Por: Tulio Monsalve James Cameron es un director de cine poco “correcto”. Aunque se embarque a veces en superproducciones como "Titanic" (1997) y reciba su Oscar, que podría repetir, con "Avatar". En Titanic, presentó el simbólico y mítico transatlántico, el emblema mas robusto del capitalismo de era post victoriana. Pero el trasatlántico, porta en su seno las contradicciones propias del sistema de los mercados y los mercaderes. La parte superior del buque, es de gran primera clase, con copia de espacios, telas y cueros propios de Versailles y una tercera clase con mezquinos espacios para los inmigrantes y otras sub clases humanas que iban a la aventura en América. Cameron, les monta su rumba, los hace cantar y bailar a unos y otros y luego les hunde el barco.
La nave se va a pique, tanto para la primera clase como para los del hospicio inferior. Clases, que, imagino, nunca se pusieron de acuerdo sobre a quien salvar primero y a quien de último. A lo mejor, cada una creía, que solo se hundiría una parte de la nave y la otra sobreviviría, la suya. Mas clasista no podría ser la estructura y símbología de este fastuoso Buque de vapor del Correo Real Titanic como pomposamente se le llamaba, que terminó así y todo, como la mitología que representaba, yéndose a pique.
Cameron, con bastante mala intención, lleva al cine a Terminator especie de remembranza del viejo cuento del Dr. Frankenstein, adonde el monstruo tecnológico, no tiene otra cosa que hacer, que terminar con mala y alterada saña, matando a quienes se proponen alterar los ordenes prefijados por Darwin y los santos órdenes de la eterna biología animal. Fenómeno, que quieren alterar, con abusos tecnológicos, los mandones de Monsanto y Cargill. Les dice, que se cuiden de sus desmanes, menos mal que Terminator tiene su premio Nobel de la Paz que lo proteja. Pues como dice Mme Curie: “En la vida, nada hay que temer, todo hay que comprenderlo”
Actualmente Cameron vuelve a estar de moda con su film Avatar. Invoca la nueva religión de la tecnología de animación. Crea una robótica y cinética forma de representar la figura humana y darle rasgos entre indigenistas-amazónicos y africana, para contarnos su nueva historia. Hay que reconocer que recrea el ambiente con una belleza y colorido extraordinario. Espectáculo, que nos da, mucho mas de aquello que hemos pagado por la entrada.
Asunto extraño, si remembramos la cantidad de bodrios que vemos sin que nos aporten nada. En Avatar nos cuenta una historia bélica. Por un lado los “malos”, empresarios asociados con tropas alquiladas o como las llaman en Colombia “contratistas civiles” . Que, como tiene que ser y la vida lo demuestra todos los días, invaden sin permiso ni razón alguna un idílico y extraño lugar del espacio adonde los “indígenas”, los buenos, conviven armónicamente con la naturaleza. Aventura de ciencia ficción sazonada con inmensa imaginación y efectos especiales sorprendentes. Verdadero cine de imágenes con sentido.
Se desata la guerra contra los “nativos”. Ellos, por no leer National Geographic, desconocen que su territorio aloja inmensas riquezas minerales. No es ni petróleo, tampoco Coltan, es una materia mas preciada que el oro. Los invasores buscan crear una real democracia y luego explotar el comodity, para bien de la humanidad y sus bolsillos rotos. Aunque, para ello, tengan que hacer trizas la ecología, para logra su propósito comercial, total es una mal menor como dijeron en Copenhagen. La guerra muestra secuencias de violencia, cercanas a Matrix y Terminator, las estimo recurso, gratuito y exagerado.
En esta historia de Cameron hay una remembranza con aquella película de Gillo Pontecorvo, “La Batalla de Argel” de 1965, sobre la guerra de independencia de Argelia. Ella cuenta, las barbaridades del colonialismo y terrorismo de los franceses, para mantener una enclave, que como en el caso del Titanic, se les hundía en el mar de la autonomía. Pontecorvo cuenta la deshonrosa salida de los invasores franceses de Argelia, derrota que se le consagra al celebre general terroristas francés Jacques-Émile Massu. Cuyos antecedentes colonialistas se reconocen al invadir en 1941 la republica de Chad y también al intervenir en 1945 en Vietnam, de allí los sacó el General Vo Nguyen Giap en 1954 tras la batalla de Diem Bien Phu. Otra huida deshonrosa, adonde los “nativos,” “indígenas,” “naturales,” y subdesarrollados los hacen salir en mera carrera.
J. Cameron, opino, está en trance de reinventar el cine de animación. De paso, pareciera saludar la resistencia del pueblo Vietnamita y mostrar que quienes defiende su espacio no se pueden tachar de terrorista, etiqueta para manchar con “acta patriótica” aquellos que no están de acuerdo con las invasiones y bases militares extranjeras. El film alerta sobre el futuro de Irak, Afghanistan y otros que están en la lista de los indeseables de Obama.
Finalmente, en desparpajo poco común, retrata una inusual derrota de los invasores con inusitado “yanqui go home” que seculariza la película, igual que Pontecorvo. La historia es medio boba, (tal y como aparece criticando la Radio del Vaticano, a quien este Cameron film, no le sedujo. Síntesis no convenció a Ratzinger). Aunque el valor de la imagen la reivindica. Los inventos de la fauna, le dan valores oníricos adicionales. En fin, es ejemplo de las contradicciones del cine posmoderno, adonde “todo vale”, hasta que Cameron les meta su contrabando y además se le premie.
Fuente: PrensaPopularSolidaria ComunistasMiranda
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