A partir de ahí, las palabras crítica y autocrítica las
han incorporado altos funcionarios públicos a su vocabulario, como si
se tratase de un reciente descubrimiento o creación innovadora del
“socialismo del siglo XXI”.
Es fundamental reivindicar –especialmente en estos momentos en que se
pretende invisibilizar experiencias y aportes del movimiento
revolucionario venezolano e internacional desde mucho antes de 1999–,
que la crítica y la autocrítica es un concepto indisoluble, como
lo planteó V.I. Lenin en los principios del Partido de Nuevo Tipo, donde
no puede ir la una sin la otra, y que constituye un proceso dialéctico
de retroalimentación.
Además, las y los comunistas entendemos que la crítica y la autocrítica
no se cumple integralmente por el solo hecho de señalar un problema,
error o deficiencia, o de darse golpes de pecho lamentando algo que se
hizo o se dejó de hacer.
La crítica y la autocrítica tiene una dinámica estrechamente vinculada a lo que se conoce como vigilancia revolucionaria,
mediante la que todos los componentes –personas, miembros,
organizaciones, instancias u organismos– vinculados o interesados en un
objetivo común se revisan, controlan y evalúan mutuamente.
La crítica y la autocrítica no puede separarse, porque eso comúnmente lleva a que la crítica
sea aplicada de manera unidireccional desde una posición de
“administrador de la verdad suprema”, sin aceptar ningún tipo de
señalamiento, lo que lleva a que, las más de las veces, la autocrítica se produzca cuando la realidad –conocida ya por muchos– es tan avasallante que no puede dejar de verse.
Entonces, la crítica y la autocrítica es una herramienta
esencialmente revolucionaria, por cuanto debe cumplir un ciclo que lleve
a solventar lo criticado, sirva de aprendizaje colectivo y unifique
voluntades.
El proceso de la crítica y la autocrítica –en y entre
organizaciones políticas y sociales–, idealmente, debe desarrollarse a
través de espacios de debate, articulación y construcción colectiva y
unitaria de la política a desarrollar.
Es así que la ausencia de estos espacios orgánicos sigue siendo una
de las mayores debilidades del proceso de cambios que se vive en
Venezuela.
Y no puede pretenderse que la solución a esta carencia sean las
denominadas “Conferencias de Paz”, que son, sin embargo, una importante
iniciativa del gobierno nacional ante la activación por parte de la
ultraderecha de sus núcleos fascistas. Pero, no son los espacios
naturales en los que nos debemos encontrar las organizaciones políticas y
sociales que impulsamos el proceso revolucionario para analizar y
definir –basados en la crítica y la autocrítica– los lineamientos, acciones y correctivos necesarios en la actual coyuntura y con miras a objetivos estratégicos.
Además, quienes somos llamados “los aliados”, ya tenemos una década y
media de antecedentes en los que han predominado la prepotencia, el
hegemonismo, el utilitarismo efectista, las imposiciones unilaterales y
las artificiales unanimidades, sin valorar en su justa medida los más
variados aportes que hemos hecho y que tenemos para dar.
Mientras que –como ocurre hoy con las “Conferencias de Paz”– se
privilegia la atención, la coordinación y la respuesta con sectores
políticos, económicos y sociales que no comparten los fundamentales
enunciados del proceso revolucionario, algunos de ellos, incluso,
férreos enemigos de los principios antiimperialistas y más del
planteamiento socialista.
Tenemos el reto de generar instancias con objetivos y alcances
diferenciados, pudiendo tender puentes con sectores de oposición no
vinculados al golpismo, pero debiendo avanzar en espacios orgánicos de
las fuerzas revolucionarias para la construcción colectiva y unitaria de
la política.
Fuente: Tribuna Popular Nº 234/PrensaPopularSolidaria
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