Por: Juan Jované
Para
los economistas neoclásicos la educación se entiende como una simple
mercancía que genera capacidad productiva adicional. Es así que James
Becker, en su conocido libro “El Capital Humano” (1975), propone que
las decisiones sobre el volumen de educación que racionalmente debe
adquirir una persona deben manejarse como una forma de inversión. Para
esto se debe comparar el flujo de gasto que genera la educación con
la corriente de ingresos futuros que la misma crea, entendiendo que
estos últimos deben de ser descontados por la tasa de interés. La
educación aparece, entonces, como una mercancía, la cual es adquirida,
al igual que cualquier bien de capital o título valor, con fines de
lucro.
Para los llamados teóricos del crecimiento, sobre todo después del célebre artículo de Gregory Mankiw, David Romer y David Wail, publicado bajo el título de “A contribution to the empirics of economic growth” (1990), la educación se entiende como parte esencial de la generación de un factor de producción adicional, conocido como capital humano, que junto a la inversión en capital físico, genera crecimiento económico, ya sea directamente o por la vía de la promoción de la innovaciones productivas.
Para los llamados teóricos del crecimiento, sobre todo después del célebre artículo de Gregory Mankiw, David Romer y David Wail, publicado bajo el título de “A contribution to the empirics of economic growth” (1990), la educación se entiende como parte esencial de la generación de un factor de producción adicional, conocido como capital humano, que junto a la inversión en capital físico, genera crecimiento económico, ya sea directamente o por la vía de la promoción de la innovaciones productivas.
En esta visión simplemente no
se tiene en cuenta los problemas de los recursos naturales, como lo
hizo Robert Solow originalmente, o estos se introducen de una manera
que eliminan la posibilidad de que su agotamiento genere problemas
insalvables, tal como lo hizo más tarde este mismo autor, proponiendo
que es posible desgastar el medio ambiente y seguir siendo sostenible,
con la única condición de que se dé un ahorro suficiente, con el fin
de remplazar el capital natural con capital hecho por el hombre.
Nos encontramos, definitivamente, frente a una forma reduccionista de ver a la educación, sostenida en una visión parcial y errada, incapaz de entender de manera integral el papel de la misma en el desarrollo humano sostenible.
En primer lugar, si se trata de construir una sociedad profundamente democrática, la educación no puede ser vista como una simple mercancía, sino como un derecho humano fundamental. Más aún, desde el punto de vista de la democracia lo cierto es que para que esta funcione con suficiente profundidad, hace falta la presencia de ciudadanos plenamente consientes de sus derechos, con la suficiente iniciativa para ejercerlos y defenderlos, así como para participar activa y creativamente en la dirección de la sociedad. Es en este sentido que la visión de Pablo Freire y su “educación para la libertad” toma pleno significado.
La educación, en segundo lugar, también tiene un lugar destacado en el tema de la sostenibilidad. Si, superando la visión corriente, entendemos con Fritjof Capra que “para ser sostenible, una comunidad humana debe diseñarse de manera que sus formas de vida, tecnología e instiruciones sociales honren, soporten y cooperen con la habilidad de la naturaleza de ser el soporte de la vida”, inmediatamente surge una pregunta: ¿cómo se educar para construir una sociedad sostenible? Se trata de una pregunta urgente, habida cuenta de que los resultados de la lógica de la actual sociedad están a punto de generar nuevo episodio de destrucción masiva de vida, esta vez provocada por la propia acción humana.
Dentro de los aportes que hace Capra a las respuestas que estamos buscando, se destaca su énfasis en la importancia que tendría un cambio de paradigma en la ciencia y la educación, en la cual se buscara una nueva forma de ver y pensar el mundo, acentuando las ideas que guardan relación con las relaciones, conexiones y contexto. Esto significa una visión holística, profundamente dialéctica, en el que el todo, la complejidad, las relaciones, la interdependencia, la diversidad, las redes, la retroalimentación, la calidad, el conocimiento contextual, el estudio de los procesos y los patrones de movimiento, juegan un papel destacado. Se trata, entonces, reproducción lógica del movimiento real de la naturaleza y la sociedad en su coevolución.
No solo se trata de superar la linealidad y la carencia de complejidad de la forma de pensamiento que nos impone el actual sistema, centrado exclusivamente en el lucro creciente. También se trata, entendiendo la escasez esencial que representa nuestro entorno natural, de una educación que promueva la solidaridad y equidad, tanto dentro de nuestra propia generación, como con las generaciones venideras.
Nos encontramos, definitivamente, frente a una forma reduccionista de ver a la educación, sostenida en una visión parcial y errada, incapaz de entender de manera integral el papel de la misma en el desarrollo humano sostenible.
En primer lugar, si se trata de construir una sociedad profundamente democrática, la educación no puede ser vista como una simple mercancía, sino como un derecho humano fundamental. Más aún, desde el punto de vista de la democracia lo cierto es que para que esta funcione con suficiente profundidad, hace falta la presencia de ciudadanos plenamente consientes de sus derechos, con la suficiente iniciativa para ejercerlos y defenderlos, así como para participar activa y creativamente en la dirección de la sociedad. Es en este sentido que la visión de Pablo Freire y su “educación para la libertad” toma pleno significado.
La educación, en segundo lugar, también tiene un lugar destacado en el tema de la sostenibilidad. Si, superando la visión corriente, entendemos con Fritjof Capra que “para ser sostenible, una comunidad humana debe diseñarse de manera que sus formas de vida, tecnología e instiruciones sociales honren, soporten y cooperen con la habilidad de la naturaleza de ser el soporte de la vida”, inmediatamente surge una pregunta: ¿cómo se educar para construir una sociedad sostenible? Se trata de una pregunta urgente, habida cuenta de que los resultados de la lógica de la actual sociedad están a punto de generar nuevo episodio de destrucción masiva de vida, esta vez provocada por la propia acción humana.
Dentro de los aportes que hace Capra a las respuestas que estamos buscando, se destaca su énfasis en la importancia que tendría un cambio de paradigma en la ciencia y la educación, en la cual se buscara una nueva forma de ver y pensar el mundo, acentuando las ideas que guardan relación con las relaciones, conexiones y contexto. Esto significa una visión holística, profundamente dialéctica, en el que el todo, la complejidad, las relaciones, la interdependencia, la diversidad, las redes, la retroalimentación, la calidad, el conocimiento contextual, el estudio de los procesos y los patrones de movimiento, juegan un papel destacado. Se trata, entonces, reproducción lógica del movimiento real de la naturaleza y la sociedad en su coevolución.
No solo se trata de superar la linealidad y la carencia de complejidad de la forma de pensamiento que nos impone el actual sistema, centrado exclusivamente en el lucro creciente. También se trata, entendiendo la escasez esencial que representa nuestro entorno natural, de una educación que promueva la solidaridad y equidad, tanto dentro de nuestra propia generación, como con las generaciones venideras.
Se debe buscar, a final de cuentas, de construir una
comunidad de cooperación, dotada la capacidad de facilitar una vida
digna para el mayor número de generaciones posibles, asegurando,
además, el pleno respeto a la naturaleza, fuente indispensable de
sostenimiento de la vida.
Fuente:Orientación y Lucha/ PrensaPopularSolidaria
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
Fuente:Orientación y Lucha/ PrensaPopularSolidaria
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
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