El 14 de marzo se cumplen 131 años de
la muerte Karl Marx. Marx no sólo no ha sido olvidado, sino que
es más
querido cada día por todos los trabajadores de nuestro planeta. Su
doctrina muestra cada vez con más claridad su fuerza revolucionaria,
transformadora. Esto decía su gran amigo Friedrich Engels ante su tumba:
“El 14 de marzo, a las tres menos cuarto de la tarde, dejó de pensar el
más grande pensador de nuestros días. Apenas le dejamos dos minutos
solo, y cuando volvimos, le encontramos dormido suavemente en su sillón,
pero para siempre.
Es de todo punto imposible calcular lo que el proletariado militante de
Europa y América y la ciencia histórica han perdido con este hombre.
Harto pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta
figura gigantesca.
Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza
orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el
hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el
hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y
vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.;
que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos,
materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de
desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se
han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones
jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los
hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al
revés, como hasta entonces se había venido haciendo.
Pero no es esto
sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo
de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él . El
descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas,
mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los
economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían
vagado en las tinieblas.
Marx y Engels cimentaron las bases
teóricas y Lenín las desarolló y la aplicó en la primera revolución
socialista victoriosa en Octubre del 1917.
Dos descubrimientos como éstos debían
bastar para una vida. Quien tenga la suerte de hacer tan sólo un
descubrimiento así, ya puede considerarse feliz. Pero no hubo un sólo
campo que Marx no sometiese a investigación -y éstos campos fueron
muchos, y no se limitó a tocar de pasada ni uno sólo- incluyendo las
matemáticas, en la que no hiciese descubrimientos originales. Tal era el
hombre de ciencia. Pero esto no era, ni con mucho, la mitad del hombre.
Para Marx, la ciencia era una fuerza histórica motriz, una fuerza
revolucionaria. Por puro que fuese el gozo que pudiera depararle un
nuevo descubrimiento hecho en cualquier ciencia teórica y cuya
aplicación práctica tal vez no podía preverse en modo alguno, era muy
otro el goce que experimentaba cuando se trataba de un descubrimiento
que ejercía inmediatamente una influencia revolucionadora en la
industria y en el desarrollo histórico en general. Por eso seguía al
detalle la marcha de los descubrimientos realizados en el campo de la
electricidad, hasta los de Marcel Deprez en los últimos tiempos.
Pues Marx era, ante todo, un revolucionario. Cooperar, de este o del
otro modo, al derrocamiento de la sociedad capitalista y de las
instituciones políticas creadas por ella, contribuir a la emancipación
del proletariado moderno, a quién él había infundido por primera vez la
conciencia de su propia situación y de sus necesidades, la conciencia de
las condiciones de su emancipación: tal era la verdadera misión de su
vida. La lucha era su elemento.
Y luchó con una pasión, una tenacidad y
un éxito como pocos. Primera Gaceta del Rin, 1842; Vorwärts* de París,
1844; Gaceta Alemana de Bruselas, 1847; Nueva Gaceta del Rin, 1848-1849;
New York Tribune, 1852 a 1861, a todo lo cual hay que añadir un montón
de folletos de lucha, y el trabajo en las organizaciones de París,
Bruselas y Londres, hasta que, por último, nació como remate de todo, la
gran Asociación Internacional de Trabajadores, que era, en verdad, una
obra de la que su autor podía estar orgulloso, aunque no hubiera creado
ninguna otra cosa.
Por eso, Marx era el hombre más odiado y más calumniado de su tiempo.
Los gobiernos, lo mismo los absolutistas que los repulicanos, le
expulsaban. Los burgueses, lo mismo los conservadores que los
ultrademócratas, competían a lanzar difamaciones contra él. Marx
apartaba todo esto a un lado como si fueran telas de araña, no hacía
caso de ello; sólo contestaba cuando la necesidad imperiosa lo exigía.
Y
ha muerto venerado, querido, llorado por millones de obreros de la
causa revolucionaria, como él, diseminados por toda Europa y América,
desde la minas de Siberia hasta California. Y puedo atreverme a decir
que si pudo tener muchos adversarios, apenas tuvo un solo enemigo
personal. Su nombre vivirá a través de los siglos, y con él su obra”.
Fuente: ANNCOL/PrensaPopularSolidaria
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