jueves, 10 de enero de 2008

MANIFIESTO DEL PARTIDO COMUNISTA

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Manifiesto del Partido Comunista

Por: Carlos Marx y Federico Engels

Un espectro se cierne sobre Europa: el espectro del comunismo. Contra este espectro se han conjurado en santa jaurĆ­a todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes.

No hay un solo partido de oposiciĆ³n a quien los adversarios gobernantes no motejen de comunista, ni un solo partido de oposiciĆ³n que no lance al rostro de las oposiciones mĆ”s avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusaciĆ³n estigmatizante de comunismo.

De este hecho se desprenden dos consecuencias:

---La primera es que el comunismo se halla ya reconocido como una potencia por todas las potencias europeas.

---La segunda, que es ya hora de que los comunistas expresen a la luz del dĆ­a y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones, saliendo asĆ­ al paso de esa leyenda del espectro comunista con un manifiesto de su partido.

Con este fin se han congregado en Londres los representantes comunistas de diferentes paĆ­ses y redactado el siguiente Manifiesto, que aparecerĆ” en lengua inglesa, francesa, alemana, italiana, flamenca y danesa.

I.-- BURGUESES Y PROLETARIOS

Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad , es una historia de luchas de clases.

Libres y esclavos, patricios y plebeyos, barones y siervos de la gleba, maestros y oficiales; en una palabra, opresores y oprimidos, frente a frente siempre, empeƱados en una lucha ininterrumpida, velada unas veces, y otras franca y abierta, en una lucha que conduce en cada etapa a la transformaciĆ³n revolucionaria de todo el rĆ©gimen social o al exterminio de ambas clases beligerantes.

En los tiempos histĆ³ricos nos encontramos a la sociedad dividida casi por doquier en una serie de estamentos , dentro de cada uno de los cuales reina, a su vez, una nueva jerarquĆ­a social de grados y posiciones. En la Roma antigua son los patricios, los Ć©quites, los plebeyos, los esclavos; en la Edad Media, los seƱores feudales, los vasallos, los maestros y los oficiales de los gremios, los siervos de la gleba, y dentro de cada una de esas clases todavĆ­a nos encontramos con nuevos matices y gradaciones.

La moderna sociedad burguesa que se alza sobre las ruinas de la sociedad feudal no ha abolido los antagonismos de clase. Lo que ha hecho ha sido crear nuevas clases, nuevas condiciones de opresiĆ³n, nuevas modalidades de lucha, que han venido a sustituir a las antiguas.

Sin embargo, nuestra Ć©poca, la Ć©poca de la burguesĆ­a, se caracteriza por haber simplificado estos antagonismos de clase. Hoy, toda la sociedad tiende a separarse, cada vez mĆ”s abiertamente, en dos grandes campos enemigos, en dos grandes clases antagĆ³nicas: la burguesĆ­a y el proletariado.

De los siervos de la gleba de la Edad Media surgieron los “villanos” de las primeras ciudades; y estos villanos fueron el germen de donde brotaron los primeros elementos de la burguesĆ­a.

El descubrimiento de AmĆ©rica, la circunnavegaciĆ³n de Ɓfrica abrieron nuevos horizontes e imprimieron nuevo impulso a la burguesĆ­a. El mercado de China y de las Indias orientales, la colonizaciĆ³n de AmĆ©rica, el intercambio con las colonias, el incremento de los medios de cambio y de las mercaderĆ­as en general, dieron al comercio, a la navegaciĆ³n, a la industria, un empuje jamĆ”s conocido, atizando con ello el elemento revolucionario que se escondĆ­a en el seno de la sociedad feudal en descomposiciĆ³n.

El rĆ©gimen feudal o gremial de producciĆ³n que seguĆ­a imperando no bastaba ya para cubrir las necesidades que abrĆ­an los nuevos mercados. Vino a ocupar su puesto la manufactura. Los maestros de los gremios se vieron desplazados por la clase media industrial, y la divisiĆ³n del trabajo entre las diversas corporaciones fue suplantada por la divisiĆ³n del trabajo dentro de cada taller.

Pero los mercados seguĆ­an dilatĆ”ndose, las necesidades seguĆ­an creciendo. Ya no bastaba tampoco la manufactura. El invento del vapor y la maquinaria vinieron a revolucionar el rĆ©gimen industrial de producciĆ³n. La manufactura cediĆ³ el puesto a la gran industria moderna, y la clase media industrial hubo de dejar paso a los magnates de la industria, jefes de grandes ejĆ©rcitos industriales, a los burgueses modernos.

La gran industria creĆ³ el mercado mundial, ya preparado por el descubrimiento de AmĆ©rica. El mercado mundial imprimiĆ³ un gigantesco impulso al comercio, a la navegaciĆ³n, a las comunicaciones por tierra. A su vez, estos, progresos redundaron considerablemente en provecho de la industria, y en la misma proporciĆ³n en que se dilataban la industria, el comercio, la navegaciĆ³n, los ferrocarriles, se desarrollaba la burguesĆ­a, crecĆ­an sus capitales, iba desplazando y esfumando a todas las clases heredadas de la Edad Media.

Vemos, pues, que la moderna burguesĆ­a es, como lo fueron en su tiempo las otras clases, producto de un largo proceso histĆ³rico, fruto de una serie de transformaciones radicales operadas en el rĆ©gimen de cambio y de producciĆ³n.

A cada etapa de avance recorrida por la burguesĆ­a corresponde una nueva etapa de progreso polĆ­tico. Clase oprimida bajo el mando de los seƱores feudales, la burguesĆ­a forma en la “comuna” una asociaciĆ³n autĆ³noma y armada para la defensa de sus intereses; en unos sitios se organiza en repĆŗblicas municipales independientes; en otros forma el tercer estado tributario de las monarquĆ­as; en la Ć©poca de la manufactura es el contrapeso de la nobleza dentro de la monarquĆ­a feudal o absoluta y el fundamento de las grandes monarquĆ­as en general, hasta que, por Ćŗltimo, implantada la gran industria y abiertos los cauces del mercado mundial, se conquista la hegemonĆ­a polĆ­tica y crea el moderno Estado representativo. Hoy, el Poder pĆŗblico viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administraciĆ³n que rige los intereses colectivos de la clase burguesa.

La burguesƭa ha desempeƱado, en el transcurso de la historia, un papel verdaderamente revolucionario.

Dondequiera que se instaurĆ³, echĆ³ por tierra todas las instituciones feudales, patriarcales e idĆ­licas. DesgarrĆ³ implacablemente los abigarrados lazos feudales que unĆ­an al hombre con sus superiores naturales y no dejĆ³ en pie mĆ”s vĆ­nculo que el del interĆ©s escueto, el del dinero contante y sonante, que no tiene entraƱas. EchĆ³ por encima del santo temor de Dios, de la devociĆ³n mĆ­stica y piadosa, del ardor caballeresco y la tĆ­mida melancolĆ­a del buen burguĆ©s, el jarro de agua helada de sus cĆ”lculos egoĆ­stas. EnterrĆ³ la dignidad personal bajo el dinero y redujo todas aquellas innumerables libertades escrituradas y bien adquiridas a una Ćŗnica libertad: la libertad ilimitada de comerciar. SustituyĆ³, para decirlo de una vez, un rĆ©gimen de explotaciĆ³n, velado por los cendales de las ilusiones polĆ­ticas y religiosas, por un rĆ©gimen franco, descarado, directo, escueto, de explotaciĆ³n.

La burguesĆ­a despojĆ³ de su halo de santidad a todo lo que antes se tenĆ­a por venerable y digno de piadoso acontecimiento. ConvirtiĆ³ en sus servidores asalariados al mĆ©dico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia.

La burguesĆ­a desgarrĆ³ los velos emotivos y sentimentales que envolvĆ­an la familia y puso al desnudo la realidad econĆ³mica de las relaciones familiares

La burguesĆ­a vino a demostrar que aquellos alardes de fuerza bruta que la reacciĆ³n tanto admira en la Edad Media tenĆ­an su complemento cumplido en la haraganerĆ­a mĆ”s indolente. Hasta que ella no lo revelĆ³ no supimos cuĆ”nto podĆ­a dar de sĆ­ el trabajo del hombre. La burguesĆ­a ha producido maravillas mucho mayores que las pirĆ”mides de Egipto, los acueductos romanos y las catedrales gĆ³ticas; ha acometido y dado cima a empresas mucho mĆ”s grandiosas que las emigraciones de los pueblos y las cruzadas.

La burguesĆ­a no puede existir si no es revolucionando incesantemente los instrumentos de la producciĆ³n, que tanto vale decir el sistema todo de la producciĆ³n, y con Ć©l todo el rĆ©gimen social. Lo contrario de cuantas clases sociales la precedieron, que tenĆ­an todas por condiciĆ³n primaria de vida la intangibilidad del rĆ©gimen de producciĆ³n vigente. La Ć©poca de la burguesĆ­a se caracteriza y distingue de todas las demĆ”s por el constante y agitado desplazamiento de la producciĆ³n, por la conmociĆ³n ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinĆ”mica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su sĆ©quito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raĆ­ces. Todo lo que se creĆ­a permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreƱido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada frĆ­a su vida y sus relaciones con los demĆ”s.

La necesidad de encontrar mercados espolea a la burguesĆ­a de una punta o otra del planeta. Por todas partes anida, en todas partes construye, por doquier establece relaciones.

La burguesĆ­a, al explotar el mercado mundial, da a la producciĆ³n y al consumo de todos los paĆ­ses un sello cosmopolita. Entre los lamentos de los reaccionarios destruye los cimientos nacionales de la industria. Las viejas industrias nacionales se vienen a tierra, arrolladas por otras nuevas, cuya instauraciĆ³n es problema vital para todas las naciones civilizadas; por industrias que ya no transforman como antes las materias primas del paĆ­s, sino las traĆ­das de los climas mĆ”s lejanos y cuyos productos encuentran salida no sĆ³lo dentro de las fronteras, sino en todas las partes del mundo. Brotan necesidades nuevas que ya no bastan a satisfacer, como en otro tiempo, los frutos del paĆ­s, sino que reclaman para su satisfacciĆ³n los productos de tierras remotas. Ya no reina aquel mercado local y nacional que se bastaba a sĆ­ mismo y donde no entraba nada de fuera; ahora, la red del comercio es universal y en ella entran, unidas por vĆ­nculos de interdependencia, todas las naciones. Y lo que acontece con la producciĆ³n material, acontece tambiĆ©n con la del espĆ­ritu. Los productos espirituales de las diferentes naciones vienen a formar un acervo comĆŗn. Las limitaciones y peculiaridades del carĆ”cter nacional van pasando a segundo plano, y las literaturas locales y nacionales confluyen todas en una literatura universal.

La burguesĆ­a, con el rĆ”pido perfeccionamiento de todos los medios de producciĆ³n, con las facilidades increĆ­bles de su red de comunicaciones, lleva la civilizaciĆ³n hasta a las naciones mĆ”s salvajes. El bajo precio de sus mercancĆ­as es la artillerĆ­a pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que obliga a capitular a las tribus bĆ”rbaras mĆ”s ariscas en su odio contra el extranjero. Obliga a todas las naciones a abrazar el rĆ©gimen de producciĆ³n de la burguesĆ­a o perecer; las obliga a implantar en su propio seno la llamada civilizaciĆ³n, es decir, a hacerse burguesas. Crea un mundo hecho a su imagen y semejanza.

La burguesĆ­a somete el campo al imperio de la ciudad. Crea ciudades enormes, intensifica la poblaciĆ³n urbana en una fuerte proporciĆ³n respecto a la campesina y arranca a una parte considerable de la gente del campo al cretinismo de la vida rural. Y del mismo modo que somete el campo a la ciudad, somete los pueblos bĆ”rbaros y semibĆ”rbaros a las naciones civilizadas, los pueblos campesinos a los pueblos burgueses, el Oriente al Occidente.

La burguesĆ­a va aglutinando cada vez mĆ”s los medios de producciĆ³n, la propiedad y los habitantes del paĆ­s. Aglomera la poblaciĆ³n, centraliza los medios de producciĆ³n y concentra en manos de unos cuantos la propiedad. Este proceso tenĆ­a que conducir, por fuerza lĆ³gica, a un rĆ©gimen de centralizaciĆ³n polĆ­tica. Territorios antes independientes, apenas aliados, con intereses distintos, distintas leyes, gobiernos autĆ³nomos y lĆ­neas aduaneras propias, se asocian y refunden en una naciĆ³n Ćŗnica, bajo un Gobierno, una ley, un interĆ©s nacional de clase y una sola lĆ­nea aduanera.

En el siglo corto que lleva de existencia como clase soberana, la burguesĆ­a ha creado energĆ­as productivas mucho mĆ”s grandiosas y colosales que todas las pasadas generaciones juntas. Basta pensar en el sometimiento de las fuerzas naturales por la mano del hombre, en la maquinaria, en la aplicaciĆ³n de la quĆ­mica a la industria y la agricultura, en la navegaciĆ³n de vapor, en los ferrocarriles, en el telĆ©grafo elĆ©ctrico, en la roturaciĆ³n de continentes enteros, en los rĆ­os abiertos a la navegaciĆ³n, en los nuevos pueblos que brotaron de la tierra como por ensalmo... ¿QuiĆ©n, en los pasados siglos, pudo sospechar siquiera que en el regazo de la sociedad fecundada por el trabajo del hombre yaciesen soterradas tantas y tales energĆ­as y elementos de producciĆ³n?

Hemos visto que los medios de producciĆ³n y de transporte sobre los cuales se desarrollĆ³ la burguesĆ­a brotaron en el seno de la sociedad feudal. Cuando estos medios de transporte y de producciĆ³n alcanzaron una determinada fase en su desarrollo, resultĆ³ que las condiciones en que la sociedad feudal producĆ­a y comerciaba, la organizaciĆ³n feudal de la agricultura y la manufactura, en una palabra, el rĆ©gimen feudal de la propiedad, no correspondĆ­an ya al estado progresivo de las fuerzas productivas. ObstruĆ­an la producciĆ³n en vez de fomentarla. Se habĆ­an convertido en otras tantas trabas para su desenvolvimiento. Era menester hacerlas saltar, y saltaron.

Vino a ocupar su puesto la libre concurrencia, con la constituciĆ³n polĆ­tica y social a ella adecuada, en la que se revelaba ya la hegemonĆ­a econĆ³mica y polĆ­tica de la clase burguesa.

Pues bien: ante nuestros ojos se desarrolla hoy un espectĆ”culo semejante. Las condiciones de producciĆ³n y de cambio de la burguesĆ­a, el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad, la moderna sociedad burguesa, que ha sabido hacer brotar como por encanto tan fabulosos medios de producciĆ³n y de transporte, recuerda al brujo impotente para dominar los espĆ­ritus subterrĆ”neos que conjurĆ³. Desde hace varias dĆ©cadas, la historia de la industria y del comercio no es mĆ”s que la historia de las modernas fuerzas productivas que se rebelan contra el rĆ©gimen vigente de producciĆ³n, contra el rĆ©gimen de la propiedad, donde residen las condiciones de vida y de predominio polĆ­tico de la burguesĆ­a. Basta mencionar las crisis comerciales, cuya periĆ³dica reiteraciĆ³n supone un peligro cada vez mayor para la existencia de la sociedad burguesa toda. Las crisis comerciales, ademĆ”s de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las Ć©pocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducciĆ³n. La sociedad se ve retrotraĆ­da repentinamente a un estado de barbarie momentĆ”nea; se dirĆ­a que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmado, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio estĆ”n a punto de perecer. ¿Y todo por quĆ©? Porque la sociedad posee demasiada civilizaciĆ³n, demasiados recursos, demasiada industria, demasiado comercio. Las fuerzas productivas de que dispone no sirven ya para fomentar el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad; son ya demasiado poderosas para servir a este rĆ©gimen, que embaraza su desarrollo. Y tan pronto como logran vencer este obstĆ”culo, siembran el desorden en la sociedad burguesa, amenazan dar al traste con el rĆ©gimen burguĆ©s de la propiedad. Las condiciones sociales burguesas resultan ya demasiado angostas para abarcar la riqueza por ellas engendrada. ¿CĆ³mo se sobrepone a las crisis la burguesĆ­a? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de fuerzas productivas y conquistĆ”ndose nuevos mercados, a la par que procurando explotar mĆ”s concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia unas crisis preparando otras mĆ”s extensas e imponentes y mutilando los medios de que dispone para precaverlas.

Las armas con que la burguesĆ­a derribĆ³ al feudalismo se vuelven ahora contra ella.

Y la burguesĆ­a no sĆ³lo forja las armas que han de darle la muerte, sino que, ademĆ”s, pone en pie a los hombres llamados a manejarlas: estos hombres son los obreros, los proletarios.

En la misma proporciĆ³n en que se desarrolla la burguesĆ­a, es decir, el capital, desarrollase tambiĆ©n el proletariado, esa clase obrera moderna que sĆ³lo puede vivir encontrando trabajo y que sĆ³lo encuentra trabajo en la medida en que Ć©ste alimenta a incremento el capital. El obrero, obligado a venderse a trozos, es una mercancĆ­a como otra cualquiera, sujeta, por tanto, a todos los cambios y modalidades de la concurrencia, a todas las fluctuaciones del mercado.

La extensiĆ³n de la maquinaria y la divisiĆ³n del trabajo quitan a Ć©ste, en el rĆ©gimen proletario actual, todo carĆ”cter autĆ³nomo, toda libre iniciativa y todo encanto para el obrero. El trabajador se convierte en un simple resorte de la mĆ”quina, del que sĆ³lo se exige una operaciĆ³n mecĆ”nica, monĆ³tona, de fĆ”cil aprendizaje. Por eso, los gastos que supone un obrero se reducen, sobre poco mĆ”s o menos, al mĆ­nimo de lo que necesita para vivir y para perpetuar su raza. Y ya se sabe que el precio de una mercancĆ­a, y como una de tantas el trabajo , equivale a su coste de producciĆ³n. Cuanto mĆ”s repelente es el trabajo, tanto mĆ”s disminuye el salario pagado al obrero. MĆ”s aĆŗn: cuanto mĆ”s aumentan la maquinaria y la divisiĆ³n del trabajo, tanto mĆ”s aumenta tambiĆ©n Ć©ste, bien porque se alargue la jornada, bien porque se intensifique el rendimiento exigido, se acelere la marcha de las mĆ”quinas, etc.

La industria moderna ha convertido el pequeƱo taller del maestro patriarcal en la gran fĆ”brica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fĆ”brica son sometidas a una organizaciĆ³n y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquĆ­a de sargentos, oficiales y jefes. No son sĆ³lo siervos de la burguesĆ­a y del Estado burguĆ©s, sino que estĆ”n todos los dĆ­as y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la mĆ”quina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burguĆ©s dueƱo de la fĆ”brica. Y este despotismo es tanto mĆ”s mezquino, mĆ”s execrable, mĆ”s indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.

Cuanto menores son la habilidad y la fuerza que reclama el trabajo manual, es decir, cuanto mayor es el desarrollo adquirido por la moderna industria, tambiĆ©n es mayor la proporciĆ³n en que el trabajo de la mujer y el niƱo desplaza al del hombre. Socialmente, ya no rigen para la clase obrera esas diferencias de edad y de sexo. Son todos, hombres, mujeres y niƱos, meros instrumentos de trabajo, entre los cuales no hay mĆ”s diferencia que la del coste.

Y cuando ya la explotaciĆ³n del obrero por el fabricante ha dado su fruto y aquĆ©l recibe el salario, caen sobre Ć©l los otros representantes de la burguesĆ­a: el casero, el tendero, el prestamista, etc.

Toda una serie de elementos modestos que venĆ­an perteneciendo a la clase media, pequeƱos industriales, comerciantes y rentistas, artesanos y labriegos, son absorbidos por el proletariado; unos, porque su pequeƱo caudal no basta para alimentar las exigencias de la gran industria y sucumben arrollados por la competencia de los capitales mĆ”s fuertes, y otros porque sus aptitudes quedan sepultadas bajo los nuevos progresos de la producciĆ³n. Todas las clases sociales contribuyen, pues, a nutrir las filas del proletariado.

El proletariado recorre diversas etapas antes de fortificarse y consolidarse. Pero su lucha contra la burguesĆ­a data del instante mismo de su existencia.

Al principio son obreros aislados; luego, los de una fĆ”brica; luego, los de todas una rama de trabajo, los que se enfrentan, en una localidad, con el burguĆ©s que personalmente los explota. Sus ataques no van sĆ³lo contra el rĆ©gimen burguĆ©s de producciĆ³n, van tambiĆ©n contra los propios instrumentos de la producciĆ³n; los obreros, sublevados, destruyen las mercancĆ­as ajenas que les hacen la competencia, destrozan las mĆ”quinas, pegan fuego a las fĆ”bricas, pugnan por volver a la situaciĆ³n, ya enterrada, del obrero medieval.

En esta primera etapa, los obreros forman una masa diseminada por todo el paĆ­s y desunida por la concurrencia. Las concentraciones de masas de obreros no son todavĆ­a fruto de su propia uniĆ³n, sino fruto de la uniĆ³n de la burguesĆ­a, que para alcanzar sus fines polĆ­ticos propios tiene que poner en movimiento -cosa que todavĆ­a logra- a todo el proletariado. En esta etapa, los proletarios no combaten contra sus enemigos, sino contra los enemigos de sus enemigos, contra los vestigios de la monarquĆ­a absoluta, los grandes seƱores de la tierra, los burgueses no industriales, los pequeƱos burgueses. La marcha de la historia estĆ” toda concentrada en manos de la burguesĆ­a, y cada triunfo asĆ­ alcanzado es un triunfo de la clase burguesa.

Sin embargo, el desarrollo de la industria no sĆ³lo nutre las filas del proletariado, sino que las aprieta y concentra; sus fuerzas crecen, y crece tambiĆ©n la conciencia de ellas. Y al paso que la maquinaria va borrando las diferencias y categorĆ­as en el trabajo y reduciendo los salarios casi en todas partes a un nivel bajĆ­simo y uniforme, van nivelĆ”ndose tambiĆ©n los intereses y las condiciones de vida dentro del proletariado. La competencia, cada vez mĆ”s aguda, desatada entre la burguesĆ­a, y las crisis comerciales que desencadena, hacen cada vez mĆ”s inseguro el salario del obrero; los progresos incesantes y cada dĆ­a mĆ”s veloces del maquinismo aumentan gradualmente la inseguridad de su existencia; las colisiones entre obreros y burgueses aislados van tomando el carĆ”cter, cada vez mĆ”s seƱalado, de colisiones entre dos clases. Los obreros empiezan a coaligarse contra los burgueses, se asocian y unen para la defensa de sus salarios. Crean organizaciones permanentes para pertrecharse en previsiĆ³n de posibles batallas. De vez en cuando estallan revueltas y sublevaciones.

Los obreros arrancan algĆŗn triunfo que otro, pero transitorio siempre. El verdadero objetivo de estas luchas no es conseguir un resultado inmediato, sino ir extendiendo y consolidando la uniĆ³n obrera. Coadyuvan a ello los medios cada vez mĆ”s fĆ”ciles de comunicaciĆ³n, creados por la gran industria y que sirven para poner en contacto a los obreros de las diversas regiones y localidades. Gracias a este contacto, las mĆŗltiples acciones locales, que en todas partes presentan idĆ©ntico carĆ”cter, se convierten en un movimiento nacional, en una lucha de clases. Y toda lucha de clases es una acciĆ³n polĆ­tica. Las ciudades de la Edad Media, con sus caminos vecinales, necesitaron siglos enteros para unirse con las demĆ”s; el proletariado moderno, gracias a los ferrocarriles, ha creado su uniĆ³n en unos cuantos aƱos.

Esta organizaciĆ³n de los proletarios como clase, que tanto vale decir como partido polĆ­tico, se ve minada a cada momento por la concurrencia desatada entre los propios obreros. Pero avanza y triunfa siempre, a pesar de todo, cada vez mĆ”s fuerte, mĆ”s firme, mĆ”s pujante. Y aprovechĆ”ndose de las discordias que surgen en el seno de la burguesĆ­a, impone la sanciĆ³n legal de sus intereses propios. AsĆ­ nace en Inglaterra la ley de la jornada de diez horas.

Las colisiones producidas entre las fuerzas de la antigua sociedad imprimen nuevos impulsos al proletariado. La burguesƭa lucha incesantemente: primero, contra la aristocracia; luego, contra aquellos sectores de la propia burguesƭa cuyos intereses chocan con los progresos de la industria, y siempre contra la burguesƭa de los demƔs paƭses. Para librar estos combates no tiene mƔs remedio que apelar al proletariado, reclamar su auxilio, arrastrƔndolo asƭ a la palestra polƭtica. Y de este modo, le suministra elementos de fuerza, es decir, armas contra sƭ misma.

AdemƔs, como hemos visto, los progresos de la industria traen a las filas proletarias a toda una serie de elementos de la clase gobernante, o a lo menos los colocan en las mismas condiciones de vida. Y estos elementos suministran al proletariado nuevas fuerzas.

Finalmente, en aquellos perĆ­odos en que la lucha de clases estĆ” a punto de decidirse, es tan violento y tan claro el proceso de desintegraciĆ³n de la clase gobernante latente en el seno de la sociedad antigua, que una pequeƱa parte de esa clase se desprende de ella y abraza la causa revolucionaria, pasĆ”ndose a la clase que tiene en sus manos el porvenir. Y asĆ­ como antes una parte de la nobleza se pasaba a la burguesĆ­a, ahora una parte de la burguesĆ­a se pasa al campo del proletariado; en este trĆ”nsito rompen la marcha los intelectuales burgueses, que, analizando teĆ³ricamente el curso de la historia, han logrado ver claro en sus derroteros.

De todas las clases que hoy se enfrentan con la burguesƭa no hay mƔs que una verdaderamente revolucionaria: el proletariado. Las demƔs perecen y desaparecen con la gran industria; el proletariado, en cambio, es su producto genuino y peculiar.

Los elementos de las clases medias, el pequeƱo industrial, el pequeƱo comerciante, el artesano, el labriego, todos luchan contra la burguesĆ­a para salvar de la ruina su existencia como tales clases. No son, pues, revolucionarios, sino conservadores. MĆ”s todavĆ­a, reaccionarios, pues pretenden volver atrĆ”s la rueda de la historia. Todo lo que tienen de revolucionario es lo que mira a su trĆ”nsito inminente al proletariado; con esa actitud no defienden sus intereses actuales, sino los futuros; se despojan de su posiciĆ³n propia para abrazar la del proletariado.

El proletariado andrajoso , esa putrefacciĆ³n pasiva de las capas mĆ”s bajas de la vieja sociedad, se verĆ” arrastrado en parte al movimiento por una revoluciĆ³n proletaria, si bien las condiciones todas de su vida lo hacen mĆ”s propicio a dejarse comprar como instrumento de manejos reaccionarios.

Las condiciones de vida de la vieja sociedad aparecen ya destruidas en las condiciones de vida del proletariado. El proletario carece de bienes. Sus relaciones con la mujer y con los hijos no tienen ya nada de comĆŗn con las relaciones familiares burguesas; la producciĆ³n industrial moderna, el moderno yugo del capital, que es el mismo en Inglaterra que en Francia, en Alemania que en NorteamĆ©rica, borra en Ć©l todo carĆ”cter nacional. Las leyes, la moral, la religiĆ³n, son para Ć©l otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesĆ­a. Todas las clases que le precedieron y conquistaron el Poder procuraron consolidar las posiciones adquiridas sometiendo a la sociedad entera a su rĆ©gimen de adquisiciĆ³n. Los proletarios sĆ³lo pueden conquistar para sĆ­ las fuerzas sociales de la producciĆ³n aboliendo el rĆ©gimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con Ć©l todo el rĆ©gimen de apropiaciĆ³n de la sociedad. Los proletarios no tienen nada propio que asegurar, sino destruir todos los aseguramientos y seguridades privadas de los demĆ”s.

Hasta ahora, todos los movimientos sociales habĆ­an sido movimientos desatados por una minorĆ­a o en interĆ©s de una minorĆ­a. El movimiento proletario es el movimiento autĆ³nomo de una inmensa mayorĆ­a en interĆ©s de una mayorĆ­a inmensa. El proletariado, la capa mĆ”s baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho aƱicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.

Por su forma, aunque no por su contenido, la campaƱa del proletariado contra la burguesĆ­a empieza siendo nacional. Es lĆ³gico que el proletariado de cada paĆ­s ajuste ante todo las cuentas con su propia burguesĆ­a.

Al esbozar, en lĆ­neas muy generales, las diferentes fases de desarrollo del proletariado, hemos seguido las incidencias de la guerra civil mĆ”s o menos embozada que se plantea en el seno de la sociedad vigente hasta el momento en que esta guerra civil desencadena una revoluciĆ³n abierta y franca, y el proletariado, derrocando por la violencia a la burguesĆ­a, echa las bases de su poder.

Hasta hoy, toda sociedad descansĆ³, como hemos visto, en el antagonismo entre las clases oprimidas y las opresoras. Mas para poder oprimir a una clase es menester asegurarle, por lo menos, las condiciones indispensables de vida, pues de otro modo se extinguirĆ­a, y con ella su esclavizamiento. El siervo de la gleba se vio exaltado a miembro del municipio sin salir de la servidumbre, como el villano convertido en burguĆ©s bajo el yugo del absolutismo feudal. La situaciĆ³n del obrero moderno es muy distinta, pues lejos de mejorar conforme progresa la industria, decae y empeora por debajo del nivel de su propia clase. El obrero se depaupera, y el pauperismo se desarrolla en proporciones mucho mayores que la poblaciĆ³n y la riqueza. He ahĆ­ una prueba palmaria de la incapacidad de la burguesĆ­a para seguir gobernando la sociedad e imponiendo a Ć©sta por norma las condiciones de su vida como clase. Es incapaz de gobernar, porque es incapaz de garantizar a sus esclavos la existencia ni aun dentro de su esclavitud, porque se ve forzada a dejarlos llegar hasta una situaciĆ³n de desamparo en que no tiene mĆ”s remedio que mantenerles, cuando son ellos quienes debieran mantenerla a ella. La sociedad no puede seguir viviendo bajo el imperio de esa clase; la vida de la burguesĆ­a se ha hecho incompatible con la sociedad.

La existencia y el predominio de la clase burguesa tienen por condiciĆ³n esencial la concentraciĆ³n de la riqueza en manos de unos cuantos individuos, la formaciĆ³n e incremento constante del capital; y Ć©ste, a su vez, no puede existir sin el trabajo asalariado. El trabajo asalariado Presupone, inevitablemente, la concurrencia de los obreros entre sĆ­. Los progresos de la industria, que tienen por cauce automĆ”tico y espontĆ”neo a la burguesĆ­a, imponen, en vez del aislamiento de los obreros por la concurrencia, su uniĆ³n revolucionaria por la organizaciĆ³n. Y asĆ­, al desarrollarse la gran industria, la burguesĆ­a ve tambalearse bajo sus pies las bases sobre que produce y se apropia lo producido. Y a la par que avanza, se cava su fosa y crĆ­a a sus propios enterradores. Su muerte y el triunfo del proletariado sin igualmente inevitables.

II.---PROLETARIOS Y COMUNISTAS

¿QuĆ© relaciĆ³n guardan los comunistas con los proletarios en general?

Los comunistas no forman un partido aparte de los demƔs partidos obreros.

No tienen intereses propios que se distingan de los intereses generales del proletariado. No profesan principios especiales con los que aspiren a modelar el movimiento proletario.

Los comunistas no se distinguen de los demĆ”s partidos proletarios mĆ”s que en esto: en que destacan y reivindican siempre, en todas y cada una de las acciones nacionales proletarias, los intereses comunes y peculiares de todo el proletariado, independientes de su nacionalidad, y en que, cualquiera que sea la etapa histĆ³rica en que se mueva la lucha entre el proletariado y la burguesĆ­a, mantienen siempre el interĆ©s del movimiento enfocado en su conjunto.

Los comunistas son, pues, prĆ”cticamente, la parte mĆ”s decidida, el acicate siempre en tensiĆ³n de todos los partidos obreros del mundo; teĆ³ricamente, llevan de ventaja a las grandes masas del proletariado su clara visiĆ³n de las condiciones, los derroteros y los resultados generales a que ha de abocar el movimiento proletario.

El objetivo inmediato de los comunistas es idƩntico al que persiguen los demƔs partidos proletarios en general: formar la conciencia de clase del proletariado, derrocar el rƩgimen de la burguesƭa, llevar al proletariado a la conquista del Poder.

Las proposiciones teĆ³ricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningĆŗn redentor de la humanidad. Son todas expresiĆ³n generalizada de las condiciones materiales de una lucha de clases real y vĆ­vida, de un movimiento histĆ³rico que se estĆ” desarrollando a la vista de todos. La aboliciĆ³n del rĆ©gimen vigente de la propiedad no es tampoco ninguna caracterĆ­stica peculiar del comunismo.

Las condiciones que forman el rĆ©gimen de la propiedad han estado sujetas siempre a cambios histĆ³ricos, a alteraciones histĆ³ricas constantes.

AsĆ­, por ejemplo, la RevoluciĆ³n francesa aboliĆ³ la propiedad feudal para instaurar sobre sus ruinas la propiedad burguesa.

Lo que caracteriza al comunismo no es la aboliciĆ³n de la propiedad en general, sino la aboliciĆ³n del rĆ©gimen de propiedad de la burguesĆ­a, de esta moderna instituciĆ³n de la propiedad privada burguesa, expresiĆ³n Ćŗltima y la mĆ”s acabada de ese rĆ©gimen de producciĆ³n y apropiaciĆ³n de lo producido que reposa sobre el antagonismo de dos clases, sobre la explotaciĆ³n de unos hombres por otros.

AsĆ­ entendida, sĆ­ pueden los comunistas resumir su teorĆ­a en esa fĆ³rmula: aboliciĆ³n de la propiedad privada.

Se nos reprocha que queremos destruir la propiedad personal bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano, esa propiedad que es para el hombre la base de toda libertad, el acicate de todas las actividades y la garantĆ­a de toda independencia.

¡La propiedad bien adquirida, fruto del trabajo y del esfuerzo humano! ¿Os referĆ­s acaso a la propiedad del humilde artesano, del pequeƱo labriego, precedente histĆ³rico de la propiedad burguesa? No, Ć©sa no necesitamos destruirla; el desarrollo de la industria lo ha hecho ya y lo estĆ” haciendo a todas horas.

¿O querĆ©is referimos a la moderna propiedad privada de la burguesĆ­a?

Decidnos: ¿es que el trabajo asalariado, el trabajo de proletario, le rinde propiedad? No, ni mucho menos. Lo que rinde es capital, esa forma de propiedad que se nutre de la explotaciĆ³n del trabajo asalariado, que sĆ³lo puede crecer y multiplicarse a condiciĆ³n de engendrar nuevo trabajo asalariado para hacerlo tambiĆ©n objeto de su explotaciĆ³n. La propiedad, en la forma que hoy presenta, no admite salida a este antagonismo del capital y el trabajo asalariado. DetengĆ”monos un momento a contemplar los dos tĆ©rminos de la antĆ­tesis.

+Ser capitalista es ocupar un puesto, no simplemente personal, sino social, en el proceso de la producciĆ³n. El capital es un producto colectivo y no puede ponerse en marcha mĆ”s que por la cooperaciĆ³n de muchos individuos, y aĆŗn cabrĆ­a decir que, en rigor, esta cooperaciĆ³n abarca la actividad comĆŗn de todos los individuos de la sociedad. El capital no es, pues, un patrimonio personal, sino una potencia social.

Los que, por tanto, aspiramos a convertir el capital en propiedad colectiva, comĆŗn a todos los miembros de la sociedad, no aspiramos a convertir en colectiva una riqueza personal. A lo Ćŗnico que aspiramos es a transformar el carĆ”cter colectivo de la propiedad, a despojarla de su carĆ”cter de clase.

Hablemos ahora del trabajo asalariado.

El precio medio del trabajo asalariado es el mĆ­nimo del salario, es decir, la suma de vĆ­veres necesaria para sostener al obrero como tal obrero. Todo lo que el obrero asalariado adquiere con su trabajo es, pues, lo que estrictamente necesita para seguir viviendo y trabajando. Nosotros no aspiramos en modo alguno a destruir este rĆ©gimen de apropiaciĆ³n personal de los productos de un trabajo encaminado a crear medios de vida: rĆ©gimen de apropiaciĆ³n que no deja, como vemos, el menor margen de rendimiento lĆ­quido y, con Ć©l, la posibilidad de ejercer influencia sobre los demĆ”s hombres. A lo que aspiramos es a destruir el carĆ”cter oprobioso de este rĆ©gimen de apropiaciĆ³n en que el obrero sĆ³lo vive para multiplicar el capital, en que vive tan sĆ³lo en la medida en que el interĆ©s de la clase dominante aconseja que viva.

En la sociedad burguesa, el trabajo vivo del hombre no es mƔs que un medio de incrementar el trabajo acumulado. En la sociedad comunista, el trabajo acumulado serƔ, por el contrario, un simple medio para dilatar, fomentar y enriquecer la vida del obrero.

En la sociedad burguesa es, pues, el pasado el que impera sobre el presente; en la comunista, imperarĆ” el presente sobre el pasado. En la sociedad burguesa se reserva al capital toda personalidad e iniciativa; el individuo trabajador carece de iniciativa y personalidad.

¡Y a la aboliciĆ³n de estas condiciones, llama la burguesĆ­a aboliciĆ³n de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razĆ³n. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa.

Por libertad se entiende, dentro del rĆ©gimen burguĆ©s de la producciĆ³n, el librecambio, la libertad de comprar y vender.

Desaparecido el trĆ”fico, desaparecerĆ” tambiĆ©n, forzosamente el libre trĆ”fico. La apologĆ­a del libre trĆ”fico, como en general todos los ditirambos a la libertad que entona nuestra burguesĆ­a, sĆ³lo tienen sentido y razĆ³n de ser en cuanto significan la emancipaciĆ³n de las trabas y la servidumbre de la Edad Media, pero palidecen ante la aboliciĆ³n comunista del trĆ”fico, de las condiciones burguesas de producciĆ³n y de la propia burguesĆ­a.

Os aterrĆ”is de que queramos abolir la propiedad privada, ¡cĆ³mo si ya en el seno de vuestra sociedad actual, la propiedad privada no estuviese abolida para nueve dĆ©cimas partes de la poblaciĆ³n, como si no existiese precisamente a costa de no existir para esas nueve dĆ©cimas partes! ¿QuĆ© es, pues, lo que en rigor nos reprochĆ”is? Querer destruir un rĆ©gimen de propiedad que tiene por necesaria condiciĆ³n el despojo de la inmensa mayorĆ­a de la sociedad.

Nos reprochƔis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sƭ, a eso es a lo que aspiramos.

Para vosotros, desde el momento en que el trabajo no pueda convertirse ya en capital, en dinero, en renta, en un poder social monopolizable; desde el momento en que la propiedad personal no pueda ya trocarse en propiedad burguesa, la persona no existe.

Con eso confesƔis que para vosotros no hay mƔs persona que el burguƩs, el capitalista. Pues bien, la personalidad asƭ concebida es la que nosotros aspiramos a destruir.

El comunismo no priva a nadie del poder de apropiarse productos sociales; lo Ćŗnico que no admite es el poder de usurpar por medio de esta apropiaciĆ³n el trabajo ajeno.

Se arguye que, abolida la propiedad privada, cesarĆ” toda actividad y reinarĆ” la indolencia universal.

Si esto fuese verdad, ya hace mucho tiempo que se habrĆ­a estrellado contra el escollo de la holganza una sociedad como la burguesa, en que los que trabajan no adquieren y los que adquieren, no trabajan. Vuestra objeciĆ³n viene a reducirse, en fin de cuentas, a una verdad que no necesita de demostraciĆ³n, y es que, al desaparecer el capital, desaparecerĆ” tambiĆ©n el trabajo asalariado.

Las objeciones formuladas contra el rĆ©gimen comunista de apropiaciĆ³n y producciĆ³n material, se hacen extensivas a la producciĆ³n y apropiaciĆ³n de los productos espirituales. Y asĆ­ como el destruir la propiedad de clases equivale, para el burguĆ©s, a destruir la producciĆ³n, el destruir la cultura de clase es para Ć©l sinĆ³nimo de destruir la cultura en general.

Esa cultura cuya pƩrdida tanto deplora, es la que convierte en una mƔquina a la inmensa mayorƭa de la sociedad.

Al discutir con nosotros y criticar la aboliciĆ³n de la propiedad burguesa partiendo de vuestras ideas burguesas de libertad, cultura, derecho, etc., no os dais cuenta de que esas mismas ideas son otros tantos productos del rĆ©gimen burguĆ©s de propiedad y de producciĆ³n, del mismo modo que vuestro derecho no es mĆ”s que la voluntad de vuestra clase elevada a ley: una voluntad que tiene su contenido y encarnaciĆ³n en las condiciones materiales de vida de vuestra clase.

CompartĆ­s con todas las clases dominantes que han existido y perecieron la idea interesada de que vuestro rĆ©gimen de producciĆ³n y de propiedad, obra de condiciones histĆ³ricas que desaparecen en el transcurso de la producciĆ³n, descansa sobre leyes naturales eternas y sobre los dictados de la razĆ³n. Os explicĆ”is que haya perecido la propiedad antigua, os explicĆ”is que pereciera la propiedad feudal; lo que no os podĆ©is explicar es que perezca la propiedad burguesa, vuestra propiedad.

¡AboliciĆ³n de la familia! Al hablar de estas intenciones satĆ”nicas de los comunistas, hasta los mĆ”s radicales gritan escĆ”ndalo.

Pero veamos: ¿en quĆ© se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. SĆ³lo la burguesĆ­a tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra; y esta familia encuentra su complemento en la carencia forzosa de relaciones familiares de los proletarios y en la pĆŗblica prostituciĆ³n.

Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base.

¿Nos reprochĆ”is acaso que aspiremos a abolir la explotaciĆ³n de los hijos por sus padres? SĆ­, es cierto, a eso aspiramos.

Pero es, decĆ­s, que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educaciĆ³n domĆ©stica por la social.

¿Acaso vuestra propia educaciĆ³n no estĆ” tambiĆ©n influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisiĆ³n mĆ”s o menos directa en ella de la sociedad a travĆ©s de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisiĆ³n de la sociedad en la educaciĆ³n; lo que ellos hacen es modificar el carĆ”cter que hoy tiene y sustraer la educaciĆ³n a la influencia de la clase dominante.

Esos tĆ³picos burgueses de la familia y la educaciĆ³n, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto mĆ”s grotescos y descarados cuanto mĆ”s la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancĆ­as y meros instrumentos de trabajo.

¡Pero es que vosotros, los comunistas, nos grita a coro la burguesĆ­a entera, pretendĆ©is colectivizar a las mujeres!

El burguĆ©s, que no ve en su mujer mĆ”s que un simple instrumento de producciĆ³n, al oĆ­rnos proclamar la necesidad de que los instrumentos de producciĆ³n sean explotados colectivamente, no puede por menos de pensar que el rĆ©gimen colectivo se harĆ” extensivo igualmente a la mujer.

No advierte que de lo que se trata es precisamente de acabar con la situaciĆ³n de la mujer como mero instrumento de producciĆ³n.

Nada mĆ”s ridĆ­culo, por otra parte, que esos alardes de indignaciĆ³n, henchida de alta moral de nuestros burgueses, al hablar de la tan cacareada colectivizaciĆ³n de las mujeres por el comunismo. No; los comunistas no tienen que molestarse en implantar lo que ha existido siempre o casi siempre en la sociedad.

Nuestros burgueses, no bastĆ”ndoles, por lo visto, con tener a su disposiciĆ³n a las mujeres y a los hijos de sus proletarios -¡y no hablemos de la prostituciĆ³n oficial!-, sienten una grandĆ­sima fruiciĆ³n en seducirse unos a otros sus mujeres.

En realidad, el matrimonio burguĆ©s es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo, podrĆ­a reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipĆ³crita y recatado rĆ©gimen colectivo de hoy por una colectivizaciĆ³n oficial, franca y abierta, de la mujer. Por lo demĆ”s, fĆ”cil es comprender que, al abolirse el rĆ©gimen actual de producciĆ³n, desaparecerĆ” con Ć©l el sistema de comunidad de la mujer que engendra, y que se refugia en la prostituciĆ³n, en la oficial y en la encubierta.

A los comunistas se nos reprocha tambiƩn que queramos abolir la patria, la nacionalidad.

Los trabajadores no tienen patria. Mal se les puede quitar lo que no tienen. No obstante, siendo la mira inmediata del proletariado la conquista del Poder polĆ­tico, su exaltaciĆ³n a clase nacional, a naciĆ³n, es evidente que tambiĆ©n en Ć©l reside un sentido nacional, aunque ese sentido no coincida ni mucho menos con el de la burguesĆ­a.

Ya el propio desarrollo de la burguesĆ­a, el librecambio, el mercado mundial, la uniformidad reinante en la producciĆ³n industrial, con las condiciones de vida que engendra, se encargan de borrar mĆ”s y mĆ”s las diferencias y antagonismos nacionales.

El triunfo del proletariado acabarĆ” de hacerlos desaparecer. La acciĆ³n conjunta de los proletarios, a lo menos en las naciones civilizadas, es una de las condiciones primordiales de su emancipaciĆ³n. En la medida y a la par que vaya desapareciendo la explotaciĆ³n de unos individuos por otros, desaparecerĆ” tambiĆ©n la explotaciĆ³n de unas naciones por otras.

Con el antagonismo de las clases en el seno de cada naciĆ³n, se borrarĆ” la hostilidad de las naciones entre sĆ­.

No queremos entrar a analizar las acusaciones que se hacen contra el comunismo desde el punto de vista religioso-filosĆ³fico e ideolĆ³gico en general.

No hace falta ser un lince para ver que, al cambiar las condiciones de vida, las relaciones sociales, la existencia social del hombre, cambian tambiƩn sus ideas, sus opiniones y sus conceptos, su conciencia, en una palabra.

La historia de las ideas es una prueba palmaria de cĆ³mo cambia y se transforma la producciĆ³n espiritual con la material. Las ideas imperantes en una Ć©poca han sido siempre las ideas propias de la clase imperante

Se habla de ideas que revolucionan a toda una sociedad; con ello, no se hace mĆ”s que dar expresiĆ³n a un hecho, y es que en el seno de la sociedad antigua han germinado ya los elementos para la nueva, y a la par que se esfuman o derrumban las antiguas condiciones de vida, se derrumban y esfuman las ideas antiguas.

Cuando el mundo antiguo estaba a punto de desaparecer, las religiones antiguas fueron vencidas y suplantadas por el cristianismo. En el siglo XVIII, cuando las ideas cristianas sucumbĆ­an ante el racionalismo, la sociedad feudal pugnaba desesperadamente, haciendo un Ćŗltimo esfuerzo, con la burguesĆ­a, entonces revolucionaria. Las ideas de libertad de conciencia y de libertad religiosa no hicieron mĆ”s que proclamar el triunfo de la libre concurrencia en el mundo ideolĆ³gico.

Se nos dirĆ” que las ideas religiosas, morales, filosĆ³ficas, polĆ­ticas, jurĆ­dicas, etc., aunque sufran alteraciones a lo largo de la historia, llevan siempre un fondo de perennidad, y que por debajo de esos cambios siempre ha habido una religiĆ³n, una moral, una filosofĆ­a, una polĆ­tica, un derecho.

AdemĆ”s, se seguirĆ” arguyendo, existen verdades eternas, como la libertad, la justicia, etc., comunes a todas las sociedades y a todas las etapas de progreso de la sociedad. Pues bien, el comunismo -continĆŗa el argumento- viene a destruir estas verdades eternas, la moral, la religiĆ³n, y no a sustituirlas por otras nuevas; viene a interrumpir violentamente todo el desarrollo histĆ³rico anterior.

Veamos a quĆ© queda reducida esta acusaciĆ³n.

Hasta hoy, toda la historia de la sociedad ha sido una constante sucesiĆ³n de antagonismos de clases, que revisten diversas modalidades, segĆŗn las Ć©pocas.

Mas, cualquiera que sea la forma que en cada caso adopte, la explotaciĆ³n de una parte de la sociedad por la otra es un hecho comĆŗn a todas las Ć©pocas del pasado. Nada tiene, pues, de extraƱo que la conciencia social de todas las Ć©pocas se atenga, a despecho de toda la variedad y de todas las divergencias, a ciertas formas comunes, formas de conciencia hasta que el antagonismo de clases que las informa no desaparezca radicalmente.

La revoluciĆ³n comunista viene a romper de la manera mĆ”s radical con el rĆ©gimen tradicional de la propiedad; nada tiene, pues, de extraƱo que se vea obligada a romper, en su desarrollo, de la manera tambiĆ©n mĆ”s radical, con las ideas tradicionales.

Pero no queremos detenernos por mƔs tiempo en los reproches de la burguesƭa contra el comunismo.

Ya dejamos dicho que el primer paso de la revoluciĆ³n obrera serĆ” la exaltaciĆ³n del proletariado al Poder, la conquista de la democracia .

El proletariado se valdrĆ” del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesĆ­a de todo el capital, de todos los instrumentos de la producciĆ³n, centralizĆ”ndolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energĆ­as productivas.

Claro estĆ” que, al principio, esto sĆ³lo podrĆ” llevarse a cabo mediante una acciĆ³n despĆ³tica sobre la propiedad y el rĆ©gimen burguĆ©s de producciĆ³n, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan econĆ³micamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serĆ”n un gran resorte propulsor y de las que no puede prescindiese como medio para transformar todo el rĆ©gimen de producciĆ³n vigente.

Estas medidas no podrƔn ser las mismas, naturalmente, en todos los paƭses.

Para los mĆ”s progresivos mencionaremos unas cuantas, susceptibles, sin duda, de ser aplicadas con carĆ”cter mĆ”s o menos general, segĆŗn los casos .

1.a ExpropiaciĆ³n de la propiedad inmueble y aplicaciĆ³n de la renta del suelo a los gastos pĆŗblicos.

2.a Fuerte impuesto progresivo.

3.a AboliciĆ³n del derecho de herencia.

4.a ConfiscaciĆ³n de la fortuna de los emigrados y rebeldes.

5.a CentralizaciĆ³n del crĆ©dito en el Estado por medio de un Banco nacional con capital del Estado y rĆ©gimen de monopolio.

6.a NacionalizaciĆ³n de los transportes.

7.a MultiplicaciĆ³n de las fĆ”bricas nacionales y de los medios de producciĆ³n, roturaciĆ³n y mejora de terrenos con arreglo a un plan colectivo.

8.a ProclamaciĆ³n del deber general de trabajar; creaciĆ³n de ejĆ©rcitos industriales, principalmente en el campo.

9.a ArticulaciĆ³n de las explotaciones agrĆ­colas e industriales; tendencia a ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad.

10.a EducaciĆ³n pĆŗblica y gratuita de todos los niƱos. ProhibiciĆ³n del trabajo infantil en las fĆ”bricas bajo su forma actual. RĆ©gimen combinado de la educaciĆ³n con la producciĆ³n material, etc.

Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producciĆ³n estĆ© concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderĆ” todo carĆ”cter polĆ­tico. El Poder polĆ­tico no es, en rigor, mĆ”s que el poder organizado de una clase para la opresiĆ³n de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesĆ­a; la revoluciĆ³n le lleva al Poder; mas tan pronto como desde Ć©l, como clase gobernante, derribe por la fuerza el rĆ©gimen vigente de producciĆ³n, con Ć©ste harĆ” desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanĆ­a como tal clase.

Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirĆ” una asociaciĆ³n en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.

III.---LITERATURA SOCIALISTA Y COMUNISTA

1. El socialismo reaccionario

a) El socialismo feudal

La aristocracia francesa e inglesa, que no se resignaba a abandonar su puesto histĆ³rico, se dedicĆ³, cuando ya no pudo hacer otra cosa, a escribir libelos contra la moderna sociedad burguesa. En la revoluciĆ³n francesa de julio de 1830, en el movimiento reformista inglĆ©s, volviĆ³ a sucumbir, arrollada por el odiado intruso. Y no pudiendo dar ya ninguna batalla polĆ­tica seria, no le quedaba mĆ”s arma que la pluma. Mas tambiĆ©n en la palestra literaria habĆ­an cambiado los tiempos; ya no era posible seguir empleando el lenguaje de la Ć©poca de la RestauraciĆ³n. Para ganarse simpatĆ­as, la aristocracia hubo de olvidar aparentemente sus intereses y acusar a la burguesĆ­a, sin tener presente mĆ”s interĆ©s que el de la clase obrera explotada. De este modo, se daba el gusto de provocar a su adversario y vencedor con amenazas y de musitarle al oĆ­do profecĆ­as mĆ”s o menos catastrĆ³ficas.

NaciĆ³ asĆ­, el socialismo feudal, una mezcla de lamento, eco del pasado y rumor sordo del porvenir; un socialismo que de vez en cuando asestaba a la burguesĆ­a un golpe en medio del corazĆ³n con sus juicios sardĆ³nicos y acerados, pero que casi siempre movĆ­a a risa por su total incapacidad para comprender la marcha de la historia moderna.

Con el fin de atraer hacia sĆ­ al pueblo, tremolaba el saco del mendigo proletario por bandera. Pero cuantas veces lo seguĆ­a, el pueblo veĆ­a brillar en las espaldas de los caudillos las viejas armas feudales y se dispersaba con una risotada nada contenida y bastante irrespetuosa.

Una parte de los legitimistas franceses y la joven Inglaterra, fueron los mƔs perfectos organizadores de este espectƔculo.

Esos seƱores feudales, que tanto insisten en demostrar que sus modos de explotaciĆ³n no se parecĆ­an en nada a los de la burguesĆ­a, se olvidan de una cosa, y es de que las circunstancias y condiciones en que ellos llevaban a cabo su explotaciĆ³n han desaparecido. Y, al enorgullecerse de que bajo su rĆ©gimen no existĆ­a el moderno proletariado, no advierten que esta burguesĆ­a moderna que tanto abominan, es un producto histĆ³ricamente necesario de su orden social.

Por lo demĆ”s, no se molestan gran cosa en encubrir el sello reaccionario de sus doctrinas, y asĆ­ se explica que su mĆ”s rabiosa acusaciĆ³n contra la burguesĆ­a sea precisamente el crear y fomentar bajo su rĆ©gimen una clase que estĆ” llamada a derruir todo el orden social heredado.

Lo que mƔs reprochan a la burguesƭa no es el engendrar un proletariado, sino el engendrar un proletariado revolucionario.

Por eso, en la prĆ”ctica estĆ”n siempre dispuestos a tomar parte en todas las violencias y represiones contra la clase obrera, y en la prosaica realidad se resignan, pese a todas las retĆ³ricas ampulosas, a recolectar tambiĆ©n los huevos de oro y a trocar la nobleza, el amor y el honor caballerescos por el vil trĆ”fico en lana, remolacha y aguardiente.

Como los curas van siempre del brazo de los seƱores feudales, no es extraƱo que con este socialismo feudal venga a confluir el socialismo clerical.

Nada mĆ”s fĆ”cil que dar al ascetismo cristiano un barniz socialista. ¿No combatiĆ³ tambiĆ©n el cristianismo contra la propiedad privada, contra el matrimonio, contra el Estado? ¿No predicĆ³ frente a las instituciones la caridad y la limosna, el celibato y el castigo de la carne, la vida monĆ”stica y la Iglesia? El socialismo cristiano es el hisopazo con que el clĆ©rigo bendice el despecho del aristĆ³crata.

b) El socialismo pequeƱoburguƩs

La aristocracia feudal no es la Ćŗnica clase derrocada por la burguesĆ­a, la Ćŗnica clase cuyas condiciones de vida ha venido a oprimir y matar la sociedad burguesa moderna. Los villanos medievales y los pequeƱos labriegos fueron los precursores de la moderna burguesĆ­a. Y en los paĆ­ses en que la industria y el comercio no han alcanzado un nivel suficiente de desarrollo, esta clase sigue vegetando al lado de la burguesĆ­a ascensional.

En aquellos otros paĆ­ses en que la civilizaciĆ³n moderna alcanza un cierto grado de progreso, ha venido a formarse una nueva clase pequeƱoburguesa que flota entre la burguesĆ­a y el proletariado y que, si bien gira constantemente en torno a la sociedad burguesa como satĆ©lite suyo, no hace mĆ”s que brindar nuevos elementos al proletariado, precipitados a Ć©ste por la concurrencia; al desarrollarse la gran industria llega un momento en que esta parte de la sociedad moderna pierde su substantividad y se ve suplantada en el comercio, en la manufactura, en la agricultura por los capataces y los domĆ©sticos.

En paĆ­ses como Francia, en que la clase labradora representa mucho mĆ”s de la mitad de la poblaciĆ³n, era natural que ciertos escritores, al abrazar la causa del proletariado contra la burguesĆ­a, tomasen por norma, para criticar el rĆ©gimen burguĆ©s, los intereses de los pequeƱos burgueses y los campesinos, simpatizando por la causa obrera con el ideario de la pequeƱa burguesĆ­a. AsĆ­ naciĆ³ el socialismo pequeƱoburguĆ©s. Su representante mĆ”s caracterizado, lo mismo en Francia que en Inglaterra, es Sismondi.

Este socialismo ha analizado con una gran agudeza las contradicciones del moderno rĆ©gimen de producciĆ³n. Ha desenmascarado las argucias hipĆ³critas con que pretenden justificarlas los economistas. Ha puesto de relieve de modo irrefutable, los efectos aniquiladores del maquinismo y la divisiĆ³n del trabajo, la concentraciĆ³n de los capitales y la propiedad inmueble, la superproducciĆ³n, las crisis, la inevitable desapariciĆ³n de los pequeƱos burgueses y labriegos, la miseria del proletariado, la anarquĆ­a reinante en la producciĆ³n, las desigualdades irritantes que claman en la distribuciĆ³n de la riqueza, la aniquiladora guerra industrial de unas naciones contra otras, la disoluciĆ³n de las costumbres antiguas, de la familia tradicional, de las viejas nacionalidades.

Pero en lo que ataƱe ya a sus fĆ³rmulas positivas, este socialismo no tiene mĆ”s aspiraciĆ³n que restaurar los antiguos medios de producciĆ³n y de cambio, y con ellos el rĆ©gimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producciĆ³n y de cambio dentro del marco del rĆ©gimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenĆ­an que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utĆ³pico.

En la manufactura, la restauraciĆ³n de los viejos gremios, y en el campo, la implantaciĆ³n de un rĆ©gimen patriarcal: he ahĆ­ sus dos magnas aspiraciones.

Hoy, esta corriente socialista ha venido a caer en una cobarde modorra.

c) El socialismo alemƔn o "verdadero" socialismo

La literatura socialista y comunista de Francia, nacida bajo la presiĆ³n de una burguesĆ­a gobernante y expresiĆ³n literaria de la lucha librada contra su avasallamiento, fue importada en Alemania en el mismo instante en que la burguesĆ­a empezaba a sacudir el yugo del absolutismo feudal.

Los filĆ³sofos, pseudofilĆ³sofos y grandes ingenios del paĆ­s se asimilaron codiciosamente aquella literatura, pero olvidando que con las doctrinas no habĆ­an pasado la frontera tambiĆ©n las condiciones sociales a que respondĆ­an. Al enfrentarse con la situaciĆ³n alemana, la literatura socialista francesa perdiĆ³ toda su importancia prĆ”ctica directa, para asumir una fisonomĆ­a puramente literaria y convertirse en una ociosa especulaciĆ³n acerca del espĆ­ritu humano y de sus proyecciones sobre la realidad. Y asĆ­, mientras que los postulados de la primera revoluciĆ³n francesa eran, para los filĆ³sofos alemanes del siglo XVIII, los postulados de la “razĆ³n prĆ”ctica” en general, las aspiraciones de la burguesĆ­a francesa revolucionaria representaban a sus ojos las leyes de la voluntad pura, de la voluntad ideal, de una voluntad verdaderamente humana.

La Ćŗnica preocupaciĆ³n de los literatos alemanes era armonizar las nuevas ideas francesas con su vieja conciencia filosĆ³fica, o, por mejor decir, asimilarse desde su punto de vista filosĆ³fico aquellas ideas.

Esta asimilaciĆ³n se llevĆ³ a cabo por el mismo procedimiento con que se asimila uno una lengua extranjera: traduciĆ©ndola.

Todo el mundo sabe que los monjes medievales se dedicaban a recamar los manuscritos que atesoraban las obras clĆ”sicas del paganismo con todo gĆ©nero de insubstanciales historias de santos de la Iglesia catĆ³lica. Los literatos alemanes procedieron con la literatura francesa profana de un modo inverso. Lo que hicieron fue empalmar sus absurdos filosĆ³ficos a los originales franceses. Y asĆ­, donde el original desarrollaba la crĆ­tica del dinero, ellos pusieron: “expropiaciĆ³n del ser humano”; donde se criticaba el Estado burguĆ©s: “aboliciĆ³n del imperio de lo general abstracto”, y asĆ­ por el estilo.

Esta interpelaciĆ³n de locuciones y galimatĆ­as filosĆ³ficos en las doctrinas francesas, fue bautizada con los nombres de “filosofĆ­a del hecho” , “verdadero socialismo”, “ciencia alemana del socialismo”, “fundamentaciĆ³n filosĆ³fica del socialismo”, y otros semejantes.

De este modo, la literatura socialista y comunista francesa perdĆ­a toda su virilidad. Y como, en manos de los alemanes, no expresaba ya la lucha de una clase contra otra clase, el profesor germano se hacĆ­a la ilusiĆ³n de haber superado el “parcialismo francĆ©s”; a falta de verdaderas necesidades pregonaba la de la verdad, y a falta de los intereses del proletariado mantenĆ­a los intereses del ser humano, del hombre en general, de ese hombre que no reconoce clases, que ha dejado de vivir en la realidad para transportarse al cielo vaporoso de la fantasĆ­a filosĆ³fica.

Sin embargo, este socialismo alemƔn, que tomaba tan en serio sus desmayados ejercicios escolares y que tanto y tan solemnemente trompeteaba, fue perdiendo poco a poco su pedantesca inocencia.

En la lucha de la burguesƭa alemana, y principalmente, de la prusiana, contra el rƩgimen feudal y la monarquƭa absoluta, el movimiento liberal fue tomando un cariz mƔs serio.

Esto deparaba al “verdadero” socialismo la ocasiĆ³n apetecida para oponer al movimiento polĆ­tico las reivindicaciones socialistas, para fulminar los consabidos anatemas contra el liberalismo, contra el Estado representativo, contra la libre concurrencia burguesa, contra la libertad de Prensa, la libertad, la igualdad y el derecho burgueses, predicando ante la masa del pueblo que con este movimiento burguĆ©s no saldrĆ­a ganando nada y sĆ­ perdiendo mucho. El socialismo alemĆ”n se cuidaba de olvidar oportunamente que la crĆ­tica francesa, de la que no era mĆ”s que un eco sin vida, presuponĆ­a la existencia de la sociedad burguesa moderna, con sus peculiares condiciones materiales de vida y su organizaciĆ³n polĆ­tica adecuada, supuestos previos ambos en torno a los cuales giraba precisamente la lucha en Alemania.

Este “verdadero” socialismo les venĆ­a al dedillo a los gobiernos absolutos alemanes, con toda su cohorte de clĆ©rigos, maestros de escuela, hidalgĆ¼elos raĆ­dos y cagatintas, pues les servĆ­a de espantapĆ”jaros contra la amenazadora burguesĆ­a. Era una especie de melifluo complemento a los feroces latigazos y a las balas de fusil con que esos gobiernos recibĆ­an los levantamientos obreros.

Pero el “verdadero” socialismo, ademĆ”s de ser, como vemos, un arma en manos de los gobiernos contra la burguesĆ­a alemana, encarnaba de una manera directa un interĆ©s reaccionario, el interĆ©s de la baja burguesĆ­a del paĆ­s. La pequeƱa burguesĆ­a, heredada del siglo XVI y que desde entonces no habĆ­a cesado de aflorar bajo diversas formas y modalidades, constituye en Alemania la verdadera base social del orden vigente.

Conservar esta clase es conservar el orden social imperante. Del predominio industrial y polĆ­tico de la burguesĆ­a teme la ruina segura, tanto por la concentraciĆ³n de capitales que ello significa, como porque entraƱa la formaciĆ³n de un proletariado revolucionario. El “verdadero” socialismo venĆ­a a cortar de un tijeretazo -asĆ­ se lo imaginaba ella- las dos alas de este peligro. Por eso, se extendiĆ³ por todo el paĆ­s como una verdadera epidemia.

El ropaje ampuloso en que los socialistas alemanes envolvĆ­an el puƱado de huesos de sus “verdades eternas”, un ropaje tejido con hebras especulativas, bordado con las flores retĆ³ricas de su ingenio, empapado de nieblas melancĆ³licas y romĆ”nticas, hacĆ­a todavĆ­a mĆ”s gustosa la mercancĆ­a para ese pĆŗblico.

Por su parte, el socialismo alemĆ”n comprendĆ­a mĆ”s claramente cada vez que su misiĆ³n era la de ser el alto representante y abanderado de esa baja burguesĆ­a.

ProclamĆ³ a la naciĆ³n alemana como naciĆ³n modelo y al sĆŗbdito alemĆ”n como el tipo ejemplar de hombre. Dio a todos sus servilismos y vilezas un hondo y oculto sentido socialista, tornĆ”ndolos en lo contrario de lo que en realidad eran. Y al alzarse curiosamente contra las tendencias “barbaras y destructivas” del comunismo, subrayando como contraste la imparcialidad sublime de sus propias doctrinas, ajenas a toda lucha de clases, no hacĆ­a mĆ”s que sacar la Ćŗltima consecuencia lĆ³gica de su sistema. Toda la pretendida literatura socialista y comunista que circula por Alemania, con poquĆ­simas excepciones, profesa estas doctrinas repugnantes y castradas .

2. El socialismo burguƩs o conservador

Una parte de la burguesĆ­a desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduraciĆ³n de la sociedad burguesa.

Se encuentran en este bando los economistas, los filĆ”ntropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situaciĆ³n de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campaƱas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya.

Pero, ademƔs, de este socialismo burguƩs han salido verdaderos sistemas doctrinales. Sirva de ejemplo la Filosofƭa de la miseria de Proudhon.

Los burgueses socialistas considerarĆ­an ideales las condiciones de vida de la sociedad moderna sin las luchas y los peligros que encierran. Su ideal es la sociedad existente, depurada de los elementos que la corroen y revolucionan: la burguesĆ­a sin el proletariado. Es natural que la burguesĆ­a se represente el mundo en que gobierna como el mejor de los mundos posibles. El socialismo burguĆ©s eleva esta idea consoladora a sistema o semisistema. Y al invitar al proletariado a que lo realice, tomando posesiĆ³n de la nueva JerusalĆ©n, lo que en realidad exige de Ć©l es que se avenga para siempre al actual sistema de sociedad, pero desterrando la deplorable idea que de Ć©l se forma.

Una segunda modalidad, aunque menos sistemĆ”tica bastante mĆ”s prĆ”ctica, de socialismo, pretende ahuyentar a la clase obrera de todo movimiento revolucionario haciĆ©ndole ver que lo que a ella le interesa no son tales o cuales cambios polĆ­ticos, sino simplemente determinadas mejoras en las condiciones materiales, econĆ³micas, de su vida. Claro estĆ” que este socialismo se cuida de no incluir entre los cambios que afectan a las “condiciones materiales de vida” la aboliciĆ³n del rĆ©gimen burguĆ©s de producciĆ³n, que sĆ³lo puede alcanzarse por la vĆ­a revolucionaria; sus aspiraciones se contraen a esas reformas administrativas que son conciliables con el actual rĆ©gimen de producciĆ³n y que, por tanto, no tocan para nada a las relaciones entre el capital y el trabajo asalariado, sirviendo sĆ³lo -en el mejor de los casos- para abaratar a la burguesĆ­a las costas de su reinado y sanearle el presupuesto.

Este socialismo burguĆ©s a que nos referimos, sĆ³lo encuentra expresiĆ³n adecuada allĆ­ donde se convierte en mera figura retĆ³rica.

¡Pedimos el librecambio en interĆ©s de la clase obrera! ¡En interĆ©s de la clase obrera pedimos aranceles protectores! ¡Pedimos prisiones celulares en interĆ©s de la clase trabajadora! Hemos dado, por fin, con la suprema y Ćŗnica seria aspiraciĆ³n del socialismo burguĆ©s.

Todo el socialismo de la burguesƭa se reduce, en efecto, a una tesis y es que los burgueses lo son y deben seguir siƩndolo... en interƩs de la clase trabajadora.

3. El socialismo y el comunismo crĆ­tico-utĆ³pico

No queremos referirnos aquĆ­ a las doctrinas que en todas las grandes revoluciones modernas abrazan las aspiraciones del proletariado (obras de Babeuf, etc.)

Las primeras tentativas del proletariado para ahondar directamente en sus intereses de clase, en momentos de conmociĆ³n general, en el perĆ­odo de derrumbamiento de la sociedad feudal, tenĆ­an que tropezar necesariamente con la falta de desarrollo del propio proletariado, de una parte, y de otra con la ausencia de las condiciones materiales indispensables para su emancipaciĆ³n, que habĆ­an de ser el fruto de la Ć©poca burguesa. La literatura revolucionaria que guĆ­a estos primeros pasos vacilantes del proletariado es, y necesariamente tenĆ­a que serlo, juzgada por su contenido, reaccionaria. Estas doctrinas profesan un ascetismo universal y un torpe y vago igualitarismo.

Los verdaderos sistemas socialistas y comunistas, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier, de Owen, etc., brotan en la primera fase embrionaria de las luchas entre el proletariado y la burguesĆ­a, tal como mĆ”s arriba la dejamos esbozada. (V. el capĆ­tulo “Burgueses y proletarios”).

Cierto es que los autores de estos sistemas penetran ya en el antagonismo de las clases y en la acciĆ³n de los elementos disolventes que germinan en el seno de la propia sociedad gobernante. Pero no aciertan todavĆ­a a ver en el proletariado una acciĆ³n histĆ³rica independiente, un movimiento polĆ­tico propio y peculiar.

Y como el antagonismo de clase se desarrolla siempre a la par con la industria, se encuentran con que les faltan las condiciones materiales para la emancipaciĆ³n del proletariado, y es en vano que se debatan por crearlas mediante una ciencia social y a fuerza de leyes sociales. Esos autores pretenden suplantar la acciĆ³n social por su acciĆ³n personal especulativa, las condiciones histĆ³ricas que han de determinar la emancipaciĆ³n proletaria por condiciones fantĆ”sticas que ellos mismos se forjan, la gradual organizaciĆ³n del proletariado como clase por una organizaciĆ³n de la sociedad inventada a su antojo. Para ellos, el curso universal de la historia que ha de venir se cifra en la propaganda y prĆ”ctica ejecuciĆ³n de sus planes sociales.

Es cierto que en esos planes tienen la conciencia de defender primordialmente los intereses de la clase trabajadora, pero sĆ³lo porque la consideran la clase mĆ”s sufrida. Es la Ćŗnica funciĆ³n en que existe para ellos el proletariado.

La forma embrionaria que todavĆ­a presenta la lucha de clases y las condiciones en que se desarrolla la vida de estos autores hace que se consideren ajenos a esa lucha de clases y como situados en un plano muy superior. Aspiran a mejorar las condiciones de vida de todos los individuos de la sociedad, incluso los mejor acomodados. De aquĆ­ que no cesen de apelar a la sociedad entera sin distinciĆ³n, cuando no se dirigen con preferencia a la propia clase gobernante. Abrigan la seguridad de que basta conocer su sistema para acatarlo como el plan mĆ”s perfecto para la mejor de las sociedades posibles.

Por eso, rechazan todo lo que sea acciĆ³n polĆ­tica, y muy principalmente la revolucionaria; quieren realizar sus aspiraciones por la vĆ­a pacĆ­fica e intentan abrir paso al nuevo evangelio social predicando con el ejemplo, por medio de pequeƱos experimentos que, naturalmente, les fallan siempre.

Estas descripciones fantĆ”sticas de la sociedad del maƱana brotan en una Ć©poca en que el proletariado no ha alcanzado aĆŗn la madurez, en que, por tanto, se forja todavĆ­a una serie de ideas fantĆ”sticas acerca de su destino y posiciĆ³n, dejĆ”ndose llevar por los primeros impulsos, puramente intuitivos, de transformar radicalmente la sociedad.

Y, sin embargo, en estas obras socialistas y comunistas hay ya un principio de crĆ­tica, puesto que atacan las bases todas de la sociedad existente. Por eso, han contribuido notablemente a ilustrar la conciencia de la clase trabajadora. Mas, fuera de esto, sus doctrinas de carĆ”cter positivo acerca de la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella se borrarĆ”n las diferencias entre la ciudad y el campo o las que proclaman la aboliciĆ³n de la familia, de la propiedad privada, del trabajo asalariado, el triunfo de la armonĆ­a social, la transformaciĆ³n del Estado en un simple organismo administrativo de la producciĆ³n.... giran todas en torno a la desapariciĆ³n de la lucha de clases, de esa lucha de clases que empieza a dibujarse y que ellos apenas si conocen en su primera e informe vaguedad. Por eso, todas sus doctrinas y aspiraciones tienen un carĆ”cter puramente utĆ³pico.

La importancia de este socialismo y comunismo crĆ­tico-utĆ³pico estĆ” en razĆ³n inversa al desarrollo histĆ³rico de la sociedad. Al paso que la lucha de clases se define y acentĆŗa, va perdiendo importancia prĆ”ctica y sentido teĆ³rico esa fantĆ”stica posiciĆ³n de superioridad respecto a ella, esa fe fantĆ”stica en su supresiĆ³n. Por eso, aunque algunos de los autores de estos sistemas socialistas fueran en muchos respectos verdaderos revolucionarios, sus discĆ­pulos forman hoy dĆ­a sectas indiscutiblemente reaccionarias, que tremolan y mantienen impertĆ©rritas las viejas ideas de sus maestros frente a los nuevos derroteros histĆ³ricos del proletariado. Son, pues, consecuentes cuando pugnan por mitigar la lucha de clases y por conciliar lo inconciliable. Y siguen soƱando con la fundaciĆ³n de falansterios, con la colonizaciĆ³n interior, con la creaciĆ³n de una pequeƱa Icaria, ediciĆ³n en miniatura de la nueva JerusalĆ©n... . Y para levantar todos esos castillos en el aire, no tienen mĆ”s remedio que apelar a la filantrĆ³pica generosidad de los corazones y los bolsillos burgueses. Poco a poco van resbalando a la categorĆ­a de los socialistas reaccionarios o conservadores, de los cuales sĆ³lo se distinguen por su sistemĆ”tica pedanterĆ­a y por el fanatismo supersticioso con que comulgan en las milagrerĆ­as de su ciencia social. He ahĆ­ por quĆ© se enfrentan rabiosamente con todos los movimientos polĆ­ticos a que se entrega el proletariado, lo bastante ciego para no creer en el nuevo evangelio que ellos le predican.

En Inglaterra, los owenistas se alzan contra los cartistas, y en Francia, los reformistas tienen enfrente a los discĆ­pulos de Fourier.

IV.---LOS COMUNISTAS ANTE LOS OTROS PARTIDOS DE LA OPOSICIƓN

DespuĆ©s de lo que dejamos dicho en el capĆ­tulo II, fĆ”cil es comprender la relaciĆ³n que guardan los comunistas con los demĆ”s partidos obreros ya existentes, con los cartistas ingleses y con los reformadores agrarios de NorteamĆ©rica.

Los comunistas, aunque luchando siempre por alcanzar los objetivos inmediatos y defender los intereses cotidianos de la clase obrera, representan a la par, dentro del movimiento actual, su porvenir.

---En Francia se alĆ­an al partido democrĆ”tico-socialista contra la burguesĆ­a conservadora y radical, mas sin renunciar por esto a su derecho de crĆ­tica frente a los tĆ³picos y las ilusiones procedentes de la tradiciĆ³n revolucionaria

---En Suiza apoyan a los radicales, sin ignorar que este partido es una mezcla de elementos contradictorios: de demĆ³cratas socialistas, a la manera francesa, y de burgueses radicales.

---En Polonia, los comunistas apoyan al partido que sostiene la revoluciĆ³n agraria, como condiciĆ³n previa para la emancipaciĆ³n nacional del paĆ­s, al partido que provocĆ³ la insurrecciĆ³n de Cracovia en 1846.

---En Alemania, el partido comunista lucharĆ” al lado de la burguesĆ­a, mientras Ć©sta actĆŗe revolucionariamente, dando con ella la batalla a la monarquĆ­a absoluta, a la gran propiedad feudal y a la pequeƱa burguesĆ­a. Pero todo esto sin dejar un solo instante de laborar entre los obreros, hasta afirmar en ellos con la mayor claridad posible la conciencia del antagonismo hostil que separa a la burguesĆ­a del proletariado, para que, llegado el momento, los obreros alemanes se encuentren preparados para volverse contra la burguesĆ­a, como otras tantas armas, esas mismas condiciones polĆ­ticas y sociales que la burguesĆ­a, una vez que triunfe, no tendrĆ” mĆ”s remedio que implantar; para que en el instante mismo en que sean derrocadas las clases reaccionarias comience, automĆ”ticamente, la lucha contra la burguesĆ­a.

Las miradas de los comunistas convergen con un especial interĆ©s sobre Alemania, pues no desconocen que este paĆ­s estĆ” en vĆ­speras de una revoluciĆ³n burguesa y que esa sacudida revolucionaria se va a desarrollar bajo las propicias condiciones de la civilizaciĆ³n europea y con un proletariado mucho mĆ”s potente que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII, razones todas para que la revoluciĆ³n alemana burguesa que se avecina no sea mĆ”s que el preludio inmediato de una revoluciĆ³n proletaria.

Resumiendo: los comunistas apoyan en todas partes, como se ve, cuantos movimientos revolucionarios se planteen contra el rƩgimen social y polƭtico imperante.

En todos estos movimientos se ponen de relieve el rĆ©gimen de la propiedad, cualquiera que sea la forma mĆ”s o menos progresiva que revista, como la cuestiĆ³n fundamental que se ventila.

Finalmente, los comunistas laboran por llegar a la uniĆ³n y la inteligencia de los partidos democrĆ”ticos de todos los paĆ­ses.

Los comunistas no tienen por quĆ© guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sĆ³lo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revoluciĆ³n comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar.

¡Proletarios de todos los PaĆ­ses, unĆ­os!

Fuente: PrensaPopular Comunistas Miranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
Correo:   pcvmirandasrp@gmail.com

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