paz en nuestra planeta» (pág. 41). Negando la dictadura del
proletariado y la revolución, Brezhnev se adentra de hecho por una vía
militarista y aventurera, puesto que la «paridad militar y nuclear»
con el complejo militar-industrial occidental es una salida inviable y
nefasta para un país socialista. Brezhnev se ve reducido a lanzar
amenazas del todo contraproducentes hacia los países europeos. Declara: «una guerra nuclear «limitada» a Europa significaría desde el principio la destrucción segura de la civilización europea» (pág. 38).
El ejército soviético en el tercer mundo
Pero es en el tercer mundo donde se exhibe más abiertamente su
aventurerismo militar. Desde Jruschov, el PCUS ya no tiene confianza
alguna en las masas populares de Asia, África y América Latina. Se
muestra abiertamente hostil a un trabajo revolucionario a largo plazo
dirigido a crear las bases políticas para la lucha armada y la
insurrección popular contra la dominación imperialista. En este marco
político, el discurso ultra-izquierdista sobre el internacionalismo
proletario que emplea Brezhnev en algunas ocasiones, no es más que una
cobertura para una política de injerencia, control y hegemonía. Allí
donde el imperialismo agrede a un pueblo, la URSS enviará sus soldados.
Allí donde el imperialismo exporta la contrarrevolución, el ejército
soviético estará listo para defender la revolución. Es lo que Brezhnev
declara públicamente, cayendo en un aventurerismo del todo ajeno a los
principios revolucionarios marxistas-leninistas. He aquí las palabras de
Brezhnev: «Cada vez que haga falta ayudar a las víctimas de una
agresión, el soldado soviético aparece ante el mundo como un patriota
desinteresado y valiente, como un internacionalista dispuesto a superar
cualquier dificultad» (pág. 127). «Cuando nos lo piden, ayudamos a
los Estados liberados a reforzar su capacidad de defensa. Fue el caso
en Angola y en Etiopía. Se ha intentado aplastar las revoluciones
populares en esos países. Estamos en contra de la exportación de la
revolución, pero tampoco podemos aceptar la exportación de la
contrarrevolución» (pág 22).
La lucha contra la carrera armamentística como eje
Que este aventurerismo de «izquierda» se desarrolle sobre una
base política claramente derechista, que niega el papel fundamental de
los movimientos populares revolucionarios para la construcción del
socialismo en el mundo, se ve reflejada en esta tesis fundamental del
brezhnevismo: «la lucha por la reducción de la amenaza de guerra, por
ponerle freno a la carrera armamentística, constituye el eje de la
política exterior de nuestro partido» (pág. 48).
Jruschov había empezado a afirmar que la coexistencia pacífica era la
línea general de la política exterior de la URSS. Brezhnev apostó por la
paridad militar y nuclear entre la URSS y los Estados Unidos. Como el
peso de tal política era insoportable para la URSS, Brezhnev tenía que
hacer de la lucha contra la carrera armamentística la «línea general»
de su política exterior. Pero al mismo tiempo, esperaba utilizar la
cuestión de la amenaza nuclear para arrastrar a las masas de los países
imperialistas en la lucha contra sus burguesías; la relativa parálisis
de estas últimas permitiría entonces llevar a buen fin las aventuras
militares de la URSS en el tercer mundo. Pero en vista de la debilidad
económica y política de la URSS, esta política contradictoria estaba, en
los hechos, avocada al fracaso.
La «lucha contra la carrera armamentística como eje de la política exterior» debe compararse con la correcta tesis que formuló el PCCh durante el gran debate con Jruschov. «En
nuestra opinión, la línea general de la política exterior de los países
socialistas debe tener por contenido lo siguiente: desarrollar, sobre
la base del internacionalismo proletario, las relaciones de amistad,
ayuda y cooperación entre los países del campo socialista; luchar por la
coexistencia pacífica entre países con sistemas sociales diferentes,
sobre la base de los cinco principios, y luchar contra la política de
agresión y guerra imperialista; apoyar la lucha revolucionaria de todos
los pueblos y naciones oprimidos. Estos tres aspectos están ligados los
unos a los otros, de manera indisoluble, y ninguno de ellos puede ser
omitido». (20).
Presagios de un derrumbamiento cercano
El informe al XXVI congreso contiene una orientación del todo nueva en
el pensamiento de Brezhnev. Por primera vez, las numerosas afirmaciones
sobre progresos continuos e irresistibles del socialismo son ahora
contrarrestadas por la difusa conciencia de un futuro derrumbe político y
económico: «Hubo bastantes dificultades, tanto en el desarrollo económico del país como en la situación internacional» (pág. 5).
Se anuncia la crisis en el Este
En Polonia, «las bases del Estado socialista están siendo amenazadas». «No dejaremos que se atente contra la Polonia socialista, no abandonaremos a su suerte a un país hermano» (pág. 16).
En realidad, las bases del socialismo en Polonia habrían sido
completamente desmanteladas sin la intervención del ejército de
Jaruzelski. Estaba claro que Polonia se encontraba prácticamente en el
tramo final del largo proceso de degeneración iniciado con Jruschov, y
que los demás países del Este se habían adentrado en la misma vía. Sin
embargo, en un momento en que sería obligado un cambio radical de
estrategia política en los países socialistas del Este, en el que por
tanto deberían haberse cuestionado los fundamentos de la política de
dominación soviética, Brezhnev se lanza a una aventura hegemonista en
Afganistán. En lugar de un cambio radical de estrategia, Brezhnev recoge
en su «análisis» del caso polaco las generalidades que ya había
empleado diez años antes para hablar de la misma Polonia y de
Checoslovaquia. Para salvar al socialismo en Polonia, hace falta, dice,
reafirmar el papel dirigente del partido, escuchar atentamente a las
masas, luchar contra el burocratismo y el voluntarismo, desarrollar la
democracia socialista, poner en marcha una política realista en las
relaciones económicas exteriores (pág. 17). Incluso cuando el proceso de
degeneración prácticamente ha llegado a término en Polonia, Brezhnev
aún no tiene nada interesante que decir respecto de la degeneración
revisionista de un país socialista. Su análisis es nulo y los remedios
que propone son más de lo mismo.
Aparentemente cansado y superado por los acontecimientos, el anciano
concluye con una fórmula que no guarda relación con lo que acaba de
decir. «Hubo momentos difíciles y momentos de crisis. Pero los
comunistas siempre hicieron frente con valor a los ataques del
adversario, y triunfaron. Siempre fue así, y siempre lo será» (pág.
17). Así es como se hablaba en la URSS en los tiempos de Stalin. Pero en
aquel momento, el Partido estaba dirigido por verdaderos bolcheviques.
Mecanismos económicos en decadencia
En el terreno económico también, la futura crisis de la sociedad
soviética se vislumbra en el informe de Brezhnev. Es la primera vez que
subraya en un congreso la utilidad de «utilizar la experiencia de países hermanos»
(pág. 11). ¡Las cosas tienen que ir muy mal en la URSS para afirmar
tales palabras! Y Brezhnev menciona por ejemplo las cooperativas y
empresas agrícolas en Hungría, la racionalización de la producción, la
economía de energía y materias primas en la RDA, el sistema de seguridad
social de Checoslovaquia, la cooperación agro-industrial en Bulgaria…
Brezhnev lleva subrayando desde hace diez años la necesidad de ciertos
cambios cuantitativos en las estructuras y mecanismos de la economía. En
un tono laxo, no hace más que repetirlo sin hacer el menor análisis de
los fracasos del pasado. Así, subraya la necesidad de un «paso a un desarrollo esencialmente intensivo» donde la palabra clave es «eficacia». ¿Pero por qué no llegamos a pasar de un desarrollo extensivo a una fase intensiva? He aquí lo que descubrimos: «Aún
no hemos superado totalmente la fuerza de la inercia y de los hábitos
adquiridos en un periodo en el que se le daba mayor prioridad a los
aspectos más cuantitativos» (pág. 69).
Al igual que en los informes precedentes, Brezhnev constata que los
logros de la ciencia son introducidos en la producción con una «lentitud intolerable». «El sector decisivo y más preocupante hoy es la implantación de los descubrimientos científicos y de las invenciones» (pág. 81).
Brezhnev retoma los ejemplos ya conocidos desde hace tiempo de
desorganización y negligencia. El 25% de la producción de laminados de
metales ferrosos se convierte en deshechos o en productos defectuosos
(pág. 74). Las pérdidas de legumbres y frutas son considerables, debido a
los fallos en el transporte, el almacenamiento y el tratamiento (pág.
88).
El sector del gran consumo sigue desatendido, aunque han machado durante dos planes quinquenales con la cuestión de «la satisfacción de las necesidades cotidianas del hombre» (21). Brezhnev constata: «Año
tras año, no se cumple con los planes de entrega de numerosos artículos
de consumo, especialmente tejidos, confecciones, zapatos de cuero,
muebles y televisores. Los progresos son insuficientes en lo que
respecta a la calidad, el acabado y el surtido» (pág. 91). Tomamos
decisiones, pero aparentemente no somos capaces de planificar el
desarrollo económico de manera consecuente. Brezhnev observa los «retrasos
en la base científica y en el estudio de proyectos de industrias
ligeras, alimentarias y farmacéuticas, la construcción de máquinas
agrícolas». Después, hace una observación muy significativa: «podemos
contar con la ayuda de las ramas que disponen de una base de
investigación científica particularmente fuerte, como es el caso de la
industria de defensa» (pág. 83). Es la primera vez desde 1966 que
vemos a Brezhnev decir algo sobre el sector militar… En todos sus
informes, cuando abordaba el tema económico, Brezhnev lograba, mediante
distintas piruetas, que se discutiera las orientaciones del desarrollo
sin que se hable jamás del 10-14% del Producto Nacional Bruto que se
invierte en armamento militar. He aquí, sin duda alguna, uno de los
motivos principales de las debilidades económicas de la URSS. Esta idea
le es incluso familiar a Brezhnev… cuando analiza los problemas de la
otra superpotencia. «La militarización de los Estados Unidos –su
gasto militar alcanza los 150 billones al año– debilita la posición
económica norteamericana: su parte en las exportaciones mundiales ha
disminuido un 20%» (pág. 36).
Por supuesto, nos gustaría saber cuáles son los efectos negativos, mucho
más consecuentes, de tal esfuerzo militar sobre la economía soviética.
Brezhnev confiesa que la planificación, uno de los fundamentos de la economía socialista, es cada vez más deficiente. «El
partido siempre consideró que el plan es una ley. Esta verdad
manifiesta tiende a ser olvidada. Cada vez es más extendida la revisión
de los planes, en el sentido de su disminución. Esta práctica
desorganiza la economía, corrompe a los cuadros, les incita a nos asumir
sus responsabilidades» (pág. 95). No obstante, la conclusión que
sacará de ello será, infaliblemente, la de ir en dirección hacia un
desmantelamiento más acelerado de la planificación. Según él, hace falta
«una extensión de la autonomía de las cooperativas y empresas, de los derechos y responsabilidades de los dirigentes económicos» (pág. 96).
Pareciera como si Brezhnev constatase que se están derrumbando trozos
enteros del edificio económico soviético, sin que sea capaz de hallar
las causas de ello, ni menos aún el cómo encontrarle remedio. «Ha
habido grandes decepciones en la planificación y la gestión, una falta
de exigencia por parte de ciertos organismos del partido y de los
responsables económicos, trasgresiones de la disciplina y
manifestaciones de negligencia» (pág. 69).
Cabe apuntar que los economistas del equipo Gorbachov, Aganbegyan y
Bogomolov, hicieron las mismas críticas y observaciones. Pero siempre
las presentaron como una «denuncia intransigente del periodo de estancamiento»
(brezhneviano). Y ante estas viejas críticas siempre darán nuevas
soluciones: medidas para pasar a la restauración integral del
capitalismo.
Notas:
(1) Todas las citas: XXIII Congreso del PCUS, ed. Agencia Novosti, 1966.
(2) Siegfried Müller, Los nuevos mercenarios, ed. France Empire, Paris, 1965, pág.100-101.
(3) Polémica acerca de la línea general del Movimiento Comunista
Internacional, ed. en lenguas extranjeras, Beijing, 1965, pág.441,
443-444.
(4) Todas las citas: XXIV Congreso del PCUS, ed. Agencia Novosti, 1971
(5) Zhores Medvedev: Andropov en el poder, Flammarion, 1983, pág.192.
(6) Ibidem, pág. 189.
(7) Todas las citas: Informe de actividades del Comité Central, XXV Congreso del PCUS, Moscú, 1976, ed. Agencia Novosti.
(8) Polémica acerca de la línea general del Movimiento Comunista
Internacional, ed. en lenguas extranjeras, Beijing, 1965, pág. 288;
289-290.
(9) Polémica acerca de la línea general, pág. 220.
(10) Ibídem, pág. 25-26
(11) Zhores Medvedev, op.cit. pág.7
(12) Ibídem, pág. 226-227
(13) Ibídem, pág. 105
(14) Ibídem, pág. 107
(15) Ibídem, pág. 110
(16) Ibídem, pág. 141
(17) Ibídem, pág.162
(18) Ibídem, pág.120-123
(19) Todas las citas: Informe de actividades al XXVI Congreso del PCUS; ed. Agencia Novosti, Moscú, 1981.
(20) Polémica acerca de la línea general, pág.34.
(21) Informe al XXV Congreso, pág.74
[1] Nota del traductor: «Todo va muy bien, señora marquesa»,
título de una canción de 1935 del compositor de jazz francés Ray
Ventura, que se convirtió en una expresión proverbial para designar una
actitud de cegamiento ante una situación desesperada.
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