Por: Orlando Cruz Capote
No han pasado semanas del suceso militar -político- que puso en peligro real la vida del presidente ecuatoriano Rafael Correa y la Revolución Ciudadana que él encabeza, cuando ya se comienzan a extraer diversas conclusiones y lecciones acerca de la fallida intentona golpista en Ecuador. El país que es, junto a Centroamérica, uno de los “eslabones más débiles” de esa cadena de procesos revolucionarios en el (sub)-continente latinoamericano-caribeño, por razones que no vale la pena explicar ahora.
Algunos analistas políticos y simples observadores han denominado esta grave infracción -violación de la democracia, golpe de Estado y magnicidio- como un “globo de ensayo” o lo han señalado como el posible porvenir que se avecina a los gobiernos que están en estos momentos dirigiendo los destinos de sus pueblos y naciones desde ese amplio espectro ideopolítico que es la izquierda en Nuestra América.
¿Insubordinaciones de unos cuantos, conatos de menor importancia, grandes, medianas o pequeñas revueltas de grupos opositores, rebeliones aisladas de unidades de los Ejércitos y otros aparatos de represión, ataques mediáticos premeditados, etc.? Las denominaciones y acciones desplegadas pueden ser variadas pero el objetivo final es único e indivisible: desestabilizar social, económica y políticamente a los países, provocar ingobernabilidad o dar una apariencia de que esta es insostenible, convocar al caos y la confusión entre el pueblo y llegar al derrocamiento -roll back- más cruento de esos gobiernos progresistas. Lo sucedido en Venezuela (2002), Haití (2004), Bolivia (2008) y Honduras (2009), ¿acaso no era suficiente para tomar nota seria y profundamente?
Estos análisis contextuales constituyen sin dudas un buen ejercicio intelectual, aunque deben tener una aplicación práctica inmediata. Porque casi son enseñanzas y advertencias muy repetidas a lo largo de más de un siglo (quizás más de un siglo y sean casi dos) de dictaduras civiles y militares en América Latina y el Caribe, en que los patrones de organización y ejecución de tales desmanes, por lo menos desde la década de los 70 de la centuria pasada, parecen frecuentarse una y otra vez, aunque en este momento los grandes mediáticos burgueses -los denominados medios de des-información y manipulación de la opinión publica- sean más eficaces, porque son más poderosos (ya forman parte del primer poder del capital, ahora monopólicamente transnacionalizado, globalizado y neoliberal), sumamente rápidos (fast World), llegan a un por ciento mayor de la población en cuestión de segundos y porque son más eficaces en la transmisión de sus mentiras burdas y, aquellas más sutiles porque recurren también a las medias verdades.
Ese libreto imperialista y oligárquico burgués interno es como para conocerlo y comprenderlo de una vez por todas, aunque tenga o posea pequeñas variantes. El intelectual Noam Chomsky y otros afamados investigadores y estudiosos sociales, han confeccionado hasta manuales puntuales de algunas de las formas de actuar más usuales por parte del imperialismo norteamericano y sus acólitos en el mundo, en especial las derechas al interior de países y regiones.
¿Qué le faltaría a la izquierda revolucionaria en el subcontinente, que se declara plural, para aprehender, comprender y reconocer esa realidad? No tenemos dudas en afirmarlo: un análisis de sus propias deficiencias y debilidades que provocan desatinos, sustos y sorpresas que no deberían ser tales.
Esa izquierda en el gobierno (lo que, en la mayoría de los casos, no significa que tengan el poder en sus manos , y aún cuando lo tuviera), debe convencerse que existen las clases y la lucha de clases, tanto a nivel internacional, regional como a nivel nacional, y que la “eliminación” discursiva de esa confrontación real y objetiva es una ceguera o una miopía política de las más erróneas que hoy repiten algunos lideres de procesos y partidos en los gobiernos denominados de izquierda. Y hasta no tener el poder real -incluso luego de este, si no pregúntenle a la Revolución Cubana- no habrá estabilidad para esas democracias progresistas y revolucionarias. Entonces, ¿para qué negar (o afirmar con benevolencia e inocencia política, para estar a la moda) la necesidad de la toma del poder antes, después y durante el desarrollo del proceso revolucionario?, ¿acaso no están conscientes de la intromisión, infiltración e injerencia de agentes de las principales potencias imperialistas en los asuntos internos de sus países y procesos?
Una más. Deben depurar ideopolíticamente y transformar los aparatos represivos que se heredan. Es de tremenda ingenuidad pensar, y peor creer, que esos ejércitos son constitucionales y que van a defender a toda costa, con lealtad, la democracia de la izquierda y sus reformas cuando todos conocen que fueron o son entrenados por el Pentágono, la CIA, el FBI y otras agencias de espionaje y seguridad estadounidenses, por no hablar de la Escuela de las Américas y las maniobras militares que a cada rato se desarrollan de manera conjunta. ¿No fue suficiente lo sucedido al presidente Salvador Allende, traicionado por un general que le juró fidelidad absoluta unas horas antes de atacar el Palacio de la Moneda? Y esa lealtad no se obtiene con mejores salarios y “grupos de amigos” que acompañen a los dirigentes, porque lo que deben poseer los militares y los cuerpos de seguridad son fuertes convicciones patrióticas -hasta anticapitalistas y antiimperialistas, si es posible- y estar plenamente identificados con los principios principales enarbolados y los programas en ejecución de esos partidos y movimientos en el gobierno, más el pleno comprometimiento político y ético con el pueblo trabajador que incluye a los obreros, los campesinos, los indígenas, las mujeres, los marginados y excluidos de siempre.
Otra. El imperialismo-capitalista existe, prevalece y reina, (hay que acabar de decir adiós para siempre a las teorías de Hardt y Negri, así con las de Bell, Fukuyama y Huttington); para colmo lo hace como un gran sistema múltiple de dominación política-económica y financiera (por supuesto que militar), en que los aparatos culturales de penetración, neutralización y paralización de las mentes -las conciencias- están actuando como verdaderas industrias de mercados, culturales e ideológicas, que desarman los intentos de articular las luchas de los heterogéneos movimientos sociales que hoy proliferan en Nuestra América. Una omisión sobre esta realidad nos lleva a preguntarnos: ¿de cuáles alternativas estamos hablando?, ¿qué socialismo del siglo XXI estamos construyendo? si no tenemos al Otro, al capitalismo monopólico transnacional que no es etéreo y virtual, sino que es real y es aquel que nos explota, oprime, discrimina, enajena y aliena. No especulemos más y veamos los hechos y las realidades objetivas, porque es muy “pesado el garrote imperialista-capitalista para obviarlo”.
Cuarta. Para proseguir exitosamente con los procesos revolucionarios, democráticos y progresistas, aunque estos se encaminen a través de reformas paulatinas, dentro de los marcos de la institucionalidad y la democracia representativa burguesa (claro que con variaciones esenciales), se deben radicalizar las medidas revolucionarias y populares, acercándose aun más a los intereses legítimos del pueblo trabajador, convirtiéndolo en el verdadero artífice y protagonista de los hechos y procesos, sin exclusiones de ningún tipo.
Mucho se habla del diálogo, de evitar los sistemas de ordeno y mando, del fin del verticalismo en las decisiones y de la urgencia de construir un poder desde abajo y sin embargo, muchas veces, las prácticas están divorciadas de los discursos y se implementan medidas que no tienen aun el consenso de las mayorías e, incluso, de algunos sectores minoritarios que deben considerarse en esa pluralidad y heterogeneidad de los movimientos sociales, partidos renovados y los tradicionales. Hay, pues, que rearticular el consenso si no esos procesos de cambios pueden fracasar. Y hacerlo con una labor educativa filosófica, como advirtió el marxista italiano Antonio Gramsci, con persuasión y convencimiento de que las ideas que se proclaman son las más justas, equitativas, igualitarias, libertarias -de libertad- y fraternas, solidarias e internacionalistas. Las alianzas revolucionarias deben recomponerse y los bloques históricos que conforman los sujetos históricos y políticos de la transformación social deben estar convencidos que su carácter múltiple de sepulturero del capitalismo-imperialista no les resta fuerza, que complejiza el combate pero lo fortalece.
Quinta. No se puede proclamar en una Constitución de avanzada, si el país es definitivamente plurinacional y/o multinacional, y tener confrontaciones con los pueblos originarios, sin establecer un debate permanente. Extraen como conclusión errónea que éstos siempre están siendo maniqueamente dirigidos por los planes de la reacción interna y externa (cosa que es cierta pero siempre teniendo en cuenta su magnitud exacta), y no aceptan que muchas de las demandas de los mismos parten de realidades civilizatorias, con sus asimetrías, diversos tempos y estadios de conciencias de lucha y política. Y esto significa avanzar mucho más en la democracia participativa directa de los pobres, explotados y oprimidos, así como en los planes inclusivos de la sociedad civil y política democrática, dándole un mayor espacio físico-real en las posiciones de gobiernos -ejecutiva, legislativa y judicial- y en las toma de decisiones políticas de mayor y menor envergadura, tácticas y estratégicas.
No hacemos nada con agradecerle al pueblo por las movilizaciones que realiza para apoyar las medidas y salvar los procesos y a sus legítimos dirigentes -aunque sean osados y valientes- si más tarde se asumen actitudes de “vanguardismos iluminadores” fútiles e inútiles y de cierta autosuficiencia muy digna de ese eurocentrismo que heredamos de la colonialidad del poder. Hay que ser más humildes, menos individualistas y egocéntricos y reconocer al “César lo que es del César”: y ese es el pueblo trabajador.
Y ese verdadero gobierno proclamado popular podrá entonces transformarse en el auténtico poder, porque será el pueblo consciente políticamente, el único soberano que es capaz de defender las conquistas de las Revoluciones.
Ciudad de La Habana, 5 de octubre de 2010.
*Dr. Orlando Cruz Capote, Investigador Auxiliar, Instituto de Filosofía, CITMA
Imagen agregada RCBaez: Pueblo, revolución
Fuente: Bellaciao.Org/Pueblo,Revolución/PrensaPopularSolidaria