Luis Fuenmayor Toro
Desde los inicios de la humanidad, cuando el trabajo del hombre comenzó a hacerse complejo y la sociedad se complicó tanto en su organización, que las contradicciones entre sus integrantes se hicieron antagónicas, la capacidad del hombre de conocer la naturaleza y apropiársela lo llevó a especializarse en distintas formas.
Aparece la división entre pueblos agrícolas y pastores, considerada como la primera gran división social del trabajo; más tarde los oficios se separan de las labores agropecuarias y, cuando el intercambio de los productos elaborados se extiende más allá de los confines de la familia y de la tribu, hacen su aparición los mercaderes, quienes ya no son productores sino que se dedican a comercializar lo que otros producen.
En algún momento en este proceso, siempre determinado por el desarrollo de las fuerzas productivas, aparece la separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual.
Tan temprano como 20 mil años antes de nuestra era, como lo demuestran las pinturas de las cuevas prehistóricas de Altamira y de otras cuevas localizadas en Francia, unos hombres se dedicaron a pensar, a indagar sobre la naturaleza y sus procesos, a incorporar en sus razonamientos al conocimiento elemental obtenido durante la práctica del trabajo y, de esa manera, teorizar sobre las fuerzas de la naturaleza y el origen del mundo material, además de tratar de explicarse el comportamiento del hombre y del mundo artificial creado por él.
Aparecen así los filósofos, quienes estudian los problemas más generales, luego los científicos, en la medida que hacen su aparición las ciencias como instrumentos de dilucidación de la realidad natural, ahora parcelada según sus características. Aparece, por lo tanto, la creación intelectual, la artística quizás primero, pues reproducir la realidad en alguna forma es sin duda una manera simbólica de apropiársela y de comenzar a conocerla.
Para que unos hombres pudieran dedicarse exclusivamente a pensar, otros tenían que ser capaces de producir los alimentos necesarios para todos. Es decir, la creación intelectual, como disciplina laboral de algunos, sólo fue posible cuando las fuerzas productivas garantizaron una cantidad de bienes y servicios suficientes para mantener a los productores, en ese momento trabajadores fundamentalmente manuales, y a quienes se dedicaban al trabajo de acumular conocimientos, pensar y teorizar.
Con el tiempo, estos trabajadores intelectuales devinieron en los profesionales dedicados a la atención de la salud, la construcción de edificaciones y obras de infraestructura, la supervisión y organización del trabajo, la administración religiosa, la educación y el manejo del Estado y el derecho. Todas éstas, actividades imprescindibles para la existencia de la sociedad humana, así como su crecimiento y desarrollo permanentes. Resulta por lo tanto, racionalmente incomprensible, esa animadversión que se aprecia en muchos actores del proceso venezolano de cambios contra los trabajadores que se dedican a la labor intelectual.
La misma ha sido prioritaria en la historia de los pueblos, pues ha sido y continuará siendo fundamental para el crecimiento y diversificación de las fuerzas productivas. La obra escrita bolivariana, la de Francisco de Miranda, Aristóteles, Descartes, Cervantes, Marx, Uliánov o Fidel Castro, que hoy difundimos y utilizamos de distintas formas, es producto de la labor intelectual de los Padres de la Patria y de pensadores de distintas épocas y lugares, aunque esta afirmación parezca una verdad de Perogrullo.
Si se trata de sus posiciones políticas, los hay conservadores y los hay revolucionarios; incluso en nuestro caso, la posición de los intelectuales comprometidos con el pueblo ha sido vital en el avance político de los venezolanos, como muy bien lo resumió Britto García en el encuentro organizado por el Centro Internacional Miranda.
Nuestros grandes adelantos en salud e investigación médica han sido labor de intelectuales como Vargas, Razetti, Rangel, Torrealba, Gabaldón, Baldó, Vegas, De Venanzi y Pifano, entre muchos otros; en letras y educación, brillan los nombres de Bello, Simón Rodríguez, García Bacca, Prieto Figueroa, Pizani, Gallegos, Baralt, Acosta Saignes, Andrés Eloy Blanco y muchos más. Y así podríamos revisar muchas otras áreas, incluido el campo de la política y del gobierno, para ver la superioridad de los intelectuales en las actividades que les son propias en relación, por ejemplo, con los militares.
No son nada comparables Villanueva, Fruto Vivas o Hernández, con los militares que han dirigido en la “revolución” los ministerios de vivienda e infraestructura. Éstos son una mala caricatura de aquéllos. Y podría seguir argumentando en muchas otras áreas. Este análisis objetivo nos hace lanzar la hipótesis de que el odio contra los intelectuales, profesado mayoritariamente por otros intelectuales, es cuestión de complejos de quienes no se sienten suficientemente preparados y seguros en sus campos profesionales propios. Hay allí, además, el miedo a enfrentar argumentos en el análisis de los problemas del país.
Esa expresión del Presidente de los “humos” de los intelectuales, aunque pueda reflejar una verdad en algunos casos, denota un fuerte prejuicio contra estos trabajadores, así como una falta de comprensión y diferenciación entre los verdaderos y serios y quienes se disfrazan. Entre argumentos sólidos y carencia total de argumentos.
Se trata de posiciones parecidas al odio irracional de gente de las capas medias, que se presentan como grandes revolucionarios, contra otros miembros de su mismo sector social; si profundizamos, encontraremos serios complejos de inferioridad en relación con sus semejantes, lo que les hace atribuir a los demás los defectos, limitaciones y miserias propios.
Fuente: PrensaPopularSolidaria_ComunistasMiranda
http://prensapopular-comunistasmiranda.blogspot.com
Encuentro de Partidos Comunistas de América Latina
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*Artículo de El Comunista, edición de Mayo)*
*Organizado por el Partido Comunista Peruan...
Hace 6 años
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