Raza Naeem
(Partido Comunista de la India)
Lahore
El presente artículo hace referencia a ‘Mitificando a Trotsky’, escrito por Mushir Anwar en su sección del Correo Literario (9 de junio). Pienso que el escritor es excesivamente generoso con León Trotsky, y probablemente ésta es la razón por la que decidió escribir sobre este ‘revolucionario disidente’ en una columna literaria antes que en una columna de asuntos históricos o políticos.
León Trotsky es una figura controvertida en la hagiografía marxista-leninista, no por su papel en la Revolución Bolchevique, sino por lo que hizo posteriormente en la Rusia Leninista para ganarse rápidamente la desaprobación de la inmensa mayoría de los militantes y simpatizantes del Partido Bolchevique.
Las ‘diferencias’ entre Lenin y Trotsky –de las que se habla en la referida columna– no eran meras diferencias personales o intelectuales que pudieran ser encubiertas tras la inoportuna muerte de Lenin, sino verdaderas diferencias políticas e ideológicas, que debían determinar el destino del recién creado estado Bolchevique.
La carencia de Trotsky de un trasfondo activista le condujo a creer falsamente que la Revolución rusa sólo podría ser llevada a cabo por los trabajadores industriales y no por los campesinos; de hecho, mostró abiertamente su desdén hacia los campesinos rusos, y tuvo serias dudas y llegó a rechazar su carácter revolucionario, lo que no es un estribillo raro entre los intelectuales burgueses de hoy.
Fue su infame teoría de la ‘Revolución Permanente’ –según la cual sólo la clase obrera es revolucionaria, mientras que el campesinado es una clase esencialmente regresiva y atrasada (lo que implicaba que la revolución sólo era posible en los países industrialmente avanzados de Europa y Occidente)– la que realmente era una teoría contrarrevolucionaria. De hecho, los acontecimientos subsiguientes acaecidos en China, Vietnam y la Rusia Estalinista demostraron que su teoría estaba permanentemente equivocada.
La teoría de Trotsky no tenía nada que ver con la realidad del Tercer Mundo actual, donde la mayoría de la gente todavía trabaja en la agricultura antes que en las fábricas. Las teorías de Trotsky, y su papel irresponsablemente aventurerista en el Tratado de Brest-Litovsk firmado con Alemania, aseguraron que se deslizara rápidamente cuesta abajo en su estimación dentro del Partido Comunista.
De hecho, debido a la escasa minoría de sus seguidores, Trotsky y sus teorías nunca pudieron obtener bastante apoyo en el Politburó para que él pudiera ser considerado como el sucesor de Lenin. Cuando Trotsky fue expulsado democráticamente del Partido Bolchevique, comenzó a difamar y a calumniar a Stalin, y fue debido a esta propaganda insidiosa -y no a la enemistad personal, como los trotskistas gustan de lloriquear- que no hubo más opción que expulsarle de la Unión Soviética.
Debido a su virulenta oposición a Stalin y a la fuerte potencia industrializada en que éste había convertido a la Unión Soviética, Trotsky y sus escritos fueron utilizados implacablamente por los imperialistas americanos y británicos para desacreditar a Stalin y al estado soviético, con la buena voluntad expresa y la colaboración del mismo Trotsky. Y no sólo los imperialistas anglosajones utilizaron con fruición los escritos de Trotsky: también la Alemania y la Italia fascistas y el Japón Imperial se aprovecharon de ellos ampliamente.
¿Cuántos trotskistas dogmáticos admitirían esto hoy? Asimismo, contrariamente a lo se menciona en el artículo de Anwar, Trotsky no fue asesinado por ‘agentes’ de Stalin, sino por uno de sus propios seguidores, un trotskista europeo llamado Frank Jacson, quien se enfureció cuando Trotsky prohibió el matrimonio de Jacson con una mujer que había sido amante del propio Trotsky.
La historiografía trotskista –y la burguesa oficial, directamente basada en aquélla– nos cuenta que un agente estalinista llamado Ramón Mercader asesinó a Trotsky por orden directa de Stalin. Supuestamente, Frank Jacson no existía y no era sino un nombre falso adoptado por Ramón Mercader. Estas y otras mentiras inventadas por trotskistas han sido expuestas totalmente en un libro brillante, ‘Trotskismo o Leninismo’ de Harpal Brar (Progressive Printers, India, 1993).
Desde el supuesto ‘asesinato’ de Trotsky, sus seguidores trataron repetidamente de lograr el liderazgo en todas las luchas populares, tanto en los países en vías de desarrollo como en los países desarrollados; y no hace falta decir que siempre fracasaron estrepitosamente.
La mayor parte de las luchas en los países en vías de desarrollo, como Corea del Norte, Vietnam, Oriente Medio, China y actualmente en Nepal, Colombia y Perú, han sido lideradas históricamente por marxistas-leninistas ortodoxos que no tienen la menor simpatía hacia Trotsky, debido a que sus teorías simplemente rechazaban que el campesinado desempeñara un papel progresista y revolucionario en la política, mientras que, de hecho, es esta clase la que siempre ha constituido la columna vertebral de la revolución. Asimismo, Trotsky asumía que la revolución proletaria sería liderada por los países industriales avanzados de Europa y de Occidente, y despreciaba a las naciones de África, América y Asia.
Los únicos países donde los trotskistas han logrado obtener algunos seguidores son los del centro imperialista de la era moderna (lo que no es de extrañar): EEUU, el Reino Unido (en forma del Partido Socialista de los Trabajadores), Francia y los países de Europa Occidental que fueron amamantados después de 1945 por el imperialismo estadounidense en forma del Plan Marshall. Y, en estos países, los trotskistas se encuentran completamente divididos entre los seguidores de múltiples tendencias y sectas enfrentadas entre sí.
Donde no lideran partidos minoritarios, muchos antiguos trotskistas han cambiado sus colores revolucionarios y ahora se dedican a apoyar a ciegas al imperialismo estadounidense -como Christopher Hitchens, el columnista admirador de Orwell que fue una temprana víctima del 11-S; o David Horowitz, Irving Kristol y David Aaronovich, que escriben para el periódico británico ‘The Guardian’. Todos ellos son antiguos trotskistas que ahora hacen un servicio activo de lavado de imagen para el imperialismo estadounidense.
Incluso en Paquistán, los trotskistas nunca fueron una fuerza popular. Cuando activistas como Hassan Nasir y el Comandante Ishaq (fundador del Partido Comunista Mazdoor Kissan) estaban siendo perseguidos por su ideología por las sucesivas dictaduras paquistaníes, ‘compañeros’ como Kan Lal y Farooq Tariq se encontraban en un cómodo exilio en el extranjero, agitando la bandera del Trotskyismo y acusando de “estalinistas” a los comunistas perseguidos, encarcelados y asesinados.
En pocas palabras, León Trotsky no desempeñó un papel distinguido en la Rusia postrevolucionaria. Su programa político estaba completamente en bancarrota, lo que condujo a su descrédito dentro del Partido Comunista de la Unión Soviética, y más tarde ante la mayoría de los revolucionarios del Tercer Mundo, debido a sus creencias y prácticas contrarrevolucionarias, a su desprecio hacia las masas campesinas, y a su reaccionaria perspectiva europeísta y occidentalo-céntrica.
La grave situación del Trotskyismo al día de hoy confirma, sencillamente, que dicha tendencia no tiene ninguna visión que ofrecer para la emancipación de la clase obrera, al contrario de lo que ocurrió a principios del siglo XX.
[Traducción: F.G. Montoya)
Fuente:Centro de Estudios Marxista-Leninistas/Prensa Popular Solidaria
Correo: pcvmirandasrp@gmail.com
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