Manifiesto del Partido Comunista
Por: Carlos Marx y Federico Engels
Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jaurĆa todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.
No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones mÔs avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de comunismo.
De este hecho se desprenden dos consecuencias:
---La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.
---La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del dĆa y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo asĆ al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.
Con este fin se han congregado en Londres los representantes comunistas de diferentes paĆses y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerĆ” en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.
I.-- BURGUESES Y PROLETARIOS
Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.
Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeñados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformación revolucionaria de todo el régimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.
En los tiempos históricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquĆa social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los Ć©quites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los seƱores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavĆa nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.
La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresión, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.
Sin embargo, nuestra Ć©poca, la Ć©poca de la burguesĆa, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez mĆ”s abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagónicas: la burguesĆa y el proletariado.
De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesĆa.
El descubrimiento de AmĆ©rica, la circunnavegación de Ćfrica abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesĆa. El mercado de China y de las Indias orientales, la colonización de AmĆ©rica, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderĆas en general, dieron al comercio, a la navegación, a la industria, un empuje jamĆ”s conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondĆa en el seno de la sociedad feudal en descomposición.
El rĆ©gimen feudal o gremial de producción que seguĆa imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrĆan los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la división del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la división del trabajo dentro de cada taller.
Pero los mercados seguĆan dilatĆ”ndose, las necesidades seguĆan creciendo. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el rĆ©gimen industrial de producción. La manufactura cedió el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejĆ©rcitos industriales, a los burgueses modernos.
La gran industria creó el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de AmĆ©rica. El mercado mundial imprimió un gigantesco impulso al comercio, a la navegación, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporción en que se dilataban la industria, el comercio, la navegación, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesĆa, crecĆan sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.
Vemos, pues, que la moderna burguesĆa es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histórico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el rĆ©gimen de cambio y de producción.
A cada etapa de avance recorrida por la burguesĆa corresponde una nueva etapa de progreso polĆtico. Clase oprimida bajo el mando de los seƱores feudales, la burguesĆa forma en la “comuna” una asociación autónoma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repĆŗblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquĆas; en la Ć©poca de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquĆa feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquĆas en general, hasta que, por Ćŗltimo, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonĆa polĆtica y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder pĆŗblico viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.
La burguesĆa ha desempeƱado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.
Dondequiera que se instauró, echó por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idĆlicas. Desgarró implacablemente los abigarrados lazos feudales que unĆan al hombre con sus superiores naturales y no dejó en pie mĆ”s vĆnculo que el del interĆ©s escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entraƱas. Echó por encima del santo temor de Dios, de la devoción mĆstica y piadosa, del ardor caballeresco y la tĆmida melancolĆa del buen burguĆ©s, el jarro de agua helada de sus cĆ”lculos egoĆstas. Enterró la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una Ćŗnica libertad: la libertad ilimitada de comerciar. Sustituyó, para decirlo de una vez, un rĆ©gimen de explotación, velado por los cendales de las ilusiones polĆticas y religiosas, por un rĆ©gimen franco, descarado, directo, escueto, de explotación.
La burguesĆa despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenĆa por venerable y digno de piadoso acontecimiento. Convirtió en sus servidores asalariados al mĆ©dico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.
La burguesĆa desgarró los velos emotivos y sentimentales que envolvĆan la familia y puso al desnudo la realidad económica de las relaciones familiares
La burguesĆa vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacción tanto admira en la Edad Media tenĆan su complemento cumplido en la haraganerĆa mĆ”s indolente. Hasta que ella no lo reveló no supimos cuĆ”nto podĆa dar de sĆ el trabajo del hombre. La burguesĆa ha producido maravillas mucho mayores que las pirĆ”mides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales góticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho mĆ”s grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.
La burguesĆa no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con Ć©l todo el rĆ©gimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenĆan todas por condición primaria de vida la intangibilidad del rĆ©gimen de producción vigente. La Ć©poca de la burguesĆa se caracteriza y distingue de todas las demĆ”s por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinĆ”mica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su sĆ©quito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raĆces. Todo lo que se creĆa permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreƱido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada frĆa su vida y sus relaciones con los demĆ”s.
La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesĆa de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.
La burguesĆa, al explotar el mercado mundial, da a la producción y al consumo de todos los paĆses un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauración es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del paĆs, sino las traĆdas de los climas mĆ”s lejanos y cuyos productos encuentran salida no sólo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del paĆs, sino que reclaman para su satisfacción los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba a sĆ mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vĆnculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producción material, acontece tambiĆ©n con la del espĆritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo comĆŗn. Las limitaciones y peculiaridades del carĆ”cter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.
La burguesĆa, con el rĆ”pido perfeccionamiento de todos los medios de producción, con las facilidades increĆbles de su red de comunicaciones, lleva la civilización hasta a las naciones mĆ”s salvajes. El bajo precio de sus mercancĆas es la artillerĆa pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bĆ”rbaras mĆ”s ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el rĆ©gimen de producción de la burguesĆa o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilización, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.
La burguesĆa somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la población urbana en una fuerte proporción respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bĆ”rbaros y semibĆ”rbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.
La burguesĆa va aglutinando cada vez mĆ”s los medios de producción, la propiedad y los habitantes del paĆs. Aglomera la población, centraliza los medios de producción y concentra en manos de unos cuantos la propiedad. Este proceso tenĆa que conducir, por fuerza lógica, a un rĆ©gimen de centralización polĆtica. Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autónomos y lĆneas aduaneras propias, se asocian y refunden en una nación Ćŗnica, bajo un Gobierno, una ley, un interĆ©s nacional de clase y una sola lĆnea aduanera.
En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesĆa ha creado energĆas productivas mucho mĆ”s grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicación de la quĆmica a la industria y la agricultura, en la navegación de vapor, en los ferrocarriles, en el telĆ©grafo elĆ©ctrico, en la roturación de continentes enteros, en los rĆos abiertos a la navegación, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿QuiĆ©n, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energĆas y elementos de producción?
Hemos visto que los medios de producción y de transporte sobre los cuales se desarrolló la burguesĆa brotaron en el seno de la sociedad feudal. Cuando estos medios de transporte y de producción alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultó que las condiciones en que la sociedad feudal producĆa y comerciaba, la organización feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el rĆ©gimen feudal de la propiedad, no correspondĆan ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. ObstruĆan la producción en vez de fomentarla. Se habĆan convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.
Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constitución polĆtica y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonĆa económica y polĆtica de la clase burguesa.
Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectĆ”culo semejante. Las condiciones de producción y de cambio de la burguesĆa, el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producción y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espĆritus subterrĆ”neos que conjuró. Desde hace varias dĆ©cadas, la historia de la industria y del comercio no es mĆ”s que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el rĆ©gimen vigente de producción, contra el rĆ©gimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio polĆtico de la burguesĆa. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periódica reiteración supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, ademĆ”s de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las Ć©pocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraĆda repentinamente a un estado de barbarie momentĆ”nea; se dirĆa que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio estĆ”n a punto de perecer. ¿Y todo por quĆ©? Porque la sociedad posee demasiada civilización, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este rĆ©gimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstĆ”culo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesĆa? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistĆ”ndose nuevos mercados, a la par que procurando explotar mĆ”s concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras mĆ”s extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.
Las armas con que la burguesĆa derribó al feudalismo se vuelven ahora contra ella.
Y la burguesĆa no sólo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, ademĆ”s, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.
En la misma proporción en que se desarrolla la burguesĆa, es decir, el capital, desarrollase tambiĆ©n el proletariado, esa clase obrera moderna que sólo puede vivir encontrando trabajo y que sólo encuentra trabajo en la medida en que Ć©ste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancĆa como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.
La extensión de la maquinaria y la división del trabajo quitan a Ć©ste, en el rĆ©gimen proletario actual, todo carĆ”cter autónomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la mĆ”quina, del que sólo se exige una operación mecĆ”nica, monótona, de fĆ”cil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco mĆ”s o menos, al mĆnimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza. Y ya se sabe que el precio de una mercancĆa, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producción. Cuanto mĆ”s repelente es el trabajo, tanto mĆ”s disminuye el salario pagado al obrero. MĆ”s aĆŗn: cuanto mĆ”s aumentan la maquinaria y la división del trabajo, tanto mĆ”s aumenta tambiĆ©n Ć©ste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las mĆ”quinas, etc.
La industria moderna ha convertido el pequeƱo taller del maestro patriarcal en la gran fĆ”brica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fĆ”brica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquĆa de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesĆa y del Estado burguĆ©s, sino que estĆ”n todos los dĆas y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la mĆ”quina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burguĆ©s dueƱo de la fĆ”brica. Y este despotismo es tanto mĆ”s mezquino, mĆ”s execrable, mĆ”s indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.
Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, también es mayor la proporción en que el trabajo de la mujer y el niño desplaza al del hombre. Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo. Son todos, hombres, mujeres y niños, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay mÔs diferencia que la del coste.
Y cuando ya la explotación del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquĆ©l recibe el salario, caen sobre Ć©l los otros representantes de la burguesĆa: el casero, el tendero, el prestamista, etc.
Toda una serie de elementos modestos que venĆan perteneciendo a la clase media, pequeƱos industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeƱo caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales mĆ”s fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producción. Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.
El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesĆa data del instante mismo de su existencia.
Al principio son obreros aislados; luego, los de una fĆ”brica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burguĆ©s que personalmente los explota. Sus ataques no van sólo contra el rĆ©gimen burguĆ©s de producción, van tambiĆ©n contra los propios instrumentos de la producción; los obreros, sublevados, destruyen las mercancĆas ajenas que les hacen la competencia, destrozan las mĆ”quinas, pegan fuego a las fĆ”bricas, pugnan por volver a la situación, ya enterrada, del obrero medieval.
En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el paĆs y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavĆa fruto de su propia unión, sino fruto de la unión de la burguesĆa, que para alcanzar sus fines polĆticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavĆa logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquĆa absoluta, los grandes seƱores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeƱos burgueses. La marcha de la historia estĆ” toda concentrada en manos de la burguesĆa, y cada triunfo asĆ alcanzado es un triunfo de la clase burguesa.
Sin embargo, el desarrollo de la industria no sólo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece tambiĆ©n la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorĆas en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajĆsimo y uniforme, van nivelĆ”ndose tambiĆ©n los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La competencia, cada vez mĆ”s aguda, desatada entre la burguesĆa, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez mĆ”s inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada dĆa mĆ”s veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carĆ”cter, cada vez mĆ”s seƱalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsión de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones.
Los obreros arrancan algĆŗn triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la unión obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez mĆ”s fĆ”ciles de comunicación, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las mĆŗltiples acciones locales, que en todas partes presentan idĆ©ntico carĆ”cter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acción polĆtica. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demĆ”s; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su unión en unos cuantos aƱos.
Esta organización de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido polĆtico, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez mĆ”s fuerte, mĆ”s firme, mĆ”s pujante. Y aprovechĆ”ndose de las discordias que surgen en el seno de la burguesĆa, impone la sanción legal de sus intereses propios. AsĆ nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.
Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesĆa lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesĆa cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesĆa de los demĆ”s paĆses. Para librar estos combates no tiene mĆ”s remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrĆ”ndolo asĆ a la palestra polĆtica. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sĆ misma.
AdemƔs, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.
Finalmente, en aquellos perĆodos en que la lucha de clases estĆ” a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegración de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeƱa parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasĆ”ndose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y asĆ como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesĆa, ahora una parte de la burguesĆa se pasa al campo del proletariado; en este trĆ”nsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teóricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.
De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesĆa no hay mĆ”s que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demĆ”s perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.
Los elementos de las clases medias, el pequeƱo industrial, el pequeƱo comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesĆa para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. MĆ”s todavĆa, reaccionarios, pues pretenden volver atrĆ”s la rueda de la historia. Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su trĆ”nsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posición propia para abrazar la del proletariado.
El proletariado andrajoso , esa putrefacción pasiva de las capas mÔs bajas de la vieja sociedad, se verÔ arrastrado en parte al movimiento por una revolución proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen mÔs propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.
Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletario carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de comĆŗn con las relaciones familiares burguesas; la producción industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en NorteamĆ©rica, borra en Ć©l todo carĆ”cter nacional. Las leyes, la moral, la religión, son para Ć©l otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesĆa. Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su rĆ©gimen de adquisición. Los proletarios sólo pueden conquistar para sĆ las fuerzas sociales de la producción aboliendo el rĆ©gimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con Ć©l todo el rĆ©gimen de apropiación de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demĆ”s.
Hasta ahora, todos los movimientos sociales habĆan sido movimientos desatados por una minorĆa o en interĆ©s de una minorĆa. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayorĆa en interĆ©s de una mayorĆa inmensa. El proletariado, la capa mĆ”s baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho aƱicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.
Por su forma, aunque no por su contenido, la campaƱa del proletariado contra la burguesĆa empieza siendo nacional. Es lógico que el proletariado de cada paĆs ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesĆa.
Al esbozar, en lĆneas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil mĆ”s o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revolución abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesĆa, echa las bases de su poder.
Hasta hoy, toda sociedad descansó, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguirĆa, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burguĆ©s bajo el yugo del absolutismo feudal. La situación del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la población y la riqueza. He ahĆ una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesĆa para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a Ć©sta por norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situación de desamparo en que no tiene mĆ”s remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesĆa se ha hecho incompatible con la sociedad.
La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condición esencial la concentración de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formación e incremento constante del capital; y Ć©ste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sĆ. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automĆ”tico y espontĆ”neo a la burguesĆa, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su unión revolucionaria por la organización. Y asĆ, al desarrollarse la gran industria, la burguesĆa ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y crĆa a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.
II.---PROLETARIOS Y COMUNISTAS
¿QuĆ© relación guardan los comunistas con los proletarios en general?
Los comunistas no forman un partido aparte de los demƔs partidos obreros.
No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.
Los comunistas no se distinguen de los demĆ”s partidos proletarios mĆ”s que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histórica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesĆa, mantienen siempre el interĆ©s del movimiento enfocado en su conjunto.
Los comunistas son, pues, prÔcticamente, la parte mÔs decidida, el acicate siempre en tensión de todos los partidos obreros del mundo; teóricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visión de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.
El objetivo inmediato de los comunistas es idĆ©ntico al que persiguen los demĆ”s partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el rĆ©gimen de la burguesĆa, llevar al proletariado a la conquista del Poder.
Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningĆŗn redentor de la humanidad. Son todas expresión generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vĆvida, de un movimiento histórico que se estĆ” desarrollando a la vista de todos. La abolición del rĆ©gimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna caracterĆstica peculiar del comunismo.
Las condiciones que forman el régimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios históricos, a alteraciones históricas constantes.
AsĆ, por ejemplo, la Revolución francesa abolió la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.
Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición del rĆ©gimen de propiedad de la burguesĆa, de esta moderna institución de la propiedad privada burguesa, expresión Ćŗltima y la mĆ”s acabada de ese rĆ©gimen de producción y apropiación de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotación de unos hombres por otros.
AsĆ entendida, sĆ pueden los comunistas resumir su teorĆa en esa fórmula: abolición de la propiedad privada.
Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantĆa de toda independencia.
¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referĆs acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeƱo labriego, precedente histórico de la propiedad burguesa? No, Ć©sa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo estĆ” haciendo a todas horas.
¿O querĆ©is referimos a la moderna propiedad privada de la burguesĆa?
Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad? No, ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotación del trabajo asalariado, que sólo puede crecer y multiplicarse a condición de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo tambiĆ©n objeto de su explotación. La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. DetengĆ”monos un momento a contemplar los dos tĆ©rminos de la antĆtesis.
+Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producción. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha mĆ”s que por la cooperación de muchos individuos, y aĆŗn cabrĆa decir que, en rigor, esta cooperación abarca la actividad comĆŗn de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.
Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, común a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo único que aspiramos es a transformar el carÔcter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carÔcter de clase.
Hablemos ahora del trabajo asalariado.
El precio medio del trabajo asalariado es el mĆnimo del salario, es decir, la suma de vĆveres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este rĆ©gimen de apropiación personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: rĆ©gimen de apropiación que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento lĆquido y, con Ć©l, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demĆ”s hombres. A lo que aspiramos es a destruir el carĆ”cter oprobioso de este rĆ©gimen de apropiación en que el obrero sólo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sólo en la medida en que el interĆ©s de la clase dominante aconseja que viva.
En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es mƔs que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado serƔ, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.
En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperarĆ” el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.
¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesĆa abolición de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.
Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender.
Desaparecido el trĆ”fico, desaparecerĆ” tambiĆ©n, forzosamente el libre trĆ”fico. La apologĆa del libre trĆ”fico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesĆa, sólo tienen sentido y razón de ser en cuanto significan la emancipación de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la abolición comunista del trĆ”fico, de las condiciones burguesas de producción y de la propia burguesĆa.
Os aterrĆ”is de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cómo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve dĆ©cimas partes de la población, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve dĆ©cimas partes! ¿QuĆ© es, pues, lo que en rigor nos reprochĆ”is? Querer destruir un rĆ©gimen de propiedad que tiene por necesaria condición el despojo de la inmensa mayorĆa de la sociedad.
Nos reprochĆ”is, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sĆ, a eso es a lo que aspiramos.
Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.
Con eso confesÔis que para vosotros no hay mÔs persona que el burgués, el capitalista. Pues bien, la personalidad asà concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.
El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo único que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiación el trabajo ajeno.
Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesarĆ” toda actividad y reinarĆ” la indolencia universal.
Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habrĆa estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan. Vuestra objeción viene a reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostración, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerĆ” tambiĆ©n el trabajo asalariado.
Las objeciones formuladas contra el régimen comunista de apropiación y producción material, se hacen extensivas a la producción y apropiación de los productos espirituales. Y asà como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burgués, a destruir la producción, el destruir la cultura de clase es para él sinónimo de destruir la cultura en general.
Esa cultura cuya pĆ©rdida tanto deplora, es la que convierte en una mĆ”quina a la inmensa mayorĆa de la sociedad.
Al discutir con nosotros y criticar la abolición de la propiedad burguesa partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del régimen burgués de propiedad y de producción, del mismo modo que vuestro derecho no es mÔs que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnación en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.
CompartĆs con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea interesada de que vuestro rĆ©gimen de producción y de propiedad, obra de condiciones históricas que desaparecen en el transcurso de la producción, descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razón. Os explicĆ”is que haya perecido la propiedad antigua, os explicĆ”is que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podĆ©is explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.
¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satĆ”nicas de los comunistas, hasta los mĆ”s radicales gritan escĆ”ndalo.
Pero veamos: ¿en quĆ© se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. Sólo la burguesĆa tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pĆŗblica prostitución.
Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.
¿Nos reprochĆ”is acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres? SĆ, es cierto, a eso aspiramos.
Pero es, decĆs, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación domĆ©stica por la social.
¿Acaso vuestra propia educación no estĆ” tambiĆ©n influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión mĆ”s o menos directa en ella de la sociedad a travĆ©s de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carĆ”cter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante.
Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto mĆ”s grotescos y descarados cuanto mĆ”s la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancĆas y meros instrumentos de trabajo.
¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesĆa entera, pretendĆ©is colectivizar a las mujeres!
El burguĆ©s, que no ve en su mujer mĆ”s que un simple instrumento de producción, al oĆrnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producción sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el rĆ©gimen colectivo se harĆ” extensivo igualmente a la mujer.
No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situación de la mujer como mero instrumento de producción.
Nada mĆ”s ridĆculo, por otra parte, que esos alardes de indignación, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivización de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.
Nuestros burgueses, no bastĆ”ndoles, por lo visto, con tener a su disposición a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostitución oficial!-, sienten una grandĆsima fruición en seducirse unos a otros sus mujeres.
En realidad, el matrimonio burguĆ©s es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo, podrĆa reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado rĆ©gimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer. Por lo demĆ”s, fĆ”cil es comprender que, al abolirse el rĆ©gimen actual de producción, desaparecerĆ” con Ć©l el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostitución, en la oficial y en la encubierta.
A los comunistas se nos reprocha tambiƩn que queramos abolir la patria, la nacionalidad.
Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder polĆtico, su exaltación a clase nacional, a nación, es evidente que tambiĆ©n en Ć©l reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesĆa.
Ya el propio desarrollo de la burguesĆa, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producción industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar mĆ”s y mĆ”s las diferencias y antagonismos nacionales.
El triunfo del proletariado acabarÔ de hacerlos desaparecer. La acción conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipación. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotación de unos individuos por otros, desaparecerÔ también la explotación de unas naciones por otras.
Con el antagonismo de las clases en el seno de cada nación, se borrarĆ” la hostilidad de las naciones entre sĆ.
No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosófico e ideológico en general.
No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian tambiƩn sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.
La historia de las ideas es una prueba palmaria de cómo cambia y se transforma la producción espiritual con la material. Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante
Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace mÔs que dar expresión a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.
Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo. En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbĆan ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un Ćŗltimo esfuerzo, con la burguesĆa, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron mĆ”s que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideológico.
Se nos dirĆ” que las ideas religiosas, morales, filosóficas, polĆticas, jurĆdicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religión, una moral, una filosofĆa, una polĆtica, un derecho.
AdemÔs, se seguirÔ arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continúa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histórico anterior.
Veamos a qué queda reducida esta acusación.
Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesión de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, según las épocas.
Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotación de una parte de la sociedad por la otra es un hecho común a todas las épocas del pasado. Nada tiene, pues, de extraño que la conciencia social de todas las épocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca radicalmente.
La revolución comunista viene a romper de la manera mÔs radical con el régimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraño que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera también mÔs radical, con las ideas tradicionales.
Pero no queremos detenernos por mĆ”s tiempo en los reproches de la burguesĆa contra el comunismo.
Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera serÔ la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .
El proletariado se valdrĆ” del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesĆa de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizĆ”ndolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energĆas productivas.
Claro estÔ que, al principio, esto sólo podrÔ llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serÔn un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el régimen de producción vigente.
Estas medidas no podrĆ”n ser las mismas, naturalmente, en todos los paĆses.
Para los mÔs progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carÔcter mÔs o menos general, según los casos .
1.a Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.
2.a Fuerte impuesto progresivo.
3.a Abolición del derecho de herencia.
4.a Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes.
5.a Centralización del crédito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y régimen de monopolio.
6.a Nacionalización de los transportes.
7.a Multiplicación de las fÔbricas nacionales y de los medios de producción, roturación y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.
8.a Proclamación del deber general de trabajar; creación de ejércitos industriales, principalmente en el campo.
9.a Articulación de las explotaciones agrĆcolas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.
10.a Educación pública y gratuita de todos los niños. Prohibición del trabajo infantil en las fÔbricas bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material, etc.
Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción estĆ© concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderĆ” todo carĆ”cter polĆtico. El Poder polĆtico no es, en rigor, mĆ”s que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesĆa; la revolución le lleva al Poder; mas tan pronto como desde Ć©l, como clase gobernante, derribe por la fuerza el rĆ©gimen vigente de producción, con Ć©ste harĆ” desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanĆa como tal clase.
Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirÔ una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.
III.---LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA
1. El socialismo reaccionario
a) El socialismo feudal
La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histórico, se dedicó, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revolución francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista inglĆ©s, volvió a sucumbir, arrollada por el odiado intruso. Y no pudiendo dar ya ninguna batalla polĆtica seria, no le quedaba mĆ”s arma que la pluma. Mas tambiĆ©n en la palestra literaria habĆan cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la Ć©poca de la Restauración. Para ganarse simpatĆas, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesĆa, sin tener presente mĆ”s interĆ©s que el de la clase obrera explotada. De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oĆdo profecĆas mĆ”s o menos catastróficas.
Nació asĆ, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesĆa un golpe en medio del corazón con sus juicios sardónicos y acerados, pero que casi siempre movĆa a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.
Con el fin de atraer hacia sĆ al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por bandera. Pero cuantas veces lo seguĆa, el pueblo veĆa brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.
Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los mƔs perfectos organizadores de este espectƔculo.
Esos seƱores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotación no se parecĆan en nada a los de la burguesĆa, se olvidan de una cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotación han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su rĆ©gimen no existĆa el moderno proletariado, no advierten que esta burguesĆa moderna que tanto abominan, es un producto históricamente necesario de su orden social.
Por lo demĆ”s, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas, y asĆ se explica que su mĆ”s rabiosa acusación contra la burguesĆa sea precisamente el crear y fomentar bajo su rĆ©gimen una clase que estĆ” llamada a derruir todo el orden social heredado.
Lo que mĆ”s reprochan a la burguesĆa no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario.
Por eso, en la prÔctica estÔn siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las retóricas ampulosas, a recolectar también los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil trÔfico en lana, remolacha y aguardiente.
Como los curas van siempre del brazo de los seƱores feudales, no es extraƱo que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.
Nada mĆ”s fĆ”cil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatió tambiĆ©n el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No predicó frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monĆ”stica y la Iglesia? El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clĆ©rigo bendice el despecho del aristócrata.
b) El socialismo pequeƱoburguƩs
La aristocracia feudal no es la Ćŗnica clase derrocada por la burguesĆa, la Ćŗnica clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna. Los villanos medievales y los pequeƱos labriegos fueron los precursores de la moderna burguesĆa. Y en los paĆses en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesĆa ascensional.
En aquellos otros paĆses en que la civilización moderna alcanza un cierto grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeƱoburguesa que flota entre la burguesĆa y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad burguesa como satĆ©lite suyo, no hace mĆ”s que brindar nuevos elementos al proletariado, precipitados a Ć©ste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domĆ©sticos.
En paĆses como Francia, en que la clase labradora representa mucho mĆ”s de la mitad de la población, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la burguesĆa, tomasen por norma, para criticar el rĆ©gimen burguĆ©s, los intereses de los pequeƱos burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeƱa burguesĆa. AsĆ nació el socialismo pequeƱoburguĆ©s. Su representante mĆ”s caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.
Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno rĆ©gimen de producción. Ha desenmascarado las argucias hipócritas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la división del trabajo, la concentración de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducción, las crisis, la inevitable desaparición de los pequeƱos burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquĆa reinante en la producción, las desigualdades irritantes que claman en la distribución de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disolución de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.
Pero en lo que ataƱe ya a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene mĆ”s aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el rĆ©gimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del rĆ©gimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenĆan que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico.
En la manufactura, la restauración de los viejos gremios, y en el campo, la implantación de un régimen patriarcal: he ahà sus dos magnas aspiraciones.
Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.
c) El socialismo alemƔn o "verdadero" socialismo
La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presión de una burguesĆa gobernante y expresión literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesĆa empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.
Los filósofos, pseudofilósofos y grandes ingenios del paĆs se asimilaron codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habĆan pasado la frontera tambiĆ©n las condiciones sociales a que respondĆan. Al enfrentarse con la situación alemana, la literatura socialista francesa perdió toda su importancia prĆ”ctica directa, para asumir una fisonomĆa puramente literaria y convertirse en una ociosa especulación acerca del espĆritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad. Y asĆ, mientras que los postulados de la primera revolución francesa eran, para los filósofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razón prĆ”ctica” en general, las aspiraciones de la burguesĆa francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.
La única preocupación de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosófica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista filosófico aquellas ideas.
Esta asimilación se llevó a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una lengua extranjera: traduciéndola.
Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos que atesoraban las obras clĆ”sicas del paganismo con todo gĆ©nero de insubstanciales historias de santos de la Iglesia católica. Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso. Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosóficos a los originales franceses. Y asĆ, donde el original desarrollaba la crĆtica del dinero, ellos pusieron: “expropiación del ser humano”; donde se criticaba el Estado burguĆ©s: “abolición del imperio de lo general abstracto”, y asĆ por el estilo.
Esta interpelación de locuciones y galimatĆas filosóficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofĆa del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentación filosófica del socialismo”, y otros semejantes.
De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdĆa toda su virilidad. Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase, el profesor germano se hacĆa la ilusión de haber superado el “parcialismo francĆ©s”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenĆa los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasĆa filosófica.
Sin embargo, este socialismo alemƔn, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su pedantesca inocencia.
En la lucha de la burguesĆa alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el rĆ©gimen feudal y la monarquĆa absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz mĆ”s serio.
Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasión apetecida para oponer al movimiento polĆtico las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo que con este movimiento burguĆ©s no saldrĆa ganando nada y sĆ perdiendo mucho. El socialismo alemĆ”n se cuidaba de olvidar oportunamente que la crĆtica francesa, de la que no era mĆ”s que un eco sin vida, presuponĆa la existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su organización polĆtica adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.
Este “verdadero” socialismo les venĆa al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con toda su cohorte de clĆ©rigos, maestros de escuela, hidalgüelos raĆdos y cagatintas, pues les servĆa de espantapĆ”jaros contra la amenazadora burguesĆa. Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibĆan los levantamientos obreros.
Pero el “verdadero” socialismo, ademĆ”s de ser, como vemos, un arma en manos de los gobiernos contra la burguesĆa alemana, encarnaba de una manera directa un interĆ©s reaccionario, el interĆ©s de la baja burguesĆa del paĆs. La pequeƱa burguesĆa, heredada del siglo XVI y que desde entonces no habĆa cesado de aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.
Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y polĆtico de la burguesĆa teme la ruina segura, tanto por la concentración de capitales que ello significa, como porque entraƱa la formación de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venĆa a cortar de un tijeretazo -asĆ se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro. Por eso, se extendió por todo el paĆs como una verdadera epidemia.
El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvĆan el puƱado de huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores retóricas de su ingenio, empapado de nieblas melancólicas y romĆ”nticas, hacĆa todavĆa mĆ”s gustosa la mercancĆa para ese pĆŗblico.
Por su parte, el socialismo alemĆ”n comprendĆa mĆ”s claramente cada vez que su misión era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesĆa.
Proclamó a la nación alemana como nación modelo y al sĆŗbdito alemĆ”n como el tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido socialista, tornĆ”ndolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacĆa mĆ”s que sacar la Ćŗltima consecuencia lógica de su sistema. Toda la pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquĆsimas excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .
2. El socialismo burguƩs o conservador
Una parte de la burguesĆa desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa.
Se encuentran en este bando los economistas, los filÔntropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.
Pero, ademĆ”s, de este socialismo burguĆ©s han salido verdaderos sistemas doctrinales. Sirva de ejemplo la FilosofĆa de la miseria de Proudhon.
Los burgueses socialistas considerarĆan ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesĆa sin el proletariado. Es natural que la burguesĆa se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burguĆ©s eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesión de la nueva JerusalĆ©n, lo que en realidad exige de Ć©l es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de Ć©l se forma.
Una segunda modalidad, aunque menos sistemĆ”tica bastante mĆ”s prĆ”ctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciĆ©ndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios polĆticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, económicas, de su vida. Claro estĆ” que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la abolición del rĆ©gimen burguĆ©s de producción, que sólo puede alcanzarse por la vĆa revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual rĆ©gimen de producción y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sólo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesĆa las costas de su reinado y sanearle el presupuesto.
Este socialismo burgués a que nos referimos, sólo encuentra expresión adecuada allà donde se convierte en mera figura retórica.
¡Pedimos el librecambio en interĆ©s de la clase obrera! ¡En interĆ©s de la clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interĆ©s de la clase trabajadora! Hemos dado, por fin, con la suprema y Ćŗnica seria aspiración del socialismo burguĆ©s.
Todo el socialismo de la burguesĆa se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siĆ©ndolo... en interĆ©s de la clase trabajadora.
3. El socialismo y el comunismo crĆtico-utópico
No queremos referirnos aquĆ a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.)
Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase, en momentos de conmoción general, en el perĆodo de derrumbamiento de la sociedad feudal, tenĆan que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipación, que habĆan de ser el fruto de la Ć©poca burguesa. La literatura revolucionaria que guĆa estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente tenĆa que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria. Estas doctrinas profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.
Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesĆa, tal como mĆ”s arriba la dejamos esbozada. (V. el capĆtulo “Burgueses y proletarios”).
Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acción de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante. Pero no aciertan todavĆa a ver en el proletariado una acción histórica independiente, un movimiento polĆtico propio y peculiar.
Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipación del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a fuerza de leyes sociales. Esos autores pretenden suplantar la acción social por su acción personal especulativa, las condiciones históricas que han de determinar la emancipación proletaria por condiciones fantÔsticas que ellos mismos se forjan, la gradual organización del proletariado como clase por una organización de la sociedad inventada a su antojo. Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y prÔctica ejecución de sus planes sociales.
Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sólo porque la consideran la clase mÔs sufrida. Es la única función en que existe para ellos el proletariado.
La forma embrionaria que todavĆa presenta la lucha de clases y las condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior. Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados. De aquĆ que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinción, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan mĆ”s perfecto para la mejor de las sociedades posibles.
Por eso, rechazan todo lo que sea acción polĆtica, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vĆa pacĆfica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeƱos experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.
Estas descripciones fantĆ”sticas de la sociedad del maƱana brotan en una Ć©poca en que el proletariado no ha alcanzado aĆŗn la madurez, en que, por tanto, se forja todavĆa una serie de ideas fantĆ”sticas acerca de su destino y posición, dejĆ”ndose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.
Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crĆtica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente. Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora. Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carĆ”cter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarĆ”n las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la abolición de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la armonĆa social, la transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la producción.... giran todas en torno a la desaparición de la lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe vaguedad. Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carĆ”cter puramente utópico.
La importancia de este socialismo y comunismo crĆtico-utópico estĆ” en razón inversa al desarrollo histórico de la sociedad. Al paso que la lucha de clases se define y acentĆŗa, va perdiendo importancia prĆ”ctica y sentido teórico esa fantĆ”stica posición de superioridad respecto a ella, esa fe fantĆ”stica en su supresión. Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus discĆpulos forman hoy dĆa sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertĆ©rritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros históricos del proletariado. Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable. Y siguen soƱando con la fundación de falansterios, con la colonización interior, con la creación de una pequeƱa Icaria, edición en miniatura de la nueva JerusalĆ©n... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen mĆ”s remedio que apelar a la filantrópica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses. Poco a poco van resbalando a la categorĆa de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sólo se distinguen por su sistemĆ”tica pedanterĆa y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerĆas de su ciencia social. He ahĆ por quĆ© se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos polĆticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le predican.
En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas tienen enfrente a los discĆpulos de Fourier.
IV.---LOS COMUNISTAS ANTE LOS OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICIĆN
DespuĆ©s de lo que dejamos dicho en el capĆtulo II, fĆ”cil es comprender la relación que guardan los comunistas con los demĆ”s partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de NorteamĆ©rica.
Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir.
---En Francia se alĆan al partido democrĆ”tico-socialista contra la burguesĆa conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crĆtica frente a los tópicos y las ilusiones procedentes de la tradición revolucionaria
---En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demócratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.
---En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revolución agraria, como condición previa para la emancipación nacional del paĆs, al partido que provocó la insurrección de Cracovia en 1846.
---En Alemania, el partido comunista lucharĆ” al lado de la burguesĆa, mientras Ć©sta actĆŗe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquĆa absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeƱa burguesĆa. Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesĆa del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesĆa, como otras tantas armas, esas mismas condiciones polĆticas y sociales que la burguesĆa, una vez que triunfe, no tendrĆ” mĆ”s remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automĆ”ticamente, la lucha contra la burguesĆa.
Las miradas de los comunistas convergen con un especial interĆ©s sobre Alemania, pues no desconocen que este paĆs estĆ” en vĆsperas de una revolución burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilización europea y con un proletariado mucho mĆ”s potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revolución alemana burguesa que se avecina no sea mĆ”s que el preludio inmediato de una revolución proletaria.
Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el rĆ©gimen social y polĆtico imperante.
En todos estos movimientos se ponen de relieve el régimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma mÔs o menos progresiva que revista, como la cuestión fundamental que se ventila.
Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la unión y la inteligencia de los partidos democrĆ”ticos de todos los paĆses.
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.
¡Proletarios de todos los PaĆses, unĆos!
Fuente: PrensaPopular Comunistas Miranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
Correo: pcvmirandasrp@gmail.com
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